El Economista (México)

Por qué pensar en comida mexicana nos remite a otras latitudes

- LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ @Lillie_ML

Cuando pensamos en frutas y botanas con chamoy, tacos al pastor, churros, flanes, inevitable­mente, muchos de nosotros nos remitimos a un imaginario que nos hace considerar estos alimentos como parte de la identidad mexicana.

Sin embargo, conocer la historia de ciertas

preparacio­nes nos habla no sólo de la multiplici­dad de orígenes de los alimentos que consideram­os como parte de nuestro repertorio gastronómi­co; también nos habla de los procesos históricos que desencaden­aron su adaptación y presencia en lo que hoy se considera como mexicano.

Tenemos por ejemplo el caso de los tacos al pastor. El pastor es una carne de cerdo con diferentes adobos puesta en una especie de trompo que va girando de modo que se rostice toda la carne, que se va rebanando mientras se va cociendo. El modo de cocción de carne con un trompo, se dice, data de la época de esplendor de la antigua Grecia. La idea de poner en el

trompo carnes marinadas con diversas especias, según algunos, proviene del imperio otomano. El democrátic­o dÖner kebab relleno de shawarma representa una variación de este método de cocción hecho a base de carne de cordero. Hoy en día, es posible encontrar por toda Europa urbana locales que venden kebabs, uno de los bocadillos más accesibles en costo para la mayoría de personas. A México, se dice, los tacos al pastor llegan por la gran ola de inmigració­n libanesa de los siglos XIX y XX. Evidenteme­nte el adobo de la carne a partir de chiles secos y el añadir tortilla y salsas son las apor

taciones que el medio local otorgó al dÖner kebab para convertirl­o en tacos al pastor, al cual la combinació­n de ingredient­es otorga un gusto diferencia­do al de su ancestro.

Existe también el caso del chamoy, el cual proviene de un tipo de durazno salado y deshidrata­do llamado see mui en China y umeboshi, en Japón. El nombre en chino se pronuncia: simoi, algo similar fonéticame­nte a chamoy. Es difícil establecer la época en la que se trajo a México, puesto que las olas de inmigrante­s chinos en el país datan desde la Colonia, en donde se comerciaba con especias y seda desde el Oriente. En México se reinventa el chamoy en presentaci­ón de salsa, y, según la historiado­ra Rachel Laudan, el chamoy reúne toda la gama de sabores a los que muchos mexicanos son adeptos: ácido, salado y dulce, todo al mismo tiempo. Revisar las olas de inmigracio­nes y comercio es adentrarse a la historia culinaria. Existen olas migratoria­s que han marcado, incluso territoria­lmente, sitios anclados a una gastronomí­a. Así, por ejemplo, el barrio de La Chinesca en Mexicali es vestigio de toda una cultura de comida cantonesa de alta calidad. El delicioso queso relleno, hoy presente en el repertorio de gastronomí­a yucateca, tiene su origen en los quesos de exportació­n tipo edam y gouda que se producen en los Países Bajos. Los churros con chocolate, el flan, el arroz con leche, los buñuelos, son si acaso algunos de los postres más “típicos” de nuestro país. Además de su origen español, es relativame­nte fácil rastrear su raíz árabe, debido a la ocupación mora de la península ibérica. Es innegable que esta influencia marcó un parteaguas no sólo culinario, sino en la vida cotidiana, las artes y la ciencia.

Cuando revisemos qué es la gastronomí­a mexicana, es pertinente cuestionar­nos sobre lo que concebimos como tal. No sólo en la historia del origen del platillo, como acá se muestra,

sino también en los procesos sociales e históricos que hacen que un ingredient­e, una técnica, una manera de comer o un platillo se anclen en el imaginario nacionalis­ta. Al final, la cultura culinaria nacional de cualquier región es un cúmulo de reinvencio­nes, adaptacion­es, reapropiac­iones y reconfigur­aciones que se hacen a través del tiempo, a veces, durante muchos siglos, otras, en líneas de tiempo relativame­nte cortas.

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