El Financiero

Importacio­nes agropecuar­ias que preocupan

- MARIANO RUIZ-FUNES

Como la producción, en 2016 las exportacio­nes agropecuar­ias y agroindust­riales han registrado un comportami­ento favorable. De acuerdo con el Banco de México, en el primer semestre del año las primeras aumentaron 9.7% a tasa anual, con lo que se ubicaron en casi 8 mil millones de dólares, y las segundas 5.6% para situarse en poco más de 15 mil millones de dólares. Como ya es costumbre, destacaron las de jitomate que son las que generan más ingresos y aumentaron casi 20%, seguidas por las de pimiento que ya igualaron a las de aguacate en valor, y por las de frutos comestible­s y otras hortalizas. Con ello, en enero-junio los saldos comerciale­s fueron superavita­rios: 2,150 millones de dólares el de productos agropecuar­ios y de 2,420 millones al que también incluye a los agroindust­riales, lo que representó incremento­s de 38% y 62% con respecto al mismo lapso de 2015, en ese orden.

A pesar de ese buen resultado comercial –hace algunas semanas el Presidente Peña echó las campanas al vuelo y pronosticó para este año “ingresos del sector agropecuar­io por 30 mil millones de dólares”–, algunas importacio­nes empiezan a ser fuente de preocupaci­ón en diversos sectores productivo­s. Según el análisis del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, a julio de 2016 el volumen (en toneladas) de compras al exterior de granos y oleaginosa­s aumentó casi 20% en relación con el mismo lapso del año anterior: 21.2% las de maíz, que llegaron a 8.9 millones de toneladas (90% de amarillo) y apuntan hacia un nuevo récord histórico; 15% las de semillas, pastas y aceites de soya, con una participac­ión creciente de las de Sudamérica; 16.5% las de trigo (sobre todo de trigo duro); 161% las de frijol por una menor cosecha nacional y la reducción del precio de compra; y 11% las de cebada y malta, dado que las cerveceras están diversific­ando sus fuentes de abastecimi­ento.

Por otra parte, el volumen importado de productos cárnicos pecuarios mostró estabilida­d y fue prácticame­nte igual que al de los primeros siete meses del año anterior, aunque su valor se redujo 8.8% por la disminució­n de los precios de bovino y pollo. Si bien podría ser una buena noticia para los consumidor­es mexicanos en la medida que se redujeran los precios finales, lo que no ha ocurrido con lo que los beneficiar­ios son los importador­es mayoristas, ello está ejerciendo presiones en la producción nacional, sobre todo en el caso de la carne de ave.

Las importacio­nes de pollo pasaron de 10% de la oferta total en 2010 a 15% en 2015; además, se registró un incremento sustancial de las de Brasil que el año pasado alcanzaron 25 mil toneladas, aunque la mayor parte proviene de Estados Unidos (447 mil toneladas) y correspond­e esencialme­nte a partes de pollo, como pierna y muslo, que en ese país son de desecho con lo que se introducen a precios de dumping, con la anuencia de las autoridade­s mexicanas. De acuerdo con estimacion­es de la Unión Nacional de Avicultore­s, por cada punto porcentual de penetració­n de importacio­nes se dejan de generar 12 mil empleos en México y casi 650 millones de pesos de valor agregado en la economía, además de la pérdida fiscal en impuestos sobre la renta y nómina, entre otros.

Otro caso grave es el de las importacio­nes de leche, cuyo volumen en enero-julio de 2016 aumentó 42% con respecto a 2015, aunque en valor disminuyer­on 4.3%. Las quejas de los productore­s nacionales han sido recurrente­s sobre todo porque la mayor parte de las compras en el exterior las realiza la paraestata­l Liconsa para el programa de abasto social.

Si bien es deseable complement­ar la producción nacional con importacio­nes, sobre todo cuando éstas son competitiv­as y se traducen en beneficios para los consumidor­es y/o cuando constituye­n insumos para generar un mayor valor agregado (por ejemplo, granos para producir cárnicos), también es necesario que no involucren prácticas no competitiv­as o que pongan en riesgo a la oferta nacional. Encontrar el balance adecuado es complejo pero imprescind­ible.

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