Un árbol y una obra sin tiempo
Se cumplen 80 años del bombardeo sobre el pueblo de Guernica. Pablo Picasso no dejó pasar el hecho
En el corazón del País Vasco, la rebelde Euzkadi, hay un árbol viejo como el tiempo. Todos los hombres de poder, desde el alcalde hasta la cabeza del estado español, deben ir a rendirle honores en esa tierra que todavía tiene algo de celta.
Es el Gernikako Arbola (elRoble de Guernica). Ahí, justo en Guernica, sembrado en la Edad Media por un pueblo rabiosamente independiente. El Gernikako —el actual vendría siendo como el bisnieto del árbol original, sembrado en él siglo XV; el nuevo roble es un retoño sembrado en el 2004— se encuentra junto al palacio de gobierno y su espacio es sagrado para los vascos.
Hace 80 años, el árbol fue testigo de un crimen de guerra, un horror de lesa humanidad que cambió el modo de hacer la guerra. Sí, de hacerla más canalla, más inhumana, si eso es posible.
El 26 de abril de 1937, plena Guerra Civil, aviones nazis e italianos bombardearon a la población civil en Guernica. El fuego caía del cielo para doblegar ese lugar donde la República todavía no se daba por vencida.
La matazón fue terrible, tanto que todavía hoy los historiadores no se ponen de acuerdo en el número de víctimas. El Gernikako no sufrió daños. Cuando finalmente el País Vasco cayó, los franquistas planeaban tirar el árbol, pero la gente y las autoridades vascas hicieron guardia alrededor de ese símbolo que no iba a caer. Y no cayó.
Como saben, esta columna tiene un espíritu patronal, sí, un fantasma al que me encomiendo cada vez que me siento a escribir para no decir demasiadas estupideces. Ese espíritu es Pablo Picasso, alguien quien, por cierto, no tenía miedo de decir estupideces y convertirlas en obras de arte. Picasso fallaba, pero siempre lograba que sus fracasos se convirtieran en aciertos. O por lo menos en inicios de un camino.
Me sorprendería mucho que alguien no conociera el “Guernica”, el cuadro con el que Picasso se aseguró de que no olvidáramos el bombardeo sobre la ciudad vasca. El cuadro tiene vida propia, es tan así que mucha gente que admira el cuadro en el Museo Reina Sofía ignora la historia del horror que le dio origen.
A 80 años de pintado, el “Guernica” se mantiene como una obra sin tiempo, un grito contra la guerra, todas las guerras.
Se dice que Picasso llevaba meses trabajando el cuadro cuando le llegó la noticia de los bombazos nazis sobre Guernica. Y entonces todo encajó: esas figuras bailan, esos grotescos, el toro, el lobo, el hombre que suplica —los tres protagonistas que dividen la obra en tercios como corrida taurina— se convirtieron en la víctimas de los fascistas.
Nunca antes un ejército se atrevió a tocar deliberadamente a la población civil. Los nazis y los fascistas de Mussolini practicaron en España lo que después harían en el resto de Europa.
Pronto el ejército nacionalista de Francisco Franco aprendió el truco y se atrevió a ametrallar desde el cielo a los civiles (republicanos, supongamos) que huían de las ciudades tomadas. Niños, soldados desertores, ancianos: no había piedad.
Eso es lo que retrata el “Guernica”: un mundo sin sentido, un mundo sin piedad. Es también una experimentación plástica. Picasso es más que un activista que ve en la tragedia la oportunidad de destacar. El “Guernica” es una propuesta estética deslumbrante, tan importante como “Los desastres de la guerra”, de Goya. Como el Gernikako, es una pieza viva sin tiempo.
El Museo Reina Sofía ha anunciado que no hará obras de restauración sobre el cuadro de Picasso. Para celebrar su aniversario 80, ha inaugurado la exposición Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica.
Algunos críticos dicen que la curaduría ignora el origen antibelicista de la obra, y toda referencia a la Guerra Civil. Habrá que verla. ¿Quién me paga el tour por España? Porque también hay que irle a rendir cuentas al Gernikako. ¿Cómo va la vida?, ¿cómo va el futbol en San Mamés?