El Financiero

LÍRICO

- Mauricio Mejía María Eugenia Sevilla; Sergio Espinosa; culturas@elfinancie­ro.com.mx

El chico en cuestión es el Calabacín del título, un niño que termina en un orfanato después de que un accidente lo despoja de su madre. Desde el inicio queda claro el tono: los jóvenes personajes viven desamparad­os, ya sea porque sus padres se dieron a las drogas, porque el estado los deportó o porque una tragedia los alejó de ellos. Que el director Claude Barras toque estos bretes no impide que La vida de Calabacín contenga instantes de dulzura, donde los huérfanos Editor: Coeditora: Coeditor Gráfico: Contacte con la sección: SU FUNDACIÓN ME IMPORTA MUHCO LA JUVENTUD, SOBRE TODO, EN MÉXICO. Quiero aportar un granito de arena a mi país, a esta sociedad, que tristement­e está pasando por momentos terribles, no sólo en el estado de Guerrero, donde está la fundación; estamos viviendo una crisis espantosa, pero por algo empiezo y espero expandirlo más. Muchos niños han salvado la vida gracias al arte y la música, han entendido que no sólo se trata de aprender un instrument­o, sino vivir de él. Recibimos cartas, dibujos de los niños que nos cuentan que ya no se van a tener que dedicar al narcotráfi­co como sus papás y se dibujan ellos tocando un instrument­o. Eso me mueve muchísimo, me doy cuenta que sí sirve y funciona.

REPRESENTA­R A MÉXICO ES LA OPORTUNIDA­D DE MOSTRAR LO MEJOR DE MÍ. Realmente doy lo máximo, me preparo siempre. México no sólo es la violencia y las drogas o la insegurida­d. Y yo trabajo para combatir estos males con lo que puedo, siendo como una embajadora de la cultura, para que en el extranjero no sólo vean esta catástrofe que vivimos acá. Hay muchos artistas mexicanos, no sólo en el rubro musical, que se esfuerzan por mejorar al país. aprenden a solazarse entre sí.

Barras dibuja a su protagonis­ta y a los compañerit­os que lo reciben con matices y excentrici­dades específica­s que enriquecen su mosaico de la infancia: la forma en que a los chicos al mismo tiempo les atrae y les repele el sexo opuesto; la bravuconer­ía que a veces disfraza insegurida­d; las manías, los ritos, las filias y las fobias propias de aquella edad. No ocurre gran cosa, pero la agudeza observacio­nal de Barras es suficiente para mantenerno­s enganchado­s de una escena a otra. También ayuda que la atmósfera sea coherente con el alma de la cinta: así como los niños viven en claroscuro­s que van de la alegría a la incertidum­bre, los sets oscilan entre los colores más luminosos y cielos tan encapotado­s que parecen cargar un monzón.

Breve y sutil, La vida de Calabacín es una linda sorpresa que merecidame­nte se llevó una nominación al Óscar a Mejor película animada.

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