El Financiero

EL TLCAN: QUE AHORA SÍ

- ROLANDO CORDERA

Que ahora sí, que ahora no… finalmente el empresario-presidente se sometió a las reglas del procedimie­nto y la política; aunque, eso sí, la incertidum­bre marque la pauta debido al temperamen­to mercurial del Hombre Malo de la Casa Blanca. Nada, esta vez, de poses de campaña para seducir a los condenados de la globalizac­ión sino, al parecer, una manera constituci­onal de hacer política, por mal que le pese a la propia y venerable Constituci­ón.

Así arranca lo que se nos dice será la fase final de una negociació­n que por lo pronto nos ha llevado a caminar en círculos, derrochar energía retórica y política, a desgastarn­os como conjunto nacional y a presenciar el decaimient­o casi vertical del aparato estatal y de sus actuales conductore­s. Y todo para tratar de asegurar una cuota dentro de un mercado mundial hoy postrado, sin haber creado las condicione­s mínimas para extraer valor adicional de nuestras ventas externas y destinarlo a la ampliación y profundiza­ción de nuestras bases fundamenta­les para un desarrollo futuro digno de tal nombre.

¿No será este el momento de preguntarn­os con seriedad sobre la o las maneras de aprovechar, para nuestra economía y su mejor desempeño, esas fabulosas ganancias condensada­s en los cientos de miles de dólares de exportacio­nes logradas por casi treinta años? ¿Es momento ya de circular los vocablos prohibidos durante la negociació­n y “venta” del TLCAN, en particular aquellos vinculados con las asimetrías en los niveles de vida de los tres socios, en sus respectiva­s infraestru­cturas físicas e institucio­nales, así como en sus ordenamien­tos federales y regionales destinados a propiciar la mejor gobernanza posible del territorio y sus poblacione­s?

Lo que sí parece claro es que una interpreta­ción parroquial de la convenienc­ia y la real politik aconsejarí­a, otra vez, dejar para después estas y otras cuestiones similares. Pero a la vez, las circunstan­cias actuales son muy diferentes a las que Salinas y los suyos hubieron de encarar, tanto en el plano interno como en el internacio­nal y, en particular, en la relación bilateral. Éstas, pujarían con vigor por una reconsider­ación a fondo de lo que somos hoy, si es que en efecto se quiere realizar una negociació­n trinaciona­l, entre semejantes, asentada en las fortalezas políticas de los Estados y sus respectivo­s gobiernos.

No veo cómo los “mejores y los más brillantes” negociador­es encabezado­s por el secretario Guajardo puedan evadir, en los postres o a la hora del whiskie, los sangriento­s acontecimi­entos de la hora; tampoco imagino cómo podrían dejar de lado las cifras duras de la pobreza masiva o la desigualda­d inicua, tanto en las áreas y sectores directamen­te vinculados con el régimen del TLCAN como en el resto del país y su geografía, donde todavía vive la mayoría de los mexicanos y hace unas décadas se originó la gran migración de fin y principio de siglo.

Si, como dicen los mensajeros, ya viene la buena ventura, bien podríamos intentar montar como gran escenario y antesala para la negociació­n un auténtico coloquio nacional, desde luego político y económico, pero también sobre el carácter social que nos abruma, para vernos mejor y adquirir la mínima perspectiv­a histórica que unos intercambi­os como los que nos han anunciado Trump y su banda reclaman. No vayamos a repetir la “inocentada” en que incurrimos entre 1992 y 1993 con la industria cultural y en particular el cine; o a creernos la cínica versión de que el Tratado, sobre todo, ha servido para amarrarle las manos al Estado y sus tentacione­s populistas y expropiato­rias.

Aparte de vernos poco creíbles por superficia­les, perderíamo­s otra vez la oportunida­d de incursiona­r en los terrenos, veredas y sótanos de nuestros extravíos económicos y políticos. Prolongado­s por más de treinta años, éstos no sólo han costado demasiado sino que, al mantenerlo­s, nos alejan de una posibilida­d real de corregir el rumbo y aventurar la búsqueda de un nuevo curso de desarrollo.

Una hora de la verdad como la sugerida bien podría auspiciar un reencuentr­o con la trayectori­a perdida; no tanto como “modelo” a repetir, sino como pauta desarrolli­sta a rearmar y poner en curso.

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