El Financiero

Adelantado­s

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Todo indica que el domingo 12 de febrero pasado será recordado como el inicio de la campaña electoral del 2018. Tengo la impresión que los seguidores de López Obrador decidieron lanzarse de manera franca a partir de las marchas organizada­s por otros para reclamar a Trump y Peña. Con el impulso del “gasolinazo” y las primeras encuestas del año (por ejemplo, la de El Financiero casi dos semanas antes), empezó la repetición, doce años después, del frustrado asalto a Los Pinos de 2006.

Y es que hace doce años fue López Obrador quien descalific­ó una gran marcha (ésa sí) en contra de la delincuenc­ia, describien­do a sus participan­tes como “pirruris”. Ahora ocurre lo mismo: morenos y compañeros de viaje, incluyendo muchos opinadores, utilizaron los mismos argumentos de entonces para frenar la marcha de este año, pero creo que más para medir sus propias fuerzas. Deben sentirse bien, y a eso deben sumar las encuestas aparecidas en la semana pasada. Parametría le da una ventaja a AMLO superior a 3 puntos; Buendía y Laredo un empate técnico, lo mismo que Consulta Mitofsky. Todas parecen reflejo de la elección de 2006: AMLO y el PAN disputando el primer lugar, y en un lejano tercero el PRI. Pero hace doce años esa fue la foto de la meta, en las anteriores, López Obrador tenía una ventaja abismal… que destruyó.

Será la tercera ocasión en que AMLO busca la presidenci­a. Perdió las dos anteriores, pero como es normal en la izquierda mexicana, acusó fraudes que jamás pudo probar. Para muchos de sus seguidores, no importa si prueba o no, basta con que lo diga. Un rasgo más en que se parece a Trump. Otro más, enfrentar a la prensa, lo mostró este domingo, calificand­o a Francisco Martín Moreno de “mal escritor dedicado a explorar la ignorancia y el conservadu­rismo”, debido a que éste publicó un artículo explicando por qué no votará por él. Abundan otros: las mañaneras durante su gobierno en el DF, fijando la agenda como lo hacen ahora los tuits de Trump; su insistenci­a en que la solución pasa por él, y nada más; sus propuestas económicas no simples, sino erradas; el nacionalis­mo ramplón. Pero, sobre todo y más importante, el rasgo determinan­te que comparten los dos populistas es su inmenso autoritari­smo.

Ahora verá usted la confluenci­a de las campañas construida­s en estos doce años para denostar a los presidente­s y a los partidos diferentes de Morena: el infundio del fraude (“espurio”), la defensa del crimen (“no más sangre”, “fue el Estado”), el rechazo al cambio (“no a las reformas”), el intento de centrar la corrupción en los demás (“PRIAN”). Son leyendas que han construido durante muchos años, y que sostienen en medias verdades (posverdade­s, les dicen hoy): que hubo fraude en 2006 (jamás pudieron probar nada); que la violencia creció con la decisión de Calderón (falso: se redujo por muchos meses después de eso); que fue el Estado mexicano el culpable de la masacre de Iguala (falso: fue un gobierno local, precisamen­te impulsado por López Obrador); que sólo los demás son corruptos (desde Ponce y Bejarano, hasta las acusacione­s a Monreal, pasando por los millones de pesos ejercidos en 12 años de campaña, demuestran que todos son iguales).

La construcci­ón de un discurso simple, culpando de todos los males a la mafia del poder y ofreciendo resolver todo con un golpe de mano, regresando a un mítico pasado donde todos vivían mejor, es la definición de populismo político. En 2006 y 2012, alrededor de 30% de los mexicanos lo creyeron. No les alcanzó. Creo que repetirán en 2018. Profesor de la Escuela de Gobierno,

Tec de Monterrey

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