EL horror de la crianza animal
Las sociedades humanas modernas han desarrollado sistemas industriales de crianza y explotación de mamíferos y aves. Se trata de especies con quienes compartimos más de 90% de nuestro genoma. Tienen inteligencia, sienten, sufren e incluso son conscientes. Pero son objeto de una crueldad indecible e innecesaria de nuestra parte. No es indispensable tanta tortura y sufrimiento para satisfacer nuestras necesidades nutricionales. Valga la crónica que un entrañable, comprometido, lúcido y erudito amigo, Cassio Luiselli, me hace para describir esta atrocidad, a la luz de mi artículo de la semana pasada:
—Recuerdo en mis largos andares tres episodios de horror; uno en Nueva Zelanda, en una (model farm) de ovejas que no era sólo kosher sino de Islam Compliant. Otro en Israel, en una granja avícola modeloy uno más en un rastro de avestruces en Sudáfrica.
—En la granja neozelandesa me mostraron un matadero de ovejas, pues querían vender carne de oveja a México. Las pobres ovejas avanzaban al matadero sobre una cinta móvil, muy quitadas de la pena, con su legendaria mansedumbre y timidez... Eso sí, lo hacían orientadas a la Meca, pues según me decían mis anfitriones, los inspectores iraníes eran muy estrictos. Cuando llegaban a un punto en su breve y macabro recorrido, las trasquilaban con eficiencia absoluta, quedaban las pobres color de rosa... y de alguna manera, entonces parecían darse cuenta de su horrible destino y comenzaban a temblar y berrear. Ya más cerca de la decapitación, el horror y el llanto de las que iban adelante en la cinta, las ponían sobre aviso, y los pulcros “ingenieros” (compasivos ellos) te prestaban unos tapaorejas para no oyeras los gritos inenarrables de las pobres ovejas, ya ciertas de su muerte. De pronto, un tipo fornido y de rostro inexpresivo, procedía a la decapitación con unas filosas tenazas suspendidas en la parte superior de la cinta. Ahí acababa todo.
—No me extiendo mucho con la “granja” israelí; donde era más o menos lo mismo. Ahí los ingenieros se ufanaban en maximizar la engorda de los pollos y minimizar dos variables: 1) el tiempo de engorda, que urgía fuese lo más breve posible y, 2) que casi no se movieran, ni percataran de nada, pues se “estresaban” y perdían peso. Ya ni hablamos de como los “inflaban” con antibióticos, esteroides, pastas de alimentos formulados y “optimizados”, alimentación automática, abriendo con máquina la apertura del pico al máximo, para meterles la comida rápido y en el mayor volumen posible. Salí asqueado, con náuseas.
—El “rastro” de avestruces, en Bleau Fontain, Sudáfrica, era una mezcla de los dos anteriores. A las grandes aves que evocan ternura, pues son un tanto torpes y despreocupadas, las sometían a un proceso parecido al de las ovejas. Aún recuerdo como temblaban con pavor y el chillido agudo de las que se percataban, al escuchar a sus vecinas, de llegar al punto de la muerte, donde les cortaba con frialdad el largo cogote que chorreaba sangre por todos lados. El cuerpo, ya sin cabeza, seguía recorriendo por la cinta para el proceso de limpia y “lavado”, etcétera. Todo, eso sí, muy limpio y eficiente.
—¡Claro que se dan cuenta! ¡Claro que sienten! ¡Es espantoso!
—Por otro lado, tú y yo sabemos que la ganadería, sobre todo de vacunos es costosísima e ineficiente en términos de conversión energética, consumo de agua, ocupación de tierras y devastación de selvas... y de emisión de gases de efecto invernadero. Si eso se incluyera en su costo, el precio de un filete sería impagable para 90% de los ávidos consumidores (entre los que me cuento).
—Sí, algo anda terriblemente mal. Mucho tiene que cambiar. ¿Cómo? ¿Qué hacemos?