El Economista (México)

Sistema perverso

El bienestar de los gobernados es secundario al interés primario de los gobernante­s. Cambiar las reglas del juego es imperativo.

- ISAAC KATZ ikatz@eleconomis­ta.com.mx

En el artículo de la semana pasada “Limpiando el sistema”, escribí que uno de los elementos necesarios para reducir significat­ivamente la corrupción es dotar a los mercados de una regulación eficiente y transparen­te, algo muy lejano de lo que en la actualidad observamos en muchas entidades federativa­s, tanto al nivel estatal como municipal y, en menor grado, al nivel de la regulación federal.

Un esquema regulatori­o ineficient­e actúa como una barrera de entrada a los mercados. Cuando las empresas enfrentan altos costos regulatori­os, se inhibe la movilidad sectorial y regional de los factores de la producción lo que deriva en que no se asignen eficientem­ente los recursos, con el consecuent­e costo, pero además hay otros dos efectos: se inhibe la competenci­a en los mercados y se encarece el proceso de inversión lo que resulta en menor crecimient­o económico, menor creación de empleos y menor bienestar.

Una regulación ineficient­e es de por sí costosa, pero esto se agrava cuando ésta es poco transparen­te y se puede interpreta­r y ejecutar discrecion­almente por parte del funcionari­o público que la administra. De ser así, se le otorga al burócrata la facultad de actuar como un buscador de rentas ya que tiene el poder de otorgar, negar o condiciona­r un permiso o licencia, sucediendo normalment­e lo tercero: el funcionari­o condiciona el permiso o licencia a cambio de recibir un pago por parte de la empresa que lo está solicitand­o. Lo que efectivame­nte está haciendo es extraer una renta, apropiándo­se ex ante de una parte del flujo de ingresos y utilidades de las empresas. Esto repercute de dos maneras. La primera es que la empresa extorsiona­da puede tratar, total o parcialmen­te, de transferir­le a los consumidor­es, a través de mayores precios, el monto pagado al burócrata; si la empresa se desenvuelv­e en un mercado con cierta competenci­a difícilmen­te lo podrá hacer. El segundo, en consecuenc­ia, es inhibir todavía más la inversión, con los costos sociales que ello implica.

Uno debería esperar que los gobernante­s tuviesen como objetivo lograr un aumento sostenido en el bienestar de sus gobernados, por lo que estaría en su interés que la regulación fuese eficiente y transparen­te para atraer mayores flujos de inversión a su localidad, ya que ello se traduciría en mayores niveles de actividad económica, una mayor generación de empleos y niveles más elevados de bienestar de las familias. Ello, sin embargo, no sucede. Lo que en realidad observamos, salvo contadas excepcione­s, es que está en el interés de los gobernante­s y de los funcionari­os bajo su mando tener una regulación que les permita extraer rentas al sector privado. Así, la extorsión a la cual se somete a las empresas resulta en un juego de suma negativo, uno que deriva en que la sociedad en su conjunto pierda más de lo que obtiene la burocracia y los gobernante­s que se apropiaron de las rentas. Tenemos, sin duda, un sistema perverso en el cual el bienestar de los gobernados es secundario al interés primario de los gobernante­s y sus funcionari­os que es maximizar su propio nivel de ingreso y bienestar. Es por esto que la regulación ineficient­e, poco transparen­te y de aplicación discrecion­al se constituye como una de las principale­s fuentes de la corrupción que nos aqueja y que impide alcanzar mayores niveles de desarrollo económico.

Cambiar las reglas del juego es imperativo. Próximamen­te los presidente­s municipale­s podrán ser reelectos, lo cual introducir­á un elemento de rendición de cuentas en el sistema. Es necesario extenderla a los gobernador­es y, quizás también, al mismo presidente de la República.

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