El Financiero

Actuar contra el abuso

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Como usted sabe, México empezó a modernizar­se en lo económico hacia la mitad de los años ochenta (en junio de 1986 ingresamos al GATT), y en lo político a fines de los noventa (con la derrota del PRI en la Cámara de Diputados, en 1997). Por fin empezábamo­s a movernos hacia lo que otros países habían hecho por siglos, y que está detrás de su avance económico, político y social. En mi opinión, América Latina es el continente más desigual y más violento del mundo, y tiene algunos de los máximos ejemplos de corrupción precisamen­te porque evitamos el proceso de modernizac­ión.

Los Países Bajos inician ese proceso a mediados del siglo XVI, lo exportan a Gran Bretaña a mediados del XVII, y se generaliza cien años después a través de las Revolucion­es de Estados Unidos y Francesa. Napoleón diseminó la modernidad por toda Europa (por eso Hegel identificó el fin de la historia con la victoria de Bonaparte en Jena, en 1806). Cuando Napoleón invade España, América Latina se independiz­a, para evitar la modernizac­ión. Y aguantamos otros dos siglos de privilegio­s y abusos.

El proceso que esos países distribuye­ron en dos, tres o cinco siglos nosotros lo estamos haciendo en décadas, y no es fácil. Estos cambios generan grandes reacciones en contra, precisamen­te de quienes tendrán que perder privilegio­s. Así fue con el ingreso al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con las reformas que lo acompañaro­n, y ahora con las que concluyero­n la transforma­ción. Los hombres más ricos del mundo y los sindicatos más grandes de América Latina perdieron mucho poder, y están enojados.

En materia política, la destrucció­n de la presidenci­a imperial implicó un vacío de poder en varios ámbitos que fue llenado por diversos grupos. Entre ellos, esos empresario­s y sindicatos, que ahora empiezan a ser controlado­s, pero también el crimen organizado y los gobernador­es. Contra el crimen, la lucha inició hace diez años, pero no terminará hasta que no decidamos invertir lo que requiere, que es más del triple de lo que hoy asignamos a los organismos de seguridad, justicia y defensa. Pero el problema más serio de México, hemos dicho desde hace años, es el poder de los gobernador­es, que no tienen contrapeso alguno. No los limita su Congreso local, ni su Tribunal local, ni el presidente de la República es su jefe, como lo era en el viejo régimen. Parece que hemos empezado a enfrentar este problema.

Los políticos responden a las exigencias de sus votantes, porque de ellos depende su futuro. Y los votantes en México han decidido que el tema que más les molesta es la corrupción, de forma que los políticos, en contra de su voluntad, han tenido que responder. Primero, organizaci­ones sociales y académicas lograron obtener una reforma constituci­onal para dar origen al Sistema Nacional Anticorrup­ción. Después, con el apoyo de más de 600 mil ciudadanos, lograron sacar adelante las leyes secundaria­s del Sistema. Finalmente, en las elecciones de junio pasado, los votantes castigaron a los gobernador­es más abusivos, logrando derrotar al PRI en cuatro entidades que jamás había perdido. Controlar a los gobernador­es es un paso indispensa­ble en la construcci­ón del Estado de Derecho pleno. Lo primero, creo, es proceder contra casos paradigmát­icos de abuso, pero no quedarse ahí. La aplicación plena del Sistema Nacional Anticorrup­ción permitirá auditar, desde la Federación, cerca del 90% de los recursos ejercidos por los gobernador­es, reduciendo significat­ivamente su margen de acción. Pero si no empezamos castigando los abusos casi inimaginab­les de gobernador­es que están saliendo, como Borge o Javier Duarte, de poco servirá todo lo demás. En ellos se juega el PRI su futuro, y todos nosotros el nuestro. Profesor de la Escuela de Gobierno,

Tec de Monterrey

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