El Economista (México)

Por qué hemos alcanzado ese nivel de corrupción

- Raúl Martínez Solares director_general@mb.com.mx

La corrupción se frena arrojando luz sobre aquello que estaba previament­e en las sombras. Paul Wolfowitz, político estadounid­ense.

En nuestro país desde hace muchos años es escandalos­o el nivel de corrupción que permea en todos los niveles y esferas del gobierno y de la sociedad.

La mayor parte de la sociedad tiene la percepción, completame­nte fundada, que los eventos públicos y evidentes de corrupción prácticame­nte nunca son castigados y que cuando eventualme­nte ocurre, no hay una reparación efectiva del daño a las institucio­nes y a la sociedad que resultaron defraudada­s.

El crecimient­o de la corrupción ha sido exponencia­l. Está en la base de la falta de Estado de Derecho, que es central en casi cualquier problema que analicemos. Alcanza todo los niveles de gobierno; atraviesa el sector público al igual que el privado y ha creado una dualidad en la que, por un lado, la corrupción como nunca es señalada y reprobada ampliament­e por la sociedad, pero, simultánea­mente, se presenta cotidianam­ente sin ningún freno, alcanzando niveles de cinismo en los que cualquier señalamien­to personal se descalific­a argumentan­do un complot político sin aclarar la acusación o mediante explicacio­nes absolutame­nte inverosími­les frente a la evidencia deriqueza no acorde con los ingresos públicos (todos resultan ser herederos de riqueza hasta ahora desconocid­a y son capaces de comprar propiedad, relojes de medio millón de pesos, sin mediar explicació­n legal y creíble alguna).

Pero por más que pretendamo­s centrar la corrupción en partidos y políticos, finalmente, ésta es un fenómeno derivado de la conducta de personas y no está limitada por ideologías oafinidade­s políticas.

Pareciera que vemos como seres humanos con condicione­s especiales (y particular­mente despreciab­les) de personalid­ad única, a quienes cometen los más escandalos­os actos de corrupción; sin embargo, mayoritari­amente se trata de personas comunes que, en un entorno permisivo y contexto propicio y favorecedo­r, desataron toda su capacidad para cometer actos ilegales.

Haciendo una interpreta­ción libre análoga, Hannah Arendt, teórica política judeo alemana, acuñó el término “la banalidad del mal” para tratar de explicar cómo personas aparenteme­nte “normales” pudieron cometer actos inmorales y bárbaros durante la Segunda Guerra Mundial, estudiando particular­mente el caso de Adolf Eichman.

La premisa del concepto es que no se necesita ser un monstruo con caracterís­ticas de personalid­ad anormales para que, en entornos que justifique­n de forma anómala y propicien las conductas inmorales, las personas incurran en esos actos.

En México, el arreglo institucio­nal hoy propicia todas las condicione­s para favorecer la corrupción. No existen mecanismos de supervisió­n efectivos y los existentes son creados y manipulado­s desde los propios grupos políticos, que tienen nulo interés en crear condicione­s que les permitan, castigar a sus propios integrante­s y/o frenar el margen de maniobra que tienen cuando ocupan cargos de poder.

Hoy la corrupción ha crecido incluso cuando existen mecanismos institucio­nales que se crearon para propiciar una mayor transparen­cia. Los mecanismos de control y seguimient­o administra­tivo para impedir los actos de corrupción son de en la práctica inoperante­s y, simultánea­mente, los canales y mecanismos legales y penales para perseguir y castigar de forma puntual y expedita los actos de corrupción, son rígidos, caducos e ineficient­es.

En el estudio A Developmen­tal Behavioral Analysis of Dual Motives, Role in Political Economies of Corruption, de Sara Nora Ross se detalla cómo los vínculos sociales, el establecim­iento de networks y mecanismos de reciprocid­ad (el “yo rasco tu espalda y tú rascas la mía” tan frecuente entre políticos), son sistemas sociales que, en ausencia de mecanismos reales de control, favorecen la corrupción; limitando seriamente su combate simplement­e a través de la expedición de leyes y ordenamien­tos.

Por su parte, en el estudio Preventing Corruption by Promoting Trust, Johann Graf Lambsdorff señala que la evidencia experiment­al muestra que los mecanismos contra la corrupción centrados fundamenta­lmente en controles y sistema de supervisió­n rigurosas (normas y reglamento­s) tienen típicament­e un desempeño deficiente para combatir efectivame­nte la corrupción.

Por el contrario, los métodos centrados en incrementa­r efectivame­nte y de forma simple la transparen­cia, que favorecen la genuina participac­ión de la sociedad a través de la expresión pública y posibilita­n mecanismos de “delatores confidenci­ales” , son mecanismos más efectivos.

El efecto de la corrupción en nuestro país es brutal en todos los niveles. Se pierde riqueza económica, capacidad de crecimient­o y confianza institucio­nal, que a su vez favorece el incumplimi­ento de normas por parte de la sociedad. Combatirla no es deseable; es imperativo.

El autor es politólogo, m0ercadólo­go, especialis­ta en Economía Conductual y director general de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo. Síguelo en Twitter: @martinezso­lares

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