Manufactura mítica
Desde su campaña, Donald Trump emprendió una cruzada para recuperar los empleos fabriles que se han relocalizado en China, México y otros sitios. En lo que va del siglo Estados Unidos ha perdido como cinco millones de plazas de ese tipo, pero como vimos la semana pasada (“Inocentes robots amarillos”) no todas se fueron al extranjero. Además esa merma se ha compensado con puestos creados por las exportaciones o las importaciones. Eso explica que actualmente se observe allá baja desocupación.
Tradicionalmente se ha dicho que los trabajos en manufactura pagan buenos sueldos. En nuestro vecino del Norte esto fue así durante mucho tiempo, pero hoy en día mayoritariamente ocupa a personal con poca preparación, cuyas compensaciones están rezagadas. En lugar de modernizarse y especializarse, muchas compañías simplemente movieron sus plantas a lugares con menores costos fiscales y laborales. Las que innovaron y se sofisticaron (haciendo instrumental y equipo médico, por ejemplo), brindan ingresos atractivos a sus operarios, aunque ciertamente exigen mayor calificación.
También está arraigada la idea de que esos trabajos poseen un importante efecto multiplicador. El ejemplo clásico es el de la industria automotriz. Un vehículo, además del valor de la compañía que hizo el ensamblaje final, tiene el que le van sumando en otras etapas: los que procesan los materiales (acero, aluminio, plásticos, vidrio); los que hacen las computadoras, las baterías y las llantas; los que almacenan, transportan y comercializan el carro terminado.
En cambio, la mayoría de los servicios no parecen ser buenos reproductores de empleo. Por ejemplo, un fisioterapeuta a domicilio apenas generaría un poquito en sus traslados.
¿DE VERDAD?
¿Tiene la industria de la transformación el potencial que se le atribuye como impulsora de los puestos de trabajo?. Para responder a esto hay que entender que el empleo total implicado en un bien o servicio depende en última instancia del valor de ese bien o servicio dividido por el rendimiento promedio de la mano de obra.
Supongamos que el producto por hora es parejo, de 400 pesos en toda la economía. ¿Cuántas horas de labor se requerirán para que el profesional obtenga una venta final de 100 mil pesos?. Respuesta: 250, todas en servicios. ¿Cuántas horas se necesitarán para alcanzar una venta de 100 mil pesos en automóviles?. Respuesta: lo mismo, 250, pero repartidas en varios sectores.
Si asumimos que el valor adicionado por sesión lo concretó solito el terapeuta, su multiplicador sería de 1.0. Si consideramos que de 250 horas haciendo coches 100 ocurren en la armadora y las demás en otros eslabones del encadenamiento, su coeficiente sería de 2.5. Luego entonces, aunque las sesiones de tratamiento tienen un factor de 1.0 y las jornadas de fabricación de autos de 2.5, los 100 mil pesos gastados en ambas dan origen al mismo número de posiciones.
Otro error de la actual administración americana es presumir que todo el proceso productivo debe tener lugar en su territorio. Aún si no existieran acuerdos comerciales, es probable que les conviniera comprar materias primas y otros insumos intermedios en distintas naciones. Por lo tanto, no todas las plazas nuevas serían domésticas. En cambio, el terapeuta no depende de importaciones y todo el gasto que se haga en él se traduce en empleo dentro del país.
También está la cuestión de que se coloca arbitrariamente, como parte del valor añadido en la industria, a una gran cantidad de actividades terciarias. En el caso de los automóviles: investigación, desarrollo y diseño; mercadotecnia y publicidad; contabilidad y administración; gasolineras, lavados, estacionamientos, talleres mecánicos, vulcanizadoras; grúas, reventa y chatarrización.
Mucho del valor final de las mercancías es incorporado en otros sectores. Por eso es un error suscribir que un déficit comercial de 800 billones de dólares en el comercio de manufacturas significa que la economía está produciendo 800 billones de dólares menos o está dando de baja a cinco millones de empleados industriales. De hecho, si se incrementara la producción interna para generar un superávit, como pretende Trump, la mayoría de las nuevas oportunidades laborales se crearían no en fabricación, sino en otras partes.
Es lo que sucedió aquí cuando las firmas estadounidenses trajeron sus factorías: contrataron directamente a ingenieros, técnicos y obreros, pero afuera agarraron chamba un buen número de albañiles, choferes, abogados, policías y burócratas.
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