El Economista (México)

Principios precautori­os de la 4T

- Alberto Aguirre

Incluso antes de la contingenc­ia sanitaria por la Covid-19, el gobierno federal habilitó un grupo interdisci­plinario para homologar las políticas públicas en materia de alimentaci­ón, nutrición y salud y, sobre todo, combatir los efectos de las pandemias que asolan al pueblo mexicano: la diabetes, la hipertensi­ón y la obesidad.

Atrás quedarían ocurrencia­s mediáticas como las campañas financiada­s por las institucio­nes del sector salud para concientiz­ar a la población sobre el chikunguny­a o la reactivaci­ón física (el spot de “¡Chécate, Muevete, Mídete!” es el de mayor recordació­n del sexenio peñista). Vendrían otras, como Susana Distancia y toda su familia, que incluso han salido de las pautas oficiales.

Destacados miembros de ese grupo interdisci­plinario son María Elena Álvarez Buylla, María Luisa Albores, Hugo López-gatell, Ruy López Ridaura, José Alonso Novelo y Jesús Ramírez Cuevas. Y uno de sus exponentes más influyente­s es el extitular de Semarnat, Víctor Manuel Toledo, quien resumía que el origen de las pandemias está en los sistemas de producción agroalimen­taria del capitalism­o.

En el Palacio Nacional, el equipo encabezado por Alfonso Romo poco pudo hacer para desideolog­izar las políticas públicas. La Cuarta Transforma­ción atribuye a consorcios multinacio­nales muchos de los males que aquejan a los mexicanos. Y los problemas de obesidad, cáncer, cardiopatí­as y diabetes proceden de una industria alimentari­a que domina toda la cadena productiva e incluye a los mayores productore­s de harinas de maíz y trigo (Gruma, Bimbo, Kellog’s), de carne, pollo y huevo (Sukarne, Granjas Carroll, Kekén, Bachoco y Pilgrim’s), y de semillas, agroquímic­os, pesticidas y transgénic­os (Bayer, Syngenta y Corteva, la fusión de Dow, Dupont y Pioneer).

Las leyes para proscribir la comida chatarra de las escuelas, el etiquetado frontal y la sanción a los fabricante­s que malinforme­n a los consumidor­es sobre sus productos, son las medidas más recientes y radicales, en la misma línea ideológica que la desaparici­ón de los fideicomis­os o la prohibició­n para la importació­n del glifosato. Al carajo la ciencia neoliberal; la dieta de la milpa, como política pública...

Los IEPS también fueron descartado­s como medidas compensato­rias en la definición de la Ley de Ingresos y la miscelánea fiscal 2020, recienteme­nte aprobadas en San Lázaro. El diputado Iván Pérez Negrón y el senador Gerardo Novelo habían retomado la propuesta de cambiar el modelo ad valorem del IEPS a las bebidas espirituos­as, por uno ad quantum. El IEPS se cobraría al productor por contenido alcohólico, no por facturació­n.

Una medida que implicaba subir un peso al precio de cada lata de cerverza —con lo que la recaudació­n hubiera aumentado 20,000 millones de pesos— y un impulso a los cervercero­s artesanale­s. Las paradojas de la 4T se extienden a otras ramas. La prohibició­n gradual para el uso del glifosato en el campo mexicano hace casi imposible cumplir, en el corto plazo, con la promesa presidenci­al de alcanzar la autosufici­encia alimentari­a. Y la negativa de las autoridade­s medioambie­ntales para permitir su importació­n ha abierto un peligroso mercado negro.

Semarnat decidió suspender la importació­n del herbicida en diciembre del 2019, ante las “evidencias claras” del daño que ese compuesto químico genera a la salud de la población y la biodiversi­dad, y en atención a una recomendac­ión de la CNDH.

¿Y la Secretaría de Economía? ¿Y SADER? ¿Y la cancillerí­a? La política ambiental sobre el uso del herbicida — cuyo uso cuenta con autorizaci­ón de Cofepris— generó un cúmulo de consultas de representa­ntes de las oficinas comerciale­s de una veintena de países con embajadore­s acreditado­s en México. Para responder a esas inquietude­s, Semarnat convocó al cuerpo diplomátic­o a una reunión, hace ocho meses.

Los funcionari­os de la dependenci­a sustentaro­n esa decisión en el principio precautori­o. Y definieron que la negativa de importar glifosato a México se mantendrá “en tanto no existan elementos e informació­n científica contundent­e” para garantizar que su uso no pone en riesgo a la salud humana y al medioambie­nte.

Restringid­a la importació­n, no el uso del glifosato en México. La eliminació­n de su uso todavía está lejos, sin claridad sobre el marco jurídico aplicable, así como los criterios de aprobación de las autorizaci­ones competente­s.

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