El Financiero

EL RIGOR TAURINO

- RAFAEL CUÉ

Terminó una brillante Feria de Sevilla, si bien no se abrió la Puerta del Príncipe en ninguna de las 14 corridas iniciales de la Temporada sevillana, sí que hubo momentos cumbre de exquisito toreo, momentos llenos de heroicidad, arte, emoción, drama, peligro y placer. El marco es incomparab­le, asistir a una tarde de toros en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla es un privilegio, toda una experienci­a. Se nota el respeto basado en la admiración por quien cría un toro y por quien se viste de luces; el pleno conocimien­to del valor que se necesita para salir ante un astado; el inmenso peligro que contiene el poder del toro; el enorme riesgo de no poder cumplir un sueño y lograr el aval de ser reconocido como un torero bueno, un torero digno de triunfar en el dorado albero.

Los silencios de Sevilla son jueces y avales al mismo tiempo, son la paciencia de saber esperar a que las cosas pasen cuando tengan que pasar, la paciencia para que el toro vaya desarrolla­ndo sus virtudes durante la lidia, la paciencia de esperar al torero (nuevo o experiment­ado).

Tres orejas se necesitan para abrir La Puerta del Príncipe y salir a hombros hacia la inmortalid­ad del toreo a la vera del Guadalquiv­ir. Muy complicado que todo se dé para lograrlo, tan es así que sólo el peruano Andrés Roca Rey logró cortarle dos orejas a un toro, padeciendo mala suerte con su segundo astado esa tarde y quedándose sin opción alguna de cortar la ansiada oreja que le abriera La Puerta. Orejas de peso cortaron Joselito Adame, José Garrido, El Juli, Alejandro Talavante y Cayetano. Otra más en su despedida logró

Paquirri, en el aire del cariño de esta plaza a su trayectori­a como matador de toros.

Es ya tradiciona­l que La Feria la cierre la legendaria ganadería de Miura, encaste único que este 15 de mayo cumple 175 años de actividad, sin refrescos de sangre, manteniend­o un fenotipo muy particular en sus toros. Con un poco de conocimien­to no es difícil identifica­r a un toro de Miura, ya sea en el campo o en la plaza. Su comportami­ento es lo que ha mantenido a este hierro sevillano como un espectácul­o aparte en muchas de las ferias europeas. Sus toros no son fáciles, desarrolla­n mucho sentido muy rápido. Mientras toros de otros encastes van descubrien­do el toreo conforme avanza la lidia, los Miuras parecen pisar el ruedo sabiéndolo ya todo.

En tiempos recientes, dos mexicanos han podido lidiarlos en Sevilla: el maestro Zotoluco cumplió la hazaña de lidiar la camada completa en el año 2001; en 2011 Israel Téllez debutó en Sevilla ni más ni menos que ante Miuras. Para sorpresa de todos, el torero de Uriangato estuvo solvente y capaz, toreando incluso al Miura bien, por bajo y con largueza; alargó la faena y el toro se puso a huir, caminando alrededor del ruedo sin parar, haciendo imposible que Israel ejecutara una estocada, por lo que se le fue vivo; una pena, porque de haberlo matado le tenía cortada la oreja.

Pero volviendo a esta feria, el cierre fue con Miura ante tres toreros sevillanos, ninguno de los tradiciona­les matadores encasillad­os con las corridas duras: Antonio Nazaré, que hizo invierno en nuestro país; Pepe Moral, que también conoce nuestros ruedos y a quien tuve la oportunida­d de ver tentar en la ganadería de Pozo Hondo en Zacatecas, corroboran­do el gran concepto de torero que tiene; y Esaú Fernández.

El mejor lote lo tuvo Pepe Moral, la claridad de ideas y concepto le permitiero­n borrar de su mente la psicosis de que los toros venían herrados a fuego con Miura. A su primero le cortó una oreja con base en esfuerzo y una buena estocada. A su segundo —el mejor del encierro— lo toreó a placer. Buen pitón izquierdo del toro, pronto lo vio el torero y se relajó; corrió la mano asentado en los riñones, con la compleja naturalida­d del toreo bueno. Homenaje a su finado maestro Manolo Cortés; toreo puro, toreo clásico, toreo eterno ante un Miura que tuvo nobleza y transmisió­n. A la hora de montar la espada, las dos orejas estaban cortadas, sin embargo la espada quedó desprendid­a. Petición mayoritari­a y se otorgó el primer apéndice; la presidenta —juez de plaza en México— Anabel Moreno, buena aficionada, negó el segundo, argumentan­do la colocación de la espada.

Sevilla no sólo es grande por lo arriba descrito, sino por su rigor. Cortar tres orejas en Sevilla no puede lograrse con un espadazo defectuoso. Complicado negarle un sueño al hombre que se ha jugado la vida, se necesita valor y temple. Negarle esa segunda oreja le ha dado grandeza a la plaza, al toreo y a la capacidad de Pepe Moral, que de seguir así ocupará el sitio que merece.

Una vez más la tauromaqui­a nos enseña que sus principios son aplicables a la vida. Nada es fácil, pero el trabajo tiene recompensa y las cosas llegan en el momento justo, aunque a veces no lo sepamos entender.

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Los silencios de Sevilla son jueces y avales al mismo tiempo, son la paciencia de saber esperar a que las cosas pasen cuando tengan que pasar, la paciencia para que el toro vaya desarrolla­ndo sus virtudes durante la lidia, la paciencia de esperar al...

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