Sin inversión no habrá crecimiento
Como se ha reportado y analizado en estas páginas —la última de Enrique Quintana la semana pasada— de no darse una recuperación sostenida de la inversión pública y privada en los próximos años, México no crecerá al ritmo requerido por el aumento de la población ni abatirá los niveles de pobreza que registra actualmente; pero aún, podría reducirse la denominada tasa natural de crecimiento del PIB de 2.5%-3.0% anual a menos de 2.0%.
De acuerdo con información del INEGI, a febrero de este año la inversión fija bruta se redujo 0.8% en relación con enero pasado y 2.5% con respecto al mismo mes del año anterior (cifras desestacionalizadas). Ese resultado confirma el pobre desempeño de la inversión que se observa desde mediados de 2015 y que prácticamente implica un estancamiento durante toda esta Administración. A ese mes la contracción fue particularmente severa en el componente de construcción no residencial (-11.7% a tasa anual), ya que la residencial y la de maquinaria y equipo crecieron 5.1% y 3.7%, respectivamente. Se ha señalado, con razón, que el comportamiento de la construcción no residencial es atribuible a la evolución de la obra pública (con cifras de finanzas públicas en enero-marzo de 2017 se redujo 22% en términos reales, con lo que acumuló ocho años de contracción); sin embargo, esa inversión también incluye un componente privado no residencial importante, tanto en obras estrictamente privadas (fábricas, oficinas, etc.) como de “inversión financiada” (obra pública con financiamiento privado), que tampoco ha crecido.
En una perspectiva de mayor plazo, la evolución de la inversión tampoco es favorable. El indicador de la formación bruta de capital fijo, que calcula el INEGI y mide cuánto se invierte en activos fijos como maquinaria y equipo, inmuebles, equipo de transporte, de cómputo y productos de propiedad intelectual, señala que en 2008 alcanzó 23.1% del PIB, mientras que en 2015 (último dato disponible) se situó en 22%; esto es, en ese año la economía tuvo un menor acervo de capital para crecer que siete años antes. Además, la disminución se registró en las actividades secundarias (industria) y en la participación nacional en la inversión.
Por su parte, en 2016 la inversión extranjera directa se redujo 19.5% anual y el componente de nuevas inversiones 22.5%, y ha mostrado una elevada volatilidad: 47.5 mil millones de dólares en 2013 (cifra atípica, por la adquisición de varias grandes empresas mexicanas), 27.5 mil millones en 2014, 33.1 mil millones en 2015 y 26.7 mil millones en 2016. Además, en ese periodo las nuevas inversiones sólo representaron poco más de una tercera parte de la total.
A ello se suma que a principios de cada año, el sector privado anuncia inversiones millonarias, en ceremonias en las que abundan los elogios mutuos entre las cúpulas empresariales y la administración federal, pero que en realidad nadie sabe si se cumplieron esas promesas. Este año no fue la excepción y en febrero el Consejo Coordinador Empresarial anunció que se invertirían $3.5 billones de pesos en 2017, monto equivalente a 17% del PIB. Ojalá la veamos y el sector rinda cuentas de sus promesas al finalizar el año.
Lamentablemente el entorno y los determinantes de la inversión en los próximos años no parecen favorables. El sistema fiscal no va a cambiar y es previsible que ponga a México en desventaja frente a Estados Unidos y su propuesta de reducir las tasas del impuesto al ingreso; los mercados financieros serán desfavorables con el aumento de las tasas de interés; no hay avances en el estado de derecho y la seguridad de las inversiones; los niveles de inseguridad física para personas y negocios van escandalosamente al alza; las expectativas empresariales no mejoran y aumentan las opiniones que “no es buen momento para invertir”.
¿Cómo sostener el crecimiento de la economía sólo con el impulso del consumo y de las exportaciones? A mediano plazo ello no va a ocurrir.
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Socio de GEA Grupo de Economistas y Asociados