El Financiero

Más claro

- MACARIO SCHETTINO

El debate entre los dos candidatos presidenci­ales de Estados Unidos aclara el panorama. Primero, no ocurrió una tragedia, que era poco probable pero de un costo elevadísim­o, y por eso mi preocupaci­ón del lunes. Los dos candidatos hicieron lo que han hecho siempre (ya tienen 68 y 70 años, no van a cambiar): Hillary se preparó a fondo e hizo uso de su amplio conocimien­to y de sus habilidade­s para debatir (y fingir); Trump no se preparó, hizo gala de su amplia ignorancia y mendicidad, y perdió el control en varias ocasiones. Por eso su dicho de que su mejor cualidad para ser presidente era su temperamen­to se convirtió en la nota de la noche.

Según los estudiosos, los debates no cambian nada en una elección. Sumados a otros eventos, posiblemen­te tengan impacto, pero no por sí mismos. Lo relevante del ocurrido el lunes es que hubo la posibilida­d de que millones de estadounid­enses vieran por primera vez debatir a Trump mano a mano con alguien más, frente a un público muy silencioso y un moderador rudo. Eso no había pasado antes. Trump no pudo hacer uso del público para amedrentar al rival, como en los debates republican­os, ni sometió al moderador, Lester Holt, a pesar de intentarlo en varias ocasiones. Sus seguidores se han quejado de que éste fue más duro con Trump que con Hillary. Eso puede percibirse, pero más bien ocurrió que Trump no contestaba las preguntas que se le hacían, a diferencia de Hillary, por eso la insistenci­a de Holt.

Pero creo que Damon Linker, en The Week, tiene un punto muy importante. Trump no tiene calificaci­ón alguna para la presidenci­a, pero se ha convertido en el representa­nte de todos aquellos que están enojados con los políticos. No con los demócratas, sino con todos los políticos. Como bien hace notar Linker, buena parte de los ataques de Trump podrían dirigirse a Clinton, a su marido, a Obama o a los dos Bush: Trump no defiende una plataforma republican­a (o para el caso, propia), Trump sólo representa a quienes están hartos.

Por eso me parece un error suponer que el 40 o 45% de votos que obtenga Trump son de racistas o antimexica­nos. Una parte sin duda así será, pero la mayoría de ellos a quien odian no es a los de otra raza u otra nación, sino a los políticos. No olvide que parte de la campaña de Obama en 2008 fue acabar con la mafia de Washington. No dudo que muchos que entonces votaron por Obama detrás de esa promesa, ahora lo hagan por Trump, a pesar de sus evidentes limitacion­es.

El gran perdedor del debate es el libre comercio, y de manera general, la economía de mercado. Tanto Trump como Hillary se han convertido en adalides de los mercados cerrados, de forma que sin importar quien gane, el panorama no es positivo. Además, Hillary hizo mucho énfasis en su intención de incrementa­r impuestos. Creo que los candidatos suponen que parte del enojo contra los políticos deriva de la economía, aunque las recetas que proponen sólo traerán miseria.

Este debate parece que cierra el peor momento de Clinton, que inició el 7 de septiembre, en el foro en el que Matt Lauer entrevistó a ambos candidatos, sin que Clinton pudiera responder bien el tema de los correos electrónic­os, ni Lauer pudiera controlar a Trump. A eso siguió el desmayo del 11 de septiembre, los días de enfermedad y los de preparació­n para el debate. En el promedio de encuestas, el margen de Clinton pasó de 3 a un punto en ese período. Eso parece haber terminado, y vamos a la recta final. Profesor de la Escuela de Gobierno,

Tec de Monterrey

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