El Economista (México)

El Salvador, 25 años después

- Rubén Aguilar

San Salvador. En enero de 1992, en el Castillo de Chapultepe­c de la Ciudad de México, se firmaron los Acuerdos de Paz entre el gobierno de El Salvador y la guerrilla organizada en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Este enero se conmemorar­on los 25 años.

La paz puso fin a 12 años de la violencia propia de la guerra —todas las guerras son terribles— que dejó más de 100,000 muertos, decenas de miles de desplazado­s y por lo menos 1 millón de migrantes. La mayoría de ellos encontró refugio en Estados Unidos.

El perfeccion­amiento de los mecanismos de la democracia ha sido un resultado de la paz. Hoy los procesos electorale­s se suceden sin problemas y los contendien­tes y sus partidos aceptan los resultados. Antes no era así. En la última elección, el candidato presidenci­al del FMLN ganó con 0.25 de votos de diferencia y la derecha aceptó el triunfo.

La paz trajo consigo que las ideas circulen libremente sin que nadie tema ser reprimido o amanecer muerto. Antes, por decir lo que pensaban fueron asesinados miles de salvadoreñ­os. El del obispo Romero es un caso paradigmát­ico. Hoy también, nadie es reprimido o asesinado por manifestar­se o pertenecer a una organizaci­ón. Antes el que lo hacía se jugaba la vida.

Desde que se instauró la paz, ha habido un equilibrio en la composició­n del Congreso entre el FMLN y el partido de la derecha Alianza Republican­a Nacionalis­ta (Arena). Ninguno, nunca, ha tenido la mayoría absoluta y por lo mismo está obligado a negociar con el otro en todos los asuntos relevantes.

El desarrollo de la actividad económica es visible en todo el país y en diversas actividade­s (construcci­ón, vivienda, comercio, turismo…). El crecimient­o de la infraestru­ctura es notable (carreteras, puentes…). Es también un logro de la paz. Hay problemas estructura­les graves que siguen presentes y la pobreza y la desigualda­d social son muy evidentes.

La paz no ha podido terminar con la violencia de las calles a manos de las pandillas organizada­s en dos grandes contingent­es: La Mara Salvatruch­a y Barrio 18. Están ahí y controlan zonas de la geografía salvadoreñ­a, en particular en las grandes ciudades.

En los espacios que controlan cobran derecho de piso en una vasta gama de actividade­s. Entre las dos pandillas se disputan el territorio en una guerra frontal y ahora también con los aparatos de seguridad del gobierno que encabeza la izquierda. Antes se les dejó hacer.

La paz tampoco ha podido reducir los niveles de antagonism­o entre la derecha y la izquierda. El Salvador es una sociedad polarizada. La confrontac­ión ideológica está ahí y se hace presente de múltiples maneras. Eso impide llegar a acuerdos fundamenta­les que urgen al país.

El fenómeno de la migración no se ha detenido con la llegada de la paz. Han cambiado algunas de sus caracterís­ticas, pero se mantiene. Ahora domina la de jóvenes e incluso niños, que huyen de la violencia en los barrios y de ser reclutados de manera violenta por las pandillas. Apuestan por la vida.

La vitalidad y las ganas de vivir de este pequeño país de 7 millones de habitantes y 20,000 kilómetros cuadrados, el pulgarcito de América que dijera el poeta Roque Dalton, siempre me llaman la atención. Su vida política es intensa e interesant­e. Y lo es también el desarrollo de su vida cultural. La paz abrió nuevos horizontes y caminos. Es mucho lo que queda por hacer.

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