El Financiero

Para superar una ruptura

- VALE VILLA

Algunas mañanas olvida que terminaron, pero en cuanto logra despertar, se pone a llorar un largo rato y le cuesta salir de la cama para empezar el día. Fue a ver a su doctor porque no duerme, come mal y ha perdido las ganas de hacer cosas. Él opina que es el final de su relación amorosa lo que la tiene así, como si estuviera enferma. Le pide que se cuide porque las separacion­es son un factor de riesgo para la depresión clínica.

Apenas han pasado algunas semanas desde que lo dejó de ver, pero ya comienza a vislumbrar el deseo como un recuerdo que se va alejando. No se imagina con ganas de sexo casual. Tampoco se imagina teniendo sexo con nadie más, nunca más.

No sabe qué perdió él cuando decidió no seguir adelante. Ella pierde a su mejor amigo, a su confidente, al más íntimo de su gente amada, a quien cuidó y la cuidó durante todas las tormentas que enfrentaro­n.

Pero pierde algo mucho más importante que es difícil de explicar. De repente está perdida en el mundo, desorienta­da, sin saber quién es sin él. Porque con él cambió su forma de ver el mundo y, por más que intentaron conservar sus espacios individual­es, rompieron muchos límites personales y se volvieron dependient­es. Para bien porque hubo viajes, lugares y rutinas nuevos, una geografía amorosa inédita, amor y gusto por rituales distintos, secretos compartido­s, chistes privados, palabras inventadas, nuevas formas de acercarse al deseo y al sexo. Una vida tejida despacio que ahora toca deshacer y desechar.

Hoy se arrepiente de haber dejado de pensar en ella para concentrar­se en los dos. Qué querían y cómo se imaginaban el futuro son preguntas que perdieron sentido. Ahora se cuestiona si de verdad le gustaba todo lo que compartían o sólo intentaba hacerlo feliz. Porque dejó de hacer cosas que antes la hacían feliz sólo porque a él no le interesaba­n o porque le quitaban tiempo para estar con él. También él creyó que tenía que abandonar viejas costumbres y gustos para construir la relación. En eso se equivocaro­n los dos.

Ya no sabe cómo tranquiliz­arse, como darse consuelo y ánimos a sí misma. Él se volvió su terapeuta, su padre y su porrista. Ahora enfrenta el reto de darse lo que él le daba y encontrars­e de nuevo con su propio ritmo para vivir. Ahora tiene que acostumbra­rse a la ausencia física y emocional y entender que lo que siente se parece a un síndrome de abstinenci­a; como si hubiera dejado el alcohol, el azúcar o el tabaco de un día para otro. Está nerviosa, triste y sin energía. A veces tiene taquicardi­a y hace unos días por primera vez en su vida, tuvo la presión alta. Se llama duelo, se dice para tranquiliz­arse. Se llama cambiar de dirección para pensar en un futuro nuevo sin él, lo cual es agotador, confuso y difícil.

Algo precioso se perdió y todavía sigue pensando si tiene reparación. Siente enojo, tristeza, amor y deseo al mismo tiempo. La rabia le ayuda a sentirse menos frágil: culparlo de todo y pensar que él rompió el compromiso que tenían le hace bien a ratos. Pensar que él fue incapaz de pedir perdón por las ofensas, ni de perdonarla por sus errores la hace odiarlo por cobarde. Enojarse le hace bien y siente que es útil para comenzar a recuperars­e.

Aunque le urge dejar de sentir dolor, sabe que en el proceso está resurgiend­o una parte de ella que había perdido. Repasa los detalles de la separación e intenta hacerlo sin demasiado drama, analizando sus errores, lo que pudo haber hecho diferente, lo que aprende de la experienci­a para no volverlo a repetir.

Ahora tiene que evitar cualquier contacto con él si quiere estar mejor. Monitorear su vida, preguntar por él, buscarlo en las redes, sólo le trae malestar y añoranza.

Quiere creer que un día la tristeza pasará y los recuerdos y la añoranza desaparece­rán. Quiere creer que el sufrimient­o también es una oportunida­d para mejorar en su vida personal y en sus relaciones. Ya no quiere volver a perder parte de su identidad ni abandonar sus anhelos. Su prioridad ahora es tener claridad sobre quién es, sobre quién quiere ser y desactivar la creencia de que la soltería es una maldición.

Vale Villa es psicoterap­euta sistémica y narrativa. Conferenci­sta en temas de salud mental.

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