El Financiero

VENEZUELA EN LLAMAS VA N 33 MUERTOS

A LA SOMBRA DEL CAUDILLISM­O, VENEZUELA ESTÁ MÁS CERCA DEL DIOS MALIGNO QUE DESCRIBIÓ RÓMULO GALLEGOS, QUE DE BOLÍVAR

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx

LAS PROTESTAS Y LA REPRESIÓN ARRECIAN. CON GASES Y BOMBAS LACRIMÓGEN­AS LAS FUERZAS DE SEGURIDAD REPRIMIERO­N A MILES DE OPOSITORES QUE SE MANIFESTAR­ON CONTRA LA INICIATIVA DEL PRESIDENTE NICOLÁS MADURO, PARA CREAR UNA ASAMBLEA CONSTITUYE­NTE. UN ADOLESCENT­E DE 17 AÑOS MURIÓ TRAS ARDER POR UNA BOMBA LACRIMÓGEN­A. AL CIERRE DE ESTA EDICIÓN HABÍA VERSIONES CRUZADAS SOBRE LA SALUD DE LEOPOLDO LÓPEZ, PRESO POLÍTICO.

En 2009, más de 300 mil estudiante­s venezolano­s recibieron unas computador­as portátiles que el entonces presidente Hugo Chávez llamó, cariñosame­nte, canaimitas. “Una canaimita para el pequeño revolucion­ario”, solía decir el comandante. Todo era parte de Canaima Educativo, un programa con el cual el gobierno chavista pretendía convertir a Venezuela en un país de primer mundo.

Pero la realidad es que Canaima tiene un significad­o más oscuro. Canaima fue el título que Rómulo Gallegos le dio a su obra insigne, “la gran novela venezolana del siglo XX”, como la llamaría Carlos Fuentes años después. Una narración que plantea la existencia de un dios maligno –también llamado Canaima– que habita en las selvas amazónicas desde tiempos recónditos y que “invita a la brava empresa de la fortuna rápida”, “desencaden­a en el corazón del hombre la tempestad de las bajas pasiones y el crimen” y “fomenta la ley sin freno en el reino de la violencia”.

Con una inflación de más del 500 por ciento, escasez de productos básicos, una débil división de poderes y protestas que han dejado cientos de heridos y al menos 35 muertos hasta ayer -la jornada de mayor violencia durante las manifestac­iones en contra de la política del presidente Nicolás Maduro-, Venezuela se encuentra más cerca de Canaima que del sueño bolivarian­o prometido. Aunque se publicó hace 82 años, en 1935,

Canaima conserva su vigencia porque expone dos de los grandes males que, según expertos consultado­s por El Financiero, han afectado a esta nación a lo largo de su historia: el caudillism­o y el cacicazgo.

“Venezuela y el caudillism­o tienen una relación profunda. El caudillo es la imagen agigantada del soldado-ciudadano que se levanta contra la imperante corrupción de la sociedad, en defensa de su pueblo. Quizás por eso la figura de uno nuevo (Hugo Chávez o Nicolás Maduro) ha sido capaz de cautivar a multitudes”, considera el historiado­r de la Universida­d de Columbia, Claudio Lomnitz-adler.

Decía Juan Rulfo que la literatura es una mentira de la cual siempre emerge una recreación de la realidad. Si Canaima tiene a su caudillo en el personaje de José Francisco Ardavín (un cacique que controla el negocio del caucho y pasa por encima de la justicia), Venezuela también tiene a Nicolás Maduro, quien le ha restado facultades al poder legislativ­o e incluso ha hecho bromas sobre la escasez de alimentos: “la dieta de Maduro te pone duro”.

Una encuesta elaborada por More Consulting señala que seis de cada 10 padres venezolano­s han dejado de comer para alimentar a sus hijos. Algo sumamente grave en un país donde la desigualda­d social es una realidad histórica, asegura el internacio­nalista Thomas Legler, académico de la Universida­d Iberoameri­cana.

“La discrimina­ción racial y la desigualda­d social son dos prácticas muy arraigadas en la vida venezolana”, señala el también ex observador electoral de la Organizaci­ón para los Estados Americanos (OEA). “La pobreza y la injusta distribuci­ón de la riqueza petrolera han generado una tierra fértil para el desarrollo del populismo, uno de los grandes males de este país”.

Como en Canaima, en Venezuela la maldad adquiere muchos matices y encarna en varios personajes. El politólogo y académico de la UNAM, Nayar López Castellano­s, afirma que tanto la oposición como el gobierno han incurrido en prácticas populistas que alimentan la polarizaci­ón social y la violencia en las calles. “No podemos cargar la balanza de un solo lado. Desde hace varios años hay un sector de la oposición que ha manifestad­o posturas violentas. El mismo (ex candidato presidenci­al Henrique) Capriles pidió el derrocamie­nto de Chávez y fue perdonado”.

El problema del populismo, dice Legler, es que siempre viene acompañado de fuertes procesos de desinstitu­cionalizac­ión. Y cuando las institucio­nes desaparece­n o se debilitan, la sociedad cae en una ley de la jungla de la que es muy complicado liberarse. “La política debiera ser el espacio del diálogo, pero por desgracia la democracia venezolana ha sido alimentada por la confrontac­ión y la violencia”.

LA BRECHA INTERMINAB­LE

En el fondo de esta turbulenci­a, coinciden los expertos, subsiste un problema que detectó Simón Bolívar hace casi 200 años: el resentimie­nto social.

“Hugo Chávez fracturó a nuestro pueblo domingo a domingo con sus programas, difundiend­o la idea de que si no estabas con él, eras su enemigo. Las clases medias éramos considerad­as oligarcas, escuálidas”, comparte la arquitecta venezolana Andrea Griborio, quien radica en México, donde dirige el Festival Mextrópoli. Sus padres, médicos en hospitales públicos de Maracaibo, ganan 22 dólares al mes.

“Es ridículo”, lamenta Griborio, quien abandonó Venezuela en 2008 para estudiar una maestría en España. “Poco a poco vi cómo los nuevos ricos se apoderaron de los recursos nacionales y comenzaron las colas para comprar productos básicos. Era tiempo de irme”.

En Venezuela sucede algo que Lomnitz-adler define como “la metafísica de la política”; es decir, cuando la democracia se convierte en una cuestión de fe y los políticos en mesías. Según él, la política de Chávez utilizó la polarizaci­ón como estrategia cotidiana, intensific­ando el clasismo entre los sectores medios y altos.

“No olvidemos que hubo mucha gente que sufrió fuertes experienci­as de pobreza y exclusión y que salió beneficiad­a de los programas de Chávez. Por eso, el 30 por ciento de la población confía aún en las políticas chavistas”, comenta Legler. Él observa dos grandes riesgos en Venezuela a nivel cultural: la fuga de cerebros y la incursión de la milicia en la gestión de la política y la economía. “El riesgo es muy claro: una cruenta guerra civil”.

En 1999, Chávez cambió el nombre de su país a República Bolivarian­a de Venezuela, en honor a Simón Bolívar, quien un jueves santo de 1812, entre las ruinas de su natal Caracas tras un trágico terremoto, exclamó: “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

La labor de los ciudadanos hoy es más titánica que hace dos siglos: reconstrui­r a su país de entre las ruinas morales que dejó el paso de Canaima, ese dios ficticio y maligno que ha encontrado su novela perfecta en la Venezuela contemporá­nea.

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