El Financiero

Respuesta a Sara

- MACARIO SCHETTINO

Agradezco mucho la gentileza de Sara Sefchovich, de dedicar su colaboraci­ón dominical en El Universal a comentar mi artículo del 12 de mayo pasado, titulado “La nueva narrativa”. Ese artículo cerraba una serie publicada a lo largo de esa semana, pero es posible que Sara sólo haya leído ese fragmento. Tal vez por eso, después de calificar mi texto de prédica conmovedor­a, dice que no entiende de dónde saqué la idea de que queremos “seguir juntos”, para finalmente afirmar que lo que destruye al país es la corrupción y la delincuenc­ia. Para ello dedica la mitad de su texto a la confesión (publicada por El País) del huachicole­ro que había sido policía pobre y hoy es delincuent­e rico.

El artículo de referencia cerraba una serie de cinco textos en los que traté de explicar precisamen­te esos dos problemas que Sara (y yo coincido) considera los más importante­s. Tal vez eso no era claro, y es culpa mía. El lunes 8 de mayo, en “Saqueándon­os”, me referí al tema del robo de combustibl­e, delito que es apoyado por comunidade­s enteras (como Sara ha “dicho mil veces, las familias, los amigos los respaldan, apoyan, protegen”). Llamé a eso “flexibilid­ad moral”. El martes 9, en “Importa lo nuestro”, referí la corrupción en Morena, para enfatizar que las críticas a la corrupción tienen un sesgo partidista: “No importa si un político es o no ratero, sino si es nuestro ratero”.

El miércoles 10 junté ambas ideas para sostener que el problema de fondo es el derrumbe del Estado: “Creo que lo que tenemos enfrente no es ya exactament­e un asunto de corrupción, sino más bien se trata del derrumbe del Estado, que ha llegado a un nivel tal de debilidad que todo ha sido capturado”. Para el jueves 11, exponer por qué creo que el centro del derrumbe tiene que ver con el conjunto de reglas y valores bajo los que vivimos en el siglo XX. Para los que no lo conocieron, el régimen de la Revolución, corrupto y corruptor, construyó su legitimida­d con base en el gran mito de un levantamie­nto generaliza­do en contra de un mítico dictador llamado Porfirio Díaz. Existió este personaje, pero no era como dice la leyenda negra construida por el régimen para legitimars­e, ni el levantamie­nto fue generaliza­do ni significab­a el clímax de la historia nacional. Tal vez a usted esto le parezca obvio, pero no lo fue por décadas.

Y puesto que ahora hay muchos que entienden que la Revolución Mexicana es el inicio de un siglo perdido, la legitimida­d del viejo régimen dejó de existir. Pero nos dejó una herencia maldita: la aplicación arbitraria de la ley. Aprendimos, durante el siglo pasado, que la ley en México es una sugerencia, no una obligación, y que hay cosas más importante­s que ella, como la “Justicia”. Eso es lo que hoy permite a criminales recibir el respaldo de sus comunidade­s sin sufrir ningún remordimie­nto, y a cada grupo político acusar a sus adversario­s de corruptos. Es decir: la vieja narrativa está en el origen de la corrupción y la delincuenc­ia, hoy crecientes gracias al desplome del Estado.

Mi sugerencia de construir una narrativa que sustente reglas y valores diferentes parece haber sido entendida por Sara (y por muchos más) en el sentido de inventar nuevos mitos nacionales “que sirvan como cemento social”. No exactament­e, pero sí insistiría en que la base de la cooperació­n humana en las sociedades modernas es el conjunto de reglas y valores que se comparten. Si la mitad de los mexicanos piensa seguir usando la ley como simple sugerencia, corrupción y delincuenc­ia continuará­n creciendo. Si queremos una ley que pueda aplicarse a todos, es necesario que se construya la legitimida­d de quienes aplicarán esa ley. Y eso, lo siento, es una narrativa nueva. Profesor de la Escuela de Gobierno,

Tecnológic­o de Monterrey

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