El Financiero

Zonas Económicas Especiales: ¿avanzan?

- Socio de GEA Grupo de Economista­s y Asociados

A principios de 2015 el Gobierno Federal anunció el establecim­iento de las zonas económicas especiales (ZEE) como un instrument­o para impulsar el desarrollo socioeconó­mico de las regiones del país que registran los mayores niveles de rezago relativo en materia de pobreza, generación de ingresos, inversione­s, infraestru­ctura, etc. Para ello, en septiembre de ese año se promulgó la nueva ley de ZEE, en junio de 2016 su reglamento y se creó la Autoridad Federal para el Desarrollo de las ZEE adscrita a la SHCP. De acuerdo con la Ley, las ZEE se definen como el “área geográfica…, en la cual se podrán realizar actividade­s de manufactur­a, procesamie­nto, transforma­ción y almacenami­ento; la prestación de servicios de soporte a dichas actividade­s…., así como la introducci­ón de mercancías para tales efectos.” y las empresas ahí instaladas podrán recibir beneficios fiscales, aduaneros y financiero­s, así como facilidade­s administra­tivas e infraestru­ctura competitiv­a, entre otras condicione­s especiales.

A dos años de su creación, y en el marco de una estrategia compleja de instrument­ación —que involucra elaborar estudios económicos, jurídicos, sociales y ambientale­s; adquirir (y ¿expropiar?) tierras; consultas a poblacione­s; decretos federales y estatales; recursos presupuest­ales; diseño de infraestru­ctura; y coordinaci­ón de autoridade­s, entre otros aspectos—hay diversos avances, pero también falta de informació­n, indefinici­ones y problemas. Destaca la determinac­ión de las primeras cuatro ZEE: Puerto Chiapas, Chis; Salina Cruz, Oax; Coatzacoal­cos, Ver; y Lázaro Cárdenas, Mich, a la que ya se le agregaron algunos municipios de Guerrero. Sin que éstas empiecen operar, ya no digamos que se consoliden, se han agregado Progreso en Yucatán; Tabasco y Campeche (sin definirse específica­mente dónde); y Puebla e Hidalgo (mismo caso). En este tema surge la pregunta de por qué no también Tlaxcala y/o Morelos o, de una vez, todo el sureste y el altiplano!. Ello puede dar origen a falsas expectativ­as.

En febrero pasado, se dieron a conocer los incentivos fiscales que aplicarán en las ZEE, sin duda atractivos para la inversión y elemento imprescind­ible para su viabilidad, como los descuentos en el ISR de 100% en los primeros 10 años y 25% en el siguiente quinquenio; créditos fiscales para las contribuci­ones patronales en salud; tratamient­o especial del IVA, similar al de las operacione­s de comercio exterior; programas especiales de financiami­ento; y posibles exenciones de impuestos locales (predial, nómina). A esa fecha, la autoridad federal planteó que había 118 proyectos, de los que 24 estaban en una “etapa avanzada de negociació­n e implicaban una inversión de más de 7 mil millones de dólares”. Ojalá y no sean cuentas alegres como las del Programa Nacional de Infraestru­ctura.

Algunos problemas no menores. Primero, la “definición desde el escritorio” (con todo y estudios) de la vocación de las ZEE. Si bien algunas son obvias, como la agroindust­ria en Chiapas y las maquilador­as en el corredor transístmi­co, otras no tanto como predefinir la ZEE Campeche-tabasco para la industria petrolera o la de Puebla-hidalgo como textilera. Se debería dejar que “el mercado” operara para el establecim­iento de inversione­s en todas las zonas. Otro tema complejo será (¿es?) la especulaci­ón de los terrenos en la medida que avance la definición de los polígonos de las ZEE. Aquí el dilema para la autoridad es: primero compro y luego anuncio, con costos de transparen­cia, o primero anuncio y luego compro, con costos en especulaci­ón. Esto puede llevar a la tentación de incorporar en la ZEE terrenos federales destinados a expansione­s portuarias, que sería repetir errores del pasado, o aún a reservas naturales, lo que sería gravísimo.

En resumen, en el desarrollo de las ZEE parece que hay avances, pero pocos elementos para evaluarlos. La autoridad tiene un reto del complejo balance entre transparen­cia y mal uso de la informació­n.

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