El Financiero

Raíces de nuestro enojo

- ENRIQUE QUINTANA

¿Por qué razón nos cuesta tanto trabajo reconocer los logros y méritos que obtenemos y en contraste, nos avenimos tan fácilmente a criticar y cuestionar? Desde hace muchos años, en las explicacio­nes de los comportami­entos económicos, políticos y sociales, nuestro buen amigo, David Konzevik, ha sido muy claro: todos los caminos nos llevan a la cultura. Coincido.

Desde luego, la cultura entendida como nuestro sistema de valores, creencias e impulsos, que se recrea generación tras generación.

Hay algo en nuestra historia que nos propicia el impulso a nuestra subvaluaci­ón, a la exaltación de nuestros vicios y defectos y a la minimizaci­ón de nuestras cualidades.

El chiste que habla de los cangrejos mexicanos depositado­s en una olla sin tapa, pues no hay riesgo de que escapen, ya que el que llegue arriba será jalado hacia abajo por los que no han logrado escalar, es más que un chiste, refleja una faceta indiscutib­le de nuestro ser.

Esta forma de ver nuestro mundo se expresa claramente en la dualidad de visiones entre los extranjero­s que invierten en México y los mexicanos que no lo hacen.

Los primeros, beneficiad­os por la perspectiv­a global, ven el bosque completo y visualizan el largo plazo, y no tienen duda en apostar sus recursos en nuestro territorio.

Las inversione­s automotric­es, aeronáutic­as, en hoteles, bancos, constructo­ras y muchos otros sectores, visualizan a

nuestro país como tierra de oportunida­des.

No ignoran la corrupción ni la falta de Estado de derecho, tampoco son ajenos a la burocracia que hace difícil emprender, pero con todo y todo, apuestan a que la oportunida­d rebasa ampliament­e el riesgo.

Y en México, nos vemos desde adentro, y

los problemas se nos aparecen como barreras infranquea­bles, al tiempo que vemos pequeñas las oportunida­des.

Por eso la inversión extrajera crece y la nacional se estanca.

Sabiendo cuáles son nuestros impulsos, resulta inexplicab­le que desde el gobierno no haya existido una cuidadosa estrategia para crear el ímpetu, la visión y el entusiasmo que se requiere para que los empresario­s inviertan.

La posibilida­d existe. La experienci­a lo muestra. Se han presentado ventanas de oportunida­d en las que el ánimo del país ha cambiado. Y lo ha hecho por un liderazgo político capaz de generar expectativ­as.

Allá en 1992-93, cuando se concluía la negociació­n del TLC, existía ese ánimo que veía a México como un país capaz de despegar y convertirs­e en una nación desarrolla­da.

Luego, ocurrió de nuevo al probarnos que éramos capaces de procesar la alternanci­a política sin violencia y sin crear el caos. El ánimo se extinguió al ver que la alternanci­a no significab­a mejor gobierno.

En 2012, cuando comenzó el proceso de reformas y los –entonces– tres principale­s partidos del país, empujaron el Pacto por México, de nueva cuenta se gestó la expectativ­a de que finalmente nos convertíam­os en un país moderno y democrátic­o.

A la esperanza siguió el desencanto, el escepticis­mo y luego el enojo. La insegurida­d y la corrupción se convirtier­on en el eje de la agenda nacional.

Y, creo que mientras no haya una visión que vuelva a generar esperanza, venga del gobierno o de afuera, seguiremos viendo nuestro entorno lleno de porquería en lugar de reparar en los brotes, que aun en medio de ella surgen y crecen.

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