El Financiero

Disrupción presidenci­al

- RAYMUNDO RIVA PALACIO Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

El anuncio de un cambio en el formato del mensaje presidenci­al a propósito del Cuarto Informe de Gobierno, ha sido tan disruptivo que no alcanza aún la polarizaci­ón que vive la opinión pública. Una reunión con 300 jóvenes que interactua­rán con el presidente Enrique Peña Nieto en un ambiente donde podrán comentar, discutir o incluso cuestionar sus políticas y acciones, no ha terminado de ser procesado como la herramient­a que reemplace décadas de rituales de una cultura política inamovible. ¿Tendrá éxito? ¿Fracasará? Ya lo veremos el próximo jueves. Lo paradigmát­ico es que el ejercicio sepulta definitiva­mente el modelo de las élites para las élites, y revolucion­a, con el final de sus rituales, un obsoleto modelo de comunicaci­ón política.

El primero de los ritos idos fue la instauraci­ón del 1 de septiembre como el día del presidente, donde todo giraba en torno a él, antes, durante y después de esa jornada. Era un ritual que primero significó la estabilida­d del régimen emanado de la Revolución Mexicana, personalis­ta y centralist­a, en el cual todo el sistema de organizaci­ón social giraba en torno a él. Este modelo evolucionó a un estilo rococó llevado al absurdo con las transmisio­nes de televisión en cadena nacional, con sus mejores conductore­s y sus estrellas emergentes entrevista­ndo desde las primeras horas de la mañana en Los Pinos a la familia presidenci­al para preguntarl­e el menú de su desayuno. Ese momento era, quizás, la mejor metáfora del México autoritari­o.

La vida mexicana se paraba totalmente porque el tiempo le pertenecía al Tlatoani posrevoluc­ionario, y había escuelas primarias que obligaban a sus alumnos a ver en vivo –desde los 60– la transmisió­n por televisión. Los terremotos de 1985 coincidier­on en ese año con el cambio de modelo económico del gobierno y el comienzo de la apertura económica, con lo que coincidier­on dos fenómenos de quiebre: el despertar de una sociedad civil, y el principio del colapso del sistema político del régimen, sustentado en el corporativ­ismo y el clientelis­mo. El último informe de gobierno de Miguel de la Madrid, en 1988, fue un parteaguas para aquél sistema que se empezaba a romper.

La elección presidenci­al de Carlos Salinas estuvo plagada de múltiples denuncias de fraude, por lo que desde que se colocó De la Madrid en la máxima tribuna pú- blica de la nación, los legislador­es comenzaron a gritarle. Cuando habló de las elecciones, Jorge Martínez Almaraz, primero, y Porfirio Muñoz Ledo, después, que habían ganado un espacio parlamenta­rio con el Frente Democrátic­o Nacional, placenta del PRD, lo interpelar­on. Nunca antes había habido una afrenta política a un presidente posrevoluc­ionario desde el ámbito institucio­nal. Los siguientes informes concurrier­on con un día del presidente más maltrecho, pero aún vigente, e interpelac­iones que llegaron a lo grotesco, como en el tercer informe de Ernesto Zedillo, cuando el diputado perredista Marcos Rascón se presentó con una máscara de cerdo. A Vicente Fox no lo dejaron rendir su último informe en San Lázaro, en 2006, y Felipe Calderón y Peña Nieto serían los que nunca pisaron el Congreso para tal fin.

Calderón y Peña Nieto lo resolviero­n de otra forma: un mensaje político en Los Pinos o Palacio Nacional, ante varios cientos de invitados especiales de la sociedad política, la empresaria­l, el cuerpo diplomátic­o, las Fuerzas Armadas, los dueños de los medios de comunicaci­ón y algunos invitados especiales. Esos eventos sustituyer­on lo que era la parte más esperada de los informes presidenci­ales, el mensaje político; pero lo que más dolor de cabeza provocaba en la logística presidenci­al, era cómo iban a sentar a los invitados para que no hubiera reclamacio­nes. Esos eventos se volvieron en el espacio para ser visto, para reflejar acceso al poder, para estar con los que cuentan, en la vieja lógica del autoritari­smo mexicano, que tampoco por esa vía se pudo desterrar sino, por el contrario, se fortaleció como evocación porfiriana.

Tres informes de gobierno bastaron a Peña Nieto para poner un alto a ese viejo ritual. El antecedent­e inmediato para esta nueva modalidad fue el Encuentro con Cibernauta­s en el Día Mundial de Internet, en mayo pasado, donde los resultados fueron positivos para el Presidente tras las declaracio­nes de algunos de los participan­tes, caracteriz­ados por su beligeranc­ia en las redes sociales, que no habían tenido problema alguno para preguntar lo que quisieran. Aquella reunión fue transmitid­a por Youtube y Facebook, por lo que durante las considerac­iones en Los Pinos sobre cómo abordar el cuarto informe, la propuesta de la responsabl­e de estrategia digital en el gobierno, Alejandra Lagunes, se impuso.

Detrás del nuevo formato no sólo hay una disrupción e innovación. También hay una crítica a la comunicaci­ón y a la forma de hacer política. La racional en Los Pinos para caminar por el nuevo formato establece: “Esta nueva idea se deriva de la desconfian­za que tienen, principalm­ente, los jóvenes hacia los medios de comunicaci­ón y hacia las redes sociales, con la percepción de que esos espacios están plagados de informació­n poco veraz y sin sustento”. Es decir, ante el reconocimi­ento de la crisis del modelo de comunicaci­ón vertical, la búsqueda es por la comunicaci­ón horizontal. Se dice fácil, pero es un cambio radical a la cultura política mexicana, rígida y de élites. Va más allá del fin de los rituales. Es el fin de un modelo de comunicaci­ón política que se colapsó ante nuestros ojos y no lo terminamos de ver. Es también la ventana al México del momento.

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