Raíces de nuestro enojo
¿Por qué razón nos cuesta tanto trabajo reconocer los logros y méritos que obtenemos y en contraste, nos avenimos tan fácilmente a criticar y cuestionar? Desde hace muchos años, en las explicaciones de los comportamientos económicos, políticos y sociales, nuestro buen amigo, David Konzevik, ha sido muy claro: todos los caminos nos llevan a la cultura. Coincido.
Desde luego, la cultura entendida como nuestro sistema de valores, creencias e impulsos, que se recrea generación tras generación.
Hay algo en nuestra historia que nos propicia el impulso a nuestra subvaluación, a la exaltación de nuestros vicios y defectos y a la minimización de nuestras cualidades.
El chiste que habla de los cangrejos mexicanos depositados en una olla sin tapa, pues no hay riesgo de que escapen, ya que el que llegue arriba será jalado hacia abajo por los que no han logrado escalar, es más que un chiste, refleja una faceta indiscutible de nuestro ser.
Esta forma de ver nuestro mundo se expresa claramente en la dualidad de visiones entre los extranjeros que invierten en México y los mexicanos que no lo hacen.
Los primeros, beneficiados por la perspectiva global, ven el bosque completo y visualizan el largo plazo, y no tienen duda en apostar sus recursos en nuestro territorio.
Las inversiones automotrices, aeronáuticas, en hoteles, bancos, constructoras y muchos otros sectores, visualizan a
nuestro país como tierra de oportunidades.
No ignoran la corrupción ni la falta de Estado de derecho, tampoco son ajenos a la burocracia que hace difícil emprender, pero con todo y todo, apuestan a que la oportunidad rebasa ampliamente el riesgo.
Y en México, nos vemos desde adentro, y
los problemas se nos aparecen como barreras infranqueables, al tiempo que vemos pequeñas las oportunidades.
Por eso la inversión extrajera crece y la nacional se estanca.
Sabiendo cuáles son nuestros impulsos, resulta inexplicable que desde el gobierno no haya existido una cuidadosa estrategia para crear el ímpetu, la visión y el entusiasmo que se requiere para que los empresarios inviertan.
La posibilidad existe. La experiencia lo muestra. Se han presentado ventanas de oportunidad en las que el ánimo del país ha cambiado. Y lo ha hecho por un liderazgo político capaz de generar expectativas.
Allá en 1992-93, cuando se concluía la negociación del TLC, existía ese ánimo que veía a México como un país capaz de despegar y convertirse en una nación desarrollada.
Luego, ocurrió de nuevo al probarnos que éramos capaces de procesar la alternancia política sin violencia y sin crear el caos. El ánimo se extinguió al ver que la alternancia no significaba mejor gobierno.
En 2012, cuando comenzó el proceso de reformas y los –entonces– tres principales partidos del país, empujaron el Pacto por México, de nueva cuenta se gestó la expectativa de que finalmente nos convertíamos en un país moderno y democrático.
A la esperanza siguió el desencanto, el escepticismo y luego el enojo. La inseguridad y la corrupción se convirtieron en el eje de la agenda nacional.
Y, creo que mientras no haya una visión que vuelva a generar esperanza, venga del gobierno o de afuera, seguiremos viendo nuestro entorno lleno de porquería en lugar de reparar en los brotes, que aun en medio de ella surgen y crecen.