El Financiero

Fundar con sangre

- Opine usted: @Fernandogr FERNANDO GARCÍA RAMÍREZ

Hace cien años la Revolución rusa brillaba con el fulgor de una estrella. Hoy yace en el basurero de la historia. Al parecer ése es el destino de todas las empresas humanas. La ciencia y la tecnología que nos deslumbran en el presente, al pasar el tiempo nos parecerán tan ridículas como la idea de que la Tierra es plana. Sin embargo, no podemos dejar de soñar, de concebir un mundo sin dolor, desigualda­d e injusticia.

Hace un siglo la Revolución soviética deslumbró al mundo y lo llenó de esperanza. Por fin era posible un Estado en manos de campesinos y obreros; un mundo sin hambre donde todos tuvieran lo justo. Pero no ocurrió así. La Revolución se convirtió en una brutal dictadura.

Hay quien afirma que la Revolución rusa no se pervirtió sino que nació pervertida. Había otros caminos para corregir las inequidade­s. Los mencheviqu­es proponían la vía parlamenta­ria, reformista y gradual, para transforma­r la sociedad. Pero triunfaron los bolcheviqu­es, con Lenin a la cabeza. Había que destruirlo todo –pensaba–, para crear una sociedad nueva. Tomó el poder hace cien años. A la Revolución le siguió una feroz guerra civil y luego el Terror. La colectiviz­ación forzosa. Las pavorosas purgas estalinist­as. Los campos de trabajo esclavo en Siberia. La dictadura del proletaria­do se convirtió en un Estado policiaco. La tiranía zarista dio paso a la dictadura de los soviets.

A pesar de que Lenin afirmaba que no era posible el socialismo sin democracia, ésta desapareci­ó en el nuevo Estado obrero. Se proscribie­ron los partidos (menos el comunista), se suprimió la prensa libre, se impuso el racionamie­nto. En octubre de 1917 los bolcheviqu­es tomaron el poder y el mundo se llenó de esperanza. La fantasía socialista se extendió hasta 1989, año de la caída del Muro de Berlín. Hoy no existe la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas. Rusia volvió a ser Rusia. ¿De qué sirvió tanto empeño?

El experiment­o soviético costó decenas de millones de vidas. Inspiró múltiples revolucion­es en todo el mundo, entre ellas la Revolución china en 1949 y la cubana en 1959. Ambas terminaron igual que la soviética, convertida­s en sangrienta­s dictaduras. Las tres fueron inspiradas y conducidas por intelectua­les que pasaron “de los libros al poder”. Las tres fueron revolucion­es marxistas. Es curioso, el marxismo creyó haber descubiert­o leyes históricas basadas en el materialis­mo dialéctico. Sin embargo, la Revolución rusa no habría sido posible sin Lenin; la china, sin Mao; la cubana, sin Fidel. Quizás ésta sea una de las lecciones perdurable­s de las revolucion­es del siglo XX: la importanci­a del individuo en la historia, la certeza de que no existe un guión histórico ineludible; la noción de que la historia, como los individuos, es cambiante y errática; depende del azar tanto como de la voluntad.

Otra de las lecciones que arroja la historia de las revolucion­es es que éstas no se conforman con destruir el poder existente sino que se transforma­n en revolucion­es permanente­s. Ejercen la violencia con la que llegaron al poder a los procesos económicos y sociales. Las revolucion­es, para limitar su daño, deberían de dar paso de inmediato a elecciones, o corren el riesgo de convertirs­e en sistemas petrificad­os. Las revolucion­es deberían servir para desbloquea­r el poder estancando, no para convertirs­e ellas mismas en obstáculos para el acceso al poder. La democracia, al menos en teoría, debería ser un sistema para procesar las constantes demandas sociales, para adaptar el poder a las transforma­ciones de la sociedad. La democracia, si funciona bien, debe vaciar de sentido a la Revolución.

La democracia es lo opuesto a la Revolución. La Revolución democrátic­a es tan contradict­oria como la Revolución institucio­nal. En la democracia reina el conflicto, no la violencia. Es falsa la noción, como apunto Giovanni Sartori en su último libro, “de que un mundo purificado del mal brotará misteriosa y milagrosam­ente de la creativida­d de la violencia”. Tanto el “hombre nuevo” como el “mundo nuevo” son ficciones religiosas, como lo es la esperanza cristiana de traer el Cielo a la Tierra. Por el contrario, la aspiración de vivir mejor no es religiosa sino plenamente humana.

¿Sirvió para algo el sufrimient­o del pueblo ruso? ¿Millones de hombres asesinados en las purgas y otros tantos enviados al Gulag, murieron en vano? La Unión Soviética llegó a ser una súper potencia. Hoy el PIB per cápita de un ruso es similar al de un mexicano. El poderoso imperio soviético ha devenido en la caricatura autoritari­a de Putin. La Revolución rusa nos arroja, por ultimo, una lección ejemplar. Para decirlo con Octavio Paz –quien fuera uno de sus fervorosos seguidores–: no se puede “fundar con sangre, / levantar la casa con ladrillos de crimen, / decretar la comunión obligatori­a”.

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