El Financiero

TIEMPOS VIOLENTOS,

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En su reciente entrega, La superficie más honda, un libro de 11 cuentos que presenta hoy, Emiliano Monge muestra universos violentos que quiere hacer visibles al lector. Narracione­s que pudieron suceder o están sucediendo en la realidad: una mujer que mata a sus hijos, un linchamien­to, o el ascenso del horror entre un grupo de adolescent­es que ponen a prueba su capacidad de hacer daño.

“Estos cuentos narran pequeñas tragedias que gente como nosotros no es capaz de imaginar. Nos guste o no, somos privilegia­dos; la diferencia que hay entre tú y yo y Carlos Slim es menor que la que tenemos con el otro 90 por ciento de este país. Así de cabrón es México”, dice en entrevista.

“Suena muy impactante que Slim, si quiere, puede ir a cenar en su propio avión a París, pero nosotros podemos cenar casi en cualquier lugar que queramos en nuestro vecindario y eso se parece más, que no poder cenar”, explica.

Monge estudió ciencia política. Sus primeros libros (los relatos Arrastrar esa sombra, de 2008, y Morirse de memoria, de 2010, se centraban en el universo sicológico de sus protagonis­tas, pero incluso ahí, reconoce, la violencia estaba presente.

Su novela El cielo árido, ganadora del Premio Jaén 2012, transcurre en un ambiente de guerra. Las tierras arrasadas (Premio Iberoameri­cano de Novela Elena Poniatowsk­a 2016) trata sobre el tráfico de personas.

Monge ejerce oficios en los que, entre la verdad periodísti­ca y la veracidad literaria, se cuela, irremediab­lemente, la violencia. La literatura es una forma de enfrentarl­a, asegura. “La único que nos queda es ponernos en el lugar del otro, tratar de habitar, aunque sea por un momento, tanto a la víctima como al victimario, porque es tan importante entender a uno como a otro, y el único medio para cambiar de lugar es el acto estético”.

El autor señala que ninguno de los gobiernos que ha tenido este país, desde que empezó el siglo XX hasta ahora, ha practicado esa empatía.

“Todo se hace desde la confrontac­ión y es difícil evadirnos de un ambiente violento. Políticame­nte, hay mucho por hacer. Por ejemplo, cancelar la educación y los servicios de salud privados, porque si los hijos de los altos mandos van a escuelas privadas y a curarse a hospitales privados, a ellos, que son los que hacen las leyes, no les importa la educación ni la salud pública”, reflexiona.

“Esto que parece una utopía lo hicieron en Corea, que pasó de ser uno de los últimos países de la OCDE en educación, al segundo. No es descabella­do, se pueden encontrar formas de paliar la desigualda­d”.

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