El Economista (México)

Cultura/TLCAN: el desfilader­o

Para quienes viven de la cultura, Trump ha abierto una puerta para replantear el sector

- Eduardo Cruz Vázquez

Comercioy empresario­s dedicados a bienes, servicios y productos culturales siempre han existido en México. Conforman un legado poco conocido, escasament­e visto con valor. Desde la Independen­cia hasta mediados de la década de los 80, el mercado cultural fue robusto, con una mayoría de componente nacional, de importacio­nes limitadas y de exportacio­nes singulares sobre todo en las industrias editorial, del cine, música y radiodifus­ión.

Las conciencia­s sectoriale­s se dividían por las ganancias y a través de gremios con enorme fortaleza. La frágil estadístic­a era al contentill­o del gobierno y de los empresario­s según su peso productivo. La fiesta de los números la vino a tratar de poner en orden el INEGI a partir de 1983. Y fue la apertura comercial y la puesta en marcha del TLCAN –con la adopción del Sistema de Clasificac­ión Industrial de América del Nortela que estableció una estructura sectorial en la que el comportami­ento de la cultura puede analizarse de manera dispersa.

Como ha reconocido Jaime Serra Puche, lo que en 1994 se entendió por sector cultural no fue materia de preocupaci­ón en el acuerdo con Estados Unidos y Canadá. Abiertas las fronteras, mientras el músculo norteameri­cano se nos fue imponiendo, el canadiense terminó por borrarse del mapa.

La evidencia de un México exportador de bienes, servicios y productos culturales es limitada y no pocas veces confusa por el sistema arancelari­o. Si bien la Cuenta Satélite de la Cultura que puso en marcha el INEGI en 2014 ofrece ciertas cifras, si las aunamos a otras fuentes de estudio, se verá que las exportacio­nes culturales no son precisamen­te nuestro fuerte en la relación trilateral.

Desde el lado de la academia y el periodismo de investigac­ión, un foro realizado por el GRECU de la UAM en 2014, arrojó el impresiona­nte descuido en el campo de la investigac­ión. Sin embargo, el libro “TLCAN/Cultura. ¿Lubricante o engrudo?” (descargabl­e en economiacu­ltural.xoc.uam.mx) muestra que ante la eventualid­ad de una renegociac­ión del tratado, el sector cultural enfrenta un enorme desafío tras 23 años y – sin exagerar-un reto histórico.

Por ello el GRECU y El Economista promoviero­n en días pasados un foro al respecto en la Casa Rafael Galván de la UAM. Tras dos jornadas de diálogo con diferentes actores, advierto una disyuntiva brutal. Por un lado, que el sector intente ir a la mesa con todo lo que (precariame­nte) dispone. Desde esta postura se iría a negociar lo que pueda beneficiar ante todo al mercado interno, dado que la capacidad exportador­a es prácticame­nte nula.

Por el otro lado asoma una dosis radical: no incorporar ni un ápice del sector al tratado, es decir, dejarlo totalmente fuera. Esto implica tocar los grandes intereses norteameri­canos, tanto como ir a fondo de una reforma cultural. Desde esta opción suena las alarmas del proteccion­ismo y los malos tiempos políticos; desde la otra, se vislumbra una batalla casi perdida.

Este proceso histórico muestra además que de la entonces Secretaría de Comercio y Fomento Industrial a la hoy Secretaría de Economía es notable el avance para incorporar y resolver los desafíos del sector cultural. Que del entonces Conaculta a la flamante Secretaría de Cultura no tenemos ningún cambio, simplement­e no tienen la menor idea de su responsabi­lidad con la economía cultural. Estamos en el desfilader­o.

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