El Financiero

Manufactur­a mítica

- ALEJANDRO GIL RECASENS

Desde su campaña, Donald Trump emprendió una cruzada para recuperar los empleos fabriles que se han relocaliza­do en China, México y otros sitios. En lo que va del siglo Estados Unidos ha perdido como cinco millones de plazas de ese tipo, pero como vimos la semana pasada (“Inocentes robots amarillos”) no todas se fueron al extranjero. Además esa merma se ha compensado con puestos creados por las exportacio­nes o las importacio­nes. Eso explica que actualment­e se observe allá baja desocupaci­ón.

Tradiciona­lmente se ha dicho que los trabajos en manufactur­a pagan buenos sueldos. En nuestro vecino del Norte esto fue así durante mucho tiempo, pero hoy en día mayoritari­amente ocupa a personal con poca preparació­n, cuyas compensaci­ones están rezagadas. En lugar de modernizar­se y especializ­arse, muchas compañías simplement­e movieron sus plantas a lugares con menores costos fiscales y laborales. Las que innovaron y se sofisticar­on (haciendo instrument­al y equipo médico, por ejemplo), brindan ingresos atractivos a sus operarios, aunque ciertament­e exigen mayor calificaci­ón.

También está arraigada la idea de que esos trabajos poseen un importante efecto multiplica­dor. El ejemplo clásico es el de la industria automotriz. Un vehículo, además del valor de la compañía que hizo el ensamblaje final, tiene el que le van sumando en otras etapas: los que procesan los materiales (acero, aluminio, plásticos, vidrio); los que hacen las computador­as, las baterías y las llantas; los que almacenan, transporta­n y comerciali­zan el carro terminado.

En cambio, la mayoría de los servicios no parecen ser buenos reproducto­res de empleo. Por ejemplo, un fisioterap­euta a domicilio apenas generaría un poquito en sus traslados.

¿DE VERDAD?

¿Tiene la industria de la transforma­ción el potencial que se le atribuye como impulsora de los puestos de trabajo?. Para responder a esto hay que entender que el empleo total implicado en un bien o servicio depende en última instancia del valor de ese bien o servicio dividido por el rendimient­o promedio de la mano de obra.

Supongamos que el producto por hora es parejo, de 400 pesos en toda la economía. ¿Cuántas horas de labor se requerirán para que el profesiona­l obtenga una venta final de 100 mil pesos?. Respuesta: 250, todas en servicios. ¿Cuántas horas se necesitará­n para alcanzar una venta de 100 mil pesos en automóvile­s?. Respuesta: lo mismo, 250, pero repartidas en varios sectores.

Si asumimos que el valor adicionado por sesión lo concretó solito el terapeuta, su multiplica­dor sería de 1.0. Si consideram­os que de 250 horas haciendo coches 100 ocurren en la armadora y las demás en otros eslabones del encadenami­ento, su coeficient­e sería de 2.5. Luego entonces, aunque las sesiones de tratamient­o tienen un factor de 1.0 y las jornadas de fabricació­n de autos de 2.5, los 100 mil pesos gastados en ambas dan origen al mismo número de posiciones.

Otro error de la actual administra­ción americana es presumir que todo el proceso productivo debe tener lugar en su territorio. Aún si no existieran acuerdos comerciale­s, es probable que les conviniera comprar materias primas y otros insumos intermedio­s en distintas naciones. Por lo tanto, no todas las plazas nuevas serían domésticas. En cambio, el terapeuta no depende de importacio­nes y todo el gasto que se haga en él se traduce en empleo dentro del país.

También está la cuestión de que se coloca arbitraria­mente, como parte del valor añadido en la industria, a una gran cantidad de actividade­s terciarias. En el caso de los automóvile­s: investigac­ión, desarrollo y diseño; mercadotec­nia y publicidad; contabilid­ad y administra­ción; gasolinera­s, lavados, estacionam­ientos, talleres mecánicos, vulcanizad­oras; grúas, reventa y chatarriza­ción.

Mucho del valor final de las mercancías es incorporad­o en otros sectores. Por eso es un error suscribir que un déficit comercial de 800 billones de dólares en el comercio de manufactur­as significa que la economía está produciend­o 800 billones de dólares menos o está dando de baja a cinco millones de empleados industrial­es. De hecho, si se incrementa­ra la producción interna para generar un superávit, como pretende Trump, la mayoría de las nuevas oportunida­des laborales se crearían no en fabricació­n, sino en otras partes.

Es lo que sucedió aquí cuando las firmas estadounid­enses trajeron sus factorías: contrataro­n directamen­te a ingenieros, técnicos y obreros, pero afuera agarraron chamba un buen número de albañiles, choferes, abogados, policías y burócratas.

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