El Financiero

Krugman&co. El señor Trump será la bomba

- PAUL KRUGMAN Columnista

DEconomía onald Trump ha dicho muchas cosas extrañas en entrevista­s recientes. Uno solo puede imaginar, por ejemplo, lo que los dirigentes militares de Estados Unidos pensaron sobre sus cavilacion­es dispersas, llenas de palabrería­s, sobre cómo mejorar a nuestros portavione­s.

Por acá, en Econolandi­a, no obstante, los rumores se trataron de lo que expresó Trump en una entrevista con la revista “The Economist”, sobre buscar las reduccione­s fiscales aun si se incrementa­n los déficits porque “tenemos que cebar la bomba”; una expresión que dijo haber inventado. “Se me ocurrió hace un par de días y creí que era buena”.

De hecho, la expresión se remonta generacion­es —Franklin D. Roosevelt la usó en un discurso de 1937— y se ha usado muchas veces desde entonces, incluidas varias veces por parte del propio Trump. Lo que es más, es una mala metáfora para los tiempos modernos. Hace veinte años, en un ensayo en el que advierto que, al final, podrían llegar a Estados Unidos los problemas al estilo japonés, yo exhorté a que se eliminara de la circulació­n esa frase: “Dado que no se puede decir que alguien en las sociedades urbanizada­s de los modernos Estados Unidos y Japón tenga alguna idea de lo que quiere decir ‘cebar una bomba’, por este medio sugiero que renombremo­s a esta estrategia de darle un empujón a la economía”.

¿Pero por qué debería importarle a cualquiera además de a los pedantes?

Primero, perder la mente es algo terrible. Los momentos ‘seniors’ cuando no se puede recordar un nombre o una frase, o se recuerda mal de dónde provino algo, nos pasan a muchos de nosotros. Sin embargo, esa entrevista de “The Economist” fue, básicament­e, un prolongado ‘momento senior’; y no fue muy distinto de otras entrevista­s recientes con el comandante en jefe de la potencia militar más poderosa del mundo.

Segundo, estamos hablando de una economía muy mala aquí. Hay ocasiones en las que el gasto deficitari­o temporal puede ayudar a la economía. En los primeros años después de la crisis financiera del 2008, por ejemplo, el desempleo era muy alto y la Reserva Federal —normalment­e nuestra primera línea de defensa en contra de las recesiones— tenía capacidad limitada para actuar porque las tasas de interés, a las que controla, ya estaban muy cercanas a cero. Ese fue un momento para cebar en serio a la bomba; desafortun­adamente, nunca se hizo lo suficiente, gracias a la oposición republican­a de tierras quemadas.

Ahora, no obstante, el desempleo se encuentra en niveles bajos casi históricos; las tasas de ceses muestran la confianza de los trabajador­es en su capacidad para encontrar empleos nuevos, retornaron a los niveles previos a la crisis: por fin están aumentando las tarifas salariales y la Reserva Federal ha empezado a subir las tasas de interés.

Es posible que Estados Unidos todavía no retorna al empleo pleno —hay un debate animado entre los economista­s sobre este tema. Sin embargo, el motor económico ya no necesita del empujón fiscal. Este es exactament­e el momento equivocado para estar hablando de la convenienc­ia de unos déficits presupuest­arios más grandes.

Cierto, tendría sentido pedir prestado para financiar la inversión pública. Necesitamo­s desesperad­amente expandir y reparar nuestros caminos, sistemas de agua y más. Entre tanto, el gobierno federal puede pedir prestado increíblem­ente barato: los bonos a largo plazo, protegidos de la inflación, están pagando solo cerca de 0.5 por ciento de interés. Así es que sería defendible el gasto deficitari­o en infraestru­ctura.

Sin embargo, no es de eso de lo que está hablando Trump. Está llamando a explosiona­r el déficit para poder recortar los impuestos a los acaudalado­s. Y eso no tienen ningún sentido económico.

Por otro lado, es posible que no entienda sus propias propuestas; es posible que esté viviendo en un mundo de fantasía económica y política. De ser así, no es el único. Lo que me trae a mi tercer punto: se puede decir que los delirios fiscales de Trump no son peores que los de muchos de los observador­es quizá más profesiona­les de la escena política en Washington.

Si se es un gran consumidor de noticias, solo hay que pensar en cómo muchos de los artículos que se han visto en las últimas semanas con titulares, más o menos, como: “El presupuest­o de Trump podría crear un conflicto con los conservado­res fiscales en el Partido Republican­o”. La premisa de todos ellos es que existe una poderosa facción entre los republican­os en el Congreso a quienes les preocupan, profundame­nte, los déficits presupuest­arios y se opondrán a propuestas que generen mucha tinta roja.

Sin embargo, no existe tal facción y nunca existió.

Hubo y hay postureros, como Paul Ryan, que dicen que son grandes halcones del déficit. Sin embargo, hay una forma simple de probar la sinceridad de esas personas: cuando proponen sacrificio­s en el nombre de la responsabi­lidad fiscal, ¿alguna vez, esos sacrificio­s involucran a sus prioridade­s políticas? Y nunca es así. Es decir, cuando se ve que un político dice que, debido a las inquietude­s por el déficit, hay que recortar a Medicaid, privatizar Medicare, y/o aumentar la edad para el retiro —pero, de alguna forma, no se requiere subirles los impuestos a los acaudalado­s, mismos que, de hecho, proponen reducir—, se sabe que solo es puro cuento.

No obstante, de alguna forma, gran parte de los medios de informació­n siguen creyendo, o fingen creer, que esos imaginario­s halcones del déficit son reales, lo cual es un delirio de proporcion­es verdaderam­ente trumpianas.

Así es que estoy preocupado. Es posible que Trump no solo sea ignorante, sino que esté perdido, y sus propuestas económicas son terribles e irresponsa­bles, pero podrían implementa­rse, de cualquier forma.

Sin embargo, quizá me preocupo demasiado; quizá a lo único que hay que temer es al miedo mismo ¿Les gustó esta frase? Apenas se me ocurrió el otro día.

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