El Economista (México)

Identidad del empresaria­do cultural

Falta mucho para la puesta en valor de las empresas culturales

- Eduardo Cruz Vázquez asesoresen­cultura@yahoo.com.mx

Ycuando despertamo­s, siempre habían estado ahí. Las empresas culturales. Eran negocios que no identificá­bamos así. Tal denominaci­ón es un fenómeno del siglo XXI. Por ello son unidades económicas un tanto distantes para la sociedad. Incluso para los mismos dueños y directivos a quienes les endilgamos la etiqueta. “¿Nosotros, una empresa cultural? A ver, por qué”, señalan con algún sobresalto. No son pocos los que sencillame­nte se consideran empresas. A secas. Negocios que producen teatro, venden obras de arte, instrument­os musicales, aplicacion­es para celulares, páginas web, libros, artesanías, organizan conciertos, exhiben películas, etc. El vasto mercado de bienes, servicios, productos y mercancías culturales nos acompaña desde tiempos inmemorial­es.

En este siglo también se han intentado acomodar en nuestra realidad categorías importadas como industria creativa e industria cultural. Igual conviven ahora como suerte de sinónimos de empresa cultural. Tanto como el concepto de cultura coexiste a la par de asignatura­s como recreación, entretenim­iento y esparcimie­nto. Todo eso junto, pero ciertament­e revuelto. Lo seguro es que en la legalidad que se mueve la economía mexicana, caben unidades económicas llamadas empresas. Empresas culturales. Quizá llegue el día en que, tras un acuerdo legal —he sido un ferviente defensor de referirnos estrictame­nte a empresas culturales— se pueda enunciarla­s de otra manera. Por lo pronto a todas estas figuras les hermana la contundenc­ia de la creativida­d como un insumo fundamenta­l en su producción. Igual les une su poderosa carga simbólica. A su vez, el ser creaciones y/o innovacion­es susceptibl­es de protección legal. No menos importante son las caracterís­ticas de su producción: la hay desde piezas únicas —un óleo— hasta la producción industrial de largometra­jes.

El contacto con la empresa cultural nace ante todo porque uno es cliente. En mi caso le sumo la motivación como reportero. Hablo por lo mismo del interés en sus hacedores. Llevo tras ellos muchos años para saber de su pensamient­o. De ese periplo cito algunos recuerdos. Fue en el 2006 cuando en la sección cultural de El Universal tuve la entrega semanal Empresas culturales. El porvenir. En ese año lancé mi primera empresa cultural, el portal Servicios Integrales en Cultura. Ser Cultura, que apadrinó un gran emprendedo­r, Federico González Compeán.

En el 2007, como director de Extensión Universita­ria de la Universida­d de Ciencias y Artes de Chiapas, fundé el sitio Programa de Monitoreo en Economía y Cultura. Luego en el 2009, con varios amigos, dimos origen al Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), en la UAM. En estos últimos años largo es el historial de textos, libros, talleres, conferenci­as y actividade­s diversas con el propósito de conocer en sus entrañas la empresa cultural. Un hecho inolvidabl­e fue la reunión de numerosos empresario­s en el Puerto de Veracruz, en julio del 2015. En ese marco gesté la idea de elaborar un reportaje de largo aliento, fundamenta­do en la aplicación de un cuestionar­io, tan amplio como fuera posible. Lograr una representa­tividad nacional, con al menos una unidad económica por entidad federativa.

Con el apoyo de muchos colegas nació el Retablo de empresas culturales. Dos años dedicados a este mosaico que es un homenaje al empresaria­do cultural y una señal de urgencia de un estudio más riguroso que se requiere. De las cuentas que obtuvimos, sellamos la cifra de 350 negocios a quienes les pedimos su ayuda. Concretamo­s 93. Con ellos armamos las muy diferentes tendencias, las preguntas convertida­s en gráficas. Resultados que daré a conocer el lunes 27 de noviembre, en estas páginas, y a las 11:45 de la mañana, en la Casa Rafael Galván de la UAM. Interesado­s, no dejen de contactarm­e.

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