Los temores sobre la tecnología
Uno de los temores más antiguos expresados por diferentes actores económicos en cualquier país se refiere a la posible eliminación de fuentes de trabajo causada por la automatización. Si bien propician transformaciones en la estructura ocupacional, la mecanización y el cambio tecnológico aumentan el empleo total.
El pesimismo sobre el posible impacto de las máquinas en la ocupación ha sido compartido por destacados filósofos y economistas a lo largo de historia. Por ejemplo, Aristóteles sostuvo que, si las máquinas avanzaran suficientemente, no habría necesidad del trabajo humano. Casi veintitrés siglos después, el economista John Maynard Keynes acuñó el término “desempleo tecnológico” para designar la situación en la que las nuevas tecnologías pueden ocasionar una caída duradera en la ocupación.
En ocasiones, los gobiernos también han sucumbido a este pesimismo restringiendo la aplicación de los cambios tecnológicos. Por ejemplo, los reyes de Inglaterra Isabel I y Jaime I se negaron a expedir una patente para la máquina de tejer, argumentando que tal invento podría dejar desempleados a los trabajadores textiles. En el siglo XX, Mao Zedong implementó en China una política de freno a las innovaciones con la pretensión de evitar el desempleo.
La oposición a la automatización ha conducido a movimientos sociales, siendo el más prominente el de los artesanos ingleses del siglo XIX, conocidos como luditas, que destruían los telares por amenazar las habilidades aprendidas en su oficio.
Los temores sobre los efectos laborales de la automatización ganaron atención en los países avanzados ante la elevación del desempleo posterior a la Gran Recesión. Más recientemente, algunos analistas han especulado que una de las razones que le dieron la victoria al actual presidente de Estados Unidos fue la “falta de oportunidades” asociada con la tecnología.
A pesar de su recurrencia, los temores sobre la supuesta amenaza de la “robotización” contra el empleo en las economías han sido exagerados, ya que se basan en un análisis parcial. De hecho, los cambios tecnológicos han resultado en bienestar, mayor productividad y más ocupación total.
Sin duda, muchas de las innovaciones, especialmente las que involucran automatización, resultan en un ahorro de mano de obra, al sustituir el trabajo físico y las actividades rutinarias por máquinas y computadoras. Dos ilustraciones son la reducción de trabajadores agrícolas por la introducción del tractor y la desaceleración del empleo manufacturero por la mecanización.
Sin embargo, existen por lo menos tres canales a través de los cuales la tecnología aumenta el empleo, e históricamente dicho incremento más que ha compensado el descenso por la sustitución anterior. El primero surge de la expansión de los sectores donde se originan las innovaciones, como ha sucedido en las tecnologías de la información y la investigación.
El segundo se observa en las actividades donde la mano de obra exhibe una elevada complementariedad con los avances tecnológicos, como son el cuidado de la salud, la ingeniería y los servicios bancarios.
Y el tercero es resultado de los menores precios de los productos favorecidos por las nuevas tecnologías, que permite un aumento de la demanda de otros bienes y servicios. El mayor gasto puede estar relacionado con el cambio tecnológico, como en la sustitución de los coches de caballos por el automóvil y los camiones que generó una industria alrededor del transporte masivo, la cual incluye restaurantes y hoteles a lo largo de las carreteras. Pero también, pueden no estar conectados con las innovaciones, por ejemplo, un mayor esparcimientol. Los cambios tecnológicos y la automatización implican recomposiciones ocupacionales en las economías, que van aparejas con el crecimiento del trabajo total. México no ha estado ajeno a estos cambios.
Así, de 1970 a 2016, el personal ocupado en nuestro país creció casi continuamente, a una tasa promedio anual superior a 3%. En ese mismo lapso, la importancia relativa del empleo en el sector primario y el manufacturero disminuyó, respectivamente, de 42 a 13% y de 19 a 16%. En contraste, la ponderación de los servicios aumentó de 36 a 61%.
Una parte del pesimismo sobre los cambios tecnológicos puede explicarse por su falta de predictibilidad, la cual provoca ansiedad. ¿Quién podría haber pronosticado hace algunos años que el teléfono inteligente iba a sustituir a las cámaras fotográficas?
No obstante, la parte más importante del pesimismo parece estar asociada con los reacomodos de ocupación que pueden ser dolorosos. Para ello, es importante que la educación vaya de la mano del progreso y sea cada vez más incluyente, para que todos puedan ver los cambios tecnológicos como una gran oportunidad.
Manuel Sánchez González es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)
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