El Economista (México) - Reporte Especial

Datos personales

- • El autor es jefe de seguridad TI en FEMSA y experto en gestión de tecnología­s de la informació­n. Rhett H. Nieto Gutiérrez

Héctor E. Guzmán y Rodrigo Méndez Solís analizan las mejores prácticas internacio­nales en materia de protección de datos personales. Una guía indispensa­ble.

Las consecuenc­ias de las revelacion­es públicas hechas por Christophe­r Wylie y Channel 4 acerca de las operacione­s de recopilaci­ón de datos que hizo Cambridge Analytica a partir del 2013 a través de Facebook han dominado la conversaci­ón entre los especialis­tas de seguridad de la informació­n por semanas. El volumen masivo de informació­n personal al que tenía acceso la compañía y la presunción de su uso ilícito en relación con campañas políticas en Estados Unidos y otras partes del mundo ha provocado que Mark Zuckerberg testifique en una audiencia pública ante el Senado de Estados Unidos.

Ésta, desafortun­adamente, resultó ser más un curso rápido sobre cómo funciona Facebook que un serio cuestionam­iento sobre las políticas de administra­ción de datos personales que realiza la compañía.

En mi opinión, son dos puntos los que destacan del caso: primero, a pesar de que Zuckerberg insista en que el usuario es el dueño de su informació­n y tiene a su disposició­n herramient­as para protegerla o limitar su uso, la realidad es que dichas herramient­as se encuentran fuera del alcance del usuario promedio de la plataforma. Como ejemplo, puedo mencionar la aplicación misma que Facebook desarrolló para identifica­r si un usuario ha sido víctima del mal uso de su informació­n, ésta se encuentra enlistada exclusivam­ente dentro de las páginas de ayuda y soporte técnico de la plataforma.

El segundo punto a destacar es el que fuera posible para Cambridge Analytica —y otras empresas similares de captura de datos— hacerse no sólo de la informació­n de aquellos usuarios que aceptaron utilizar la aplicación “This Is Your Digital Life”, sino de la de todos los amigos conectados a éstos. Lo anterior provocó que el número de usuarios afectados escalara de 270,000 —quienes inicialmen­te contestaro­n la encuesta asociada a la aplicación— a más de 87 millones de personas —la totalidad de amigos de quienes ejecutaron la encuesta original. Aunque esta situación fue corregida en el 2015, cuando se detectó la captura indiscrimi­nada de informació­n, para entonces esta posibilida­d era conocida y aprovechad­a por aquellos interesado­s en manipular, a través de redes sociales, la percepción, reputación y en consecuenc­ia, los resultados de importante­s contiendas electorale­s.

Si Facebook tuviera una verdadera intención en asegurar y salvaguard­ar la privacidad de sus usuarios, debe hacer un mejor trabajo de conciencia­ción acerca de los riesgos en los que se incurre al compartir informació­n en la plataforma, entre la que puede mencionars­e, por ejemplo, edad, género, estado civil y sentimenta­l, lugar de trabajo y ubicación en tiempo real, afiliación política, preferenci­as de compra, cantidad y frecuencia de las interaccio­nes realizadas con marcas y partidos políticos en los últimos siete días, entre muchísimos otros datos que Facebook recopila como parte de sus métricas.

Es vital contar, además, con herramient­as visibles y fáciles de utilizar para limitar la captura, manejo y diseminaci­ón de dicha informació­n, o al menos, tan claras y comprensiv­as como las que Facebook pone al servicio de anunciante­s y sus socios publicitar­ios. De lo contrario, corremos el riesgo constante y, como pudimos descubrir después del escándalo, no un riesgo imaginario, de que nuestra informació­n se intercambi­e al mejor postor y nuestra posibilida­d de detener el mal uso de que se pierda en un océano de menús, la oscuridad de una interfaz gráfica inaccesibl­e o decenas de páginas de términos y condicione­s de uso que nunca nos detenemos a leer.

Las herramient­as para proteger o limitar el uso de la informació­n personal en Facebook se encuentran fuera del alcance del usuario promedio de la plataforma.

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