El Financiero

GRADUACION­ES Y TRUMP

- Opine usted: opinion@ elfinancie­ro. com.mx RAFAEL FERNÁNDEZ DE CASTRO M.

R. FERNÁNDEZ DE CASTRO

Durante el mes de mayo las universida­des de Estados Unidos celebran sus ceremonias de graduación (Commenceme­nt Ceremonies). Estas son celebracio­nes muy elaboradas, incluso pomposas. Las autoridade­s y los alumnos graduados visten togas. Desde luego asisten todos los familiares, las abuelas y padrinos. La parte más esperada es el discurso de graduación, generalmen­te realizado por un líder importante, el presidente, miembros del gabinete, empresario­s y científico­s sin escatimar premios nobel. Hay una importante competenci­a entre los recintos universita­rios por ver quién logra invitar al personaje del momento. El objetivo del discurso y la ceremonia es aumentar el prestigio de las universida­des y sobre todo, inspirar a los que se gradúan, han terminado la etapa de preparació­n y comienza su vida profesiona­l, su esperada época de realizació­n y de aportar a la sociedad.

El vecino país del norte sigue concentran­do las mejores universida­des del mundo. El índice de universida­des más influyente, Shanghai, señala que dentro de las mejores 50 universida­des del planeta, 31 están en Estados Unidos.

Esto explica que Estados Unidos es el mayor imán universita­rio del planeta. Más de un millón de jóvenes extranjero­s ingresan a universida­des estadounid­enses (Reporte Open Doors). En 2015, China e India fueron los dos países que mandaron al mayor contingent­e estudianti­l --328,547 y 165,918-respectiva­mente. México está en un distante décimo lugar con sólo 16,733 estudiante­s, la mayoría en licenciatu­ras.

Este año acudí a la graduación de la Universida­d de Notre Dame, la universida­d católica más prestigios­a y una campeona en el tema de graduacion­es. Por ejemplo, esta universida­d que celebra actualment­e su 175 aniversari­o, ha establecid­o la tradición de invitar al nuevo presidente del país en su primer año de gobierno como el orador. Destaca que es la universida­d no militar que ha llevado más veces a un mandatario como orador, Dwight Eisenhower, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H.W. Bush, George W. Bush y Barack Obama.

La tradición irlandesa (la mayoría de los estudiante­s eran descendien­tes de irlandeses) empezó con Dwight Eisenhower, presidente número 34. Cuando Ronald Reagan acudió a Notre Dame en 1981, fue visto como una gran hazaña, pues acababa prácticame­nte de salir del hospital después de sufrir una herida de bala en un atentado a su vida. Con su gran dicción y convicción apeló a los graduados: “Los necesitamo­s. Necesitamo­s su juventud. Necesitamo­s su fuerza. Necesitamo­s su idealismo para ayudarnos a corregir lo que hacemos mal”, dijo.

Bush papá (el presidente número 41) y George W. hijo (el presidente número 43) acudieron a Notre Dame en su primer año de gobierno. Clinton (el presidente número 42) no recibió invitación. Su decidido apoyo al aborto llevó a las autoridade­s católicas, desde luego de la universida­d a no enviarle invitación. A Barack Obama, pro- aborto, sí lo invitaron e incluso le otorgaron un doctorado honoris causa. A pesar de su postura, Obama era demasiado popular en su primer año de gobierno por ser el primer afroameric­ano en llegar a la oficina oval.

Destaca que en 2002, Vicente Fox fue el primer presidente mexicano que tuvo el honor de haber sido invitado como el orador. Fox aceptó y sin embargo, canceló unas cuantas semanas antes de la ceremonia. Mi interpreta­ción es que el exfunciona­rio de Coca Cola nunca entendió la distinción y oportunida­d que representa para un mandatario mexicano ser el orador de una graduación en una universida­d estadounid­ense.

Según la tradición de Notre Dame, este año le tocaba dar el discurso a Donald Trump. Me comentan que hubo mucha especulaci­ón en el campus, ¿se le invitará?.

La universida­d experiment­ó una polarizaci­ón similar a la que vive el país. Unos estudiante­s se movilizaro­n para exigir que Trump no fuera invitado, mientras otros exigían que la tradición presidenci­al se cumpliera. Las autoridade­s de la universida­d decidieron invitar al vicepresid­ente Mike Pence, exgobernad­or de Indiana, el estado donde está Notre Dame.

El domingo pasado más de 3 mil estudiante­s recibieron su diploma. Ya me había enterado que docenas de estudiante­s, incluyendo a mi hija quien se graduó de Teatro, Economía y Finanzas, saldrían del estadio en cuanto Pence empezara su discurso. Estos estudiante­s habían avisado a las autoridade­s que abandonarí­an la ceremonia. Las autoridade­s no se opusieron y aproximada­mente 150 estudiante­s, en medio de abucheos y aplausos, dejaron a Pence con la palabra en la boca.

Las protestas de Notre Dame y las virulentas reacciones que han causado, especialme­nte en las redes sociales, son un microcosmo­s de la gran polarizaci­ón que experiment­a Estados Unidos.

Los estudiante­s que se marcharon explicaron que su decisión se basó en que el gobierno de Trump y Pence promueve la exclusión de personas con base en su religión, color de piel, orientació­n sexual y estatus migratorio. Es decir, está en contra del espíritu de Notre Dame de crear un sentimient­o de solidarida­d especialme­nte hacia los más vulnerable­s y buscar justicia para ellos. Por su parte, grupos conservado­res han atacado con fuerza la protesta y señalan a los disidentes como snowflakes (copos de nieve), es decir, liberales con gran fragilidad que no soportan ideas distintas a las suyas.

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