Hacia la dictadura populista
El presidente López Obrador sigue un guion predecible, marcado ya por distintas tiranías, autocracias y dictaduras en América Latina. No caben la condescendencia ingenua, o la indiferencia que al final es complicidad. La trayectoria de sus acciones, omisiones y decisiones puede proyectarse de manera confiable hacia un escenario verdaderamente trágico para México, en el cual un sólo hombre detenta todos los poderes y actúa con la motivación explícita de destruir la institucionalidad y envenenar y desmadejar el tejido social de la Nación. El gobierno actual se destila en un proyecto inédito – en la historia del México moderno – de concentración de poder, y de polarización y de involución, a partir de tres componentes cardinales. El primero es el pulso de fibras sensibles de rencor y resentimiento en amplias capas de la ciudadanía, a partir de un ejercicio obsesivo de comunicación cotidiana populachera y vulgar, y de distracción continua por medio de una estrategia astuta, que satura los medios con puerilidades, medias verdades y falsedades, pero que genera una densa empatía popular. El segundo, como hacen todos los populistas, consiste en identificar y escarnecer a “enemigos del pueblo” y de crear y alimentar fobias históricas, esto, como sucedáneo ante su incapacidad de plantear políticas que atiendan los infaustos problemas nacionales de violencia, derrumbe del estado de derecho y depresión económica. El tercero es la creación de una gigantesca red de subsidios y dádivas clientelares con la finalidad de asegurar voluntades y votos para su perpetuación político-electoral. Lo anterior, en paralelo a proyectos megalómanos absurdos con los que se pretende apuntalar la trascendencia del régimen. Lo anterior se financia con la destrucción de la administración pública y del Estado mismo, a partir de recortes presupuestales incapacitantes, eliminación de fideicomisos con destino específico, despidos masivos, y reducción humillante de salarios. Se trata del exterminio de bienes públicos para crear una relación directa de dependencia entre la población y el presidente. Castro, Chávez y Maduro fueron muy populares habiendo destruido a sus países. El gobierno actual interpreta magistralmente la sicología popular. Estos componentes se despliegan sobre una cimentación muy sólida de elementos de concentración de poder que son consustanciales a la tiranía. Destaca la captura de la Suprema Corte de Justicia, ahora aquiescente a los caprichos demagógicos del presidente, dispuesta a atropellar derechos humanos y a acceder a la caricaturización de la justicia a través de consultas populares, todo, con finalidades de propaganda electoral. Le sigue la captura del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que ahora otorga el registro sólo a partidos satélites del gobierno, mismo que niega a partidos de oposición. Se expulsa a cuadros capacitados de la administración pública con prohibiciones al ejercicio profesional durante diez años después de haber dejado un cargo en el gobierno, lo que garantiza que las posiciones burocráticas sean llenadas con individuos improvisados e incompetentes.
El saqueo de fondos de estabilización económica y del petróleo, y la desaparición de fideicomisos conduce a concentrar todo el gasto público de manera discrecional en las manos del Ejecutivo. Por otro lado, es patente la militarización del país, con la finalidad de garantizar la lealtad de las fuerzas armadas en previsión de una franca deriva dictatorial. El presidente igualmente ha sido capaz de capturar al Consejo Coordinador Empresarial, antes actor de contrapeso, y ahora convertido en comparsa, contrafuerte, legitimador y adulador zalamero del régimen. Son de notar también ataques cotidianos a la sociedad civil y a medios de comunicación críticos. Se decreta la prisión preventiva, la extinción de dominio (confiscación de la propiedad privada) por motivos fiscales y “corrupción”, y el congelamiento de cuentas sin juicio previo, lo que abre la puerta a la represión directa a opositores. Se crea una Guardia Nacional militarizada como guardia pretoriana en caso de insurrección, con facultades policiacas y de investigación. Se reconstruyen los monopolios en petróleo y electricidad, para dar al presidente total discrecionalidad en el sector, y se lanza una regresión hacia los combustibles fósiles.
Los signos de una dictadura populista son incontrovertibles. No hay peor ceguera que la que deliberadamente no quiere ver.