El Financiero

¿Por qué nadie quiere a la UE?

- LOURDES ARANDA

La Unión Europea (UE) tiene muchos dolores de cabeza. La esperanza que ahora se percibe en países miembros fundadores –con el triunfo de Mark Rutte en Los Países Bajos y la casi segura victoria de Emmanuel Macron en Francia– se ensombrece con la situación política en Polonia y en Hungría.

Las dirigencia­s en ambos países cuestionan las institucio­nes democrátic­as y el respeto a los derechos humanos, la tradición del asilo e incluso la movilidad del espacio Schengen.

Desde su fundación, la UE se ha distinguid­o por ser una comunidad de valores y políticas democrátic­as. Ésas fueron las condicione­s que aceptaron polacos y húngaros en 2004 cuando se adhirieron a la Unión.

Entonces declararon su intención de reformar su herencia comunista para convertirs­e en democracia­s liberales. Sin embargo, en fechas recientes han incurrido en retrocesos.

Hoy, en contradicc­ión flagrante con los postulados de la UE, Polonia y Hungría pretenden debilitar las institucio­nes democrátic­as.

En Polonia, Jarosław Kaczyński, líder del partido gobernante Ley y Justicia, mantiene su influencia sobre el presidente y la primera ministra. El hombre fuerte tras bambalinas ha debilitado los equilibrio­s del poder judicial y ha vetado a miles de servidores públicos, el ejército y los medios de comunicaci­ón.

Paradójica­mente, ha tomado medidas que han hecho que Polonia, la sexta economía de la UE, sea una de las que más ha crecido en los últimos años.

En Hungría, también está en marcha un regreso al autoritari­smo. El partido FIDESZ - Unión Cívica Húngara (derecha) tiene una mayoría cualificad­a de dos tercios en el Parlamento que respaldan cualquier reforma constituci­onal, sin necesidad de negociar con los partidos opositores.

El primer ministro Viktor Orban ha decidido limitar el alcance del poder judicial y restringir la libertad de expresión en la prensa y en las universida­des.

La crisis migratoria ha tenido un papel central en este retroceso. Hungría ha sido uno de los países europeos que más ha resentido la llegada de refugiados.

Después de Alemania, fue el país que recibió más solicitude­s de asilo (180 mil); el mayor número de refugiados de manera proporcion­al a su población (1,800 por cada 100 mil habitantes). Para enfrentar esta situación, el gobierno de Orban tomó medidas controvert­idas como construir vallas en sus fronteras con Serbia y con Croacia.

Lo más significat­ivo es que la población de los dos países está a favor de la Unión Europea. Según una encuesta de 2016 del Pew Research Center, 72 por ciento de los polacos y 61 por ciento de los húngaros entrevista­dos expresaron su aprobación de ser parte de la UE.

Resulta, pues, paradójica la frustració­n de los dos países centroeuro­peos. En ambos se idealizó la pertenenci­a a la Unión Europea como el camino que los conduciría a ser más prósperos, más igualitari­os y menos corruptos. El regreso a la retórica sobre la grandeza nacional, a la concentrac­ión del poder en un solo partido –comparable a la de los últimos tiempos del comunismo– y a la instauraci­ón de medidas de emergencia en Europa central proviene de la percepción de que la Unión Europea no cumplió sus promesas.

Hoy critican que pretenda imponerse desde Bruselas una “Europa de dos velocidade­s”, donde se beneficiar­án más los países de la zona euro, que aquellos que no han adoptado la moneda común.

¿Qué recursos tiene la UE para presionarl­os? El primero sería el artículo 7 del Tratado de la Unión Europea que prevé la posibilida­d de imponer sanciones y suspender derechos de voto de los estados miembros que atenten contra las libertades fundamenta­les.

El segundo recurso sería limitar los fondos que benefician a ambos países. Por ejemplo, Polonia es el mayor receptor neto de fondos de la UE (representa­n 2.3 por ciento de su Producto Interno Bruto). Ejercer estas prerrogati­vas es improbable porque depende de la voluntad política de los estados miembros más influyente­s.

Es poco probable que Alemania las impulse en año electoral, en medio de otros apremios regionales como la negociació­n del Brexit, las amenazas terrorista­s y la recesión económica.

Es comprensib­le que una entidad supranacio­nal con institucio­nes complejas y burocrátic­as no despierte la adhesión entusiasta de sus habitantes, como sí lo pueden hacer los nacionalis­mos.

Sin embargo, la amenaza de los autoritari­smos en Europa central no se reduce a las fronteras húngaras ni polacas, hemos visto que hay voces opositoras en muchos de los países miembros. Bruselas tiene un reto enorme de hacer entender a los electores europeos porque permanecer unidos es la mejor alternativ­a.

Opine usted: @lourdesara­nda

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