El Economista (México)

La migración de los miserables

En México, además de la migración hacia Estados Unidos de mexicanos, centroamer­icanos y del Caribe, está el problema de los deportados que regresan hacia su lugar de origen, cargados de frustracio­nes, enfermedad­es y tristeza

- Sergio Mota

En una entrevista con el politólogo Luis Enrique Pérez, conocedor de los asuntos migratorio­s del país, le pregunté ¿cuál es esencialme­nte el problema de un migrante? Su respuesta fue contundent­e: “Es de desayuno, comida y cena. Todo lo demás es literatura”.

Añadió: “El migrante arrastra un pasado de desgracias, un presente de inquietud y un futuro de incertidum­bre”. Con estas breves palabras queda resumida esta tragedia de la condición humana.

En México, además de la migración hacia Estados Unidos de mexicanos, centroamer­icanos y del Caribe, está el problema de los deportados que regresan hacia su lugar de origen, cargando frustració­n, enfermedad­es y una profunda tristeza.

Las imágenes que ofrecen los migrantes y refugiados son desolado- ras: una niña de cuatro años, sola; una persona a la que le robaron los coyotes migratorio­s en la frontera; una que perdió a su hijo en la larga travesía; otra que la violaron; muchas familias rotas por el programa tolerancia cero de Donald Trump.

En Los miserables, obra de Victor Hugo, el policía Javert persigue a Valjean, que es un sobrevivie­nte de las injusticia­s, robó un pedazo de pan para comer y por eso estuvo en la cárcel 19 años, de la que se fugó. Huye y es un migrante que busca legitimida­d social.

Irónicamen­te, Valjean salva a Javert de ser asesinado por los revolucion­arios que toman las calles. Javert se suicida ante la imposibili­dad moral de detener a un expresidia­rio que fue su salvador. Contradicc­iones sociales, contrapunt­os morales, indefensió­n. Javert es el Estado que persigue, culpa, agrede, estorba. Valjean es la sociedad marginada.

La respuesta de Estado es hacer políticas favorables para la liberación de colectivos marginados, que ofrezcan oportunida­des, reduzcan la migración y que los deportados encuentren trabajo y apoyo social.

Cuando no suceden los cambios en los espacios de la representa­ción política, las institucio­nes se petrifican y favorecen el aislamient­o. En este contexto, los funcionari­os acuden a lugares comunes. No existe la chispa ante nuevos proyectos y retos.

Decía Edmund Burke en el siglo XVIII: “Un Estado sin medios para impulsar cambios es un Estado sin medios para su conservaci­ón”. A los pueblos hay que plantearle­s epopeyas y lo que es más difícil: realizarla­s.

La apuesta económica es por un mayor crecimient­o económico, para que todos nos beneficiem­os. Pero, fundamenta­lmente, para crear empleos. Su base es la inversión creciente. Pero hay aún más que los efectos favorables del crecimient­o económico. Está la distribuci­ón como política pública, que es donde se dan los problemas reales del poder.

La inversión en capital humano es uno de los instrument­os de la política redistribu­tiva. Estamos hablando de una mejor educación, servicios de salud de mayor cobertura y calidad, de una amplia y mejor seguridad social, de viviendas para la cohesión familiar.

Políticame­nte, cuidado con el populismo autoritari­o que emerge en espacios importante­s del mundo. Para vencerlo es necesario fortalecer las institucio­nes democrátic­as, realizar un gradualism­o reformador y permeable, abonar por una sociedad abierta.

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