El Financiero

¿Es el Estado de México el más inseguro del país?

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@laloguerre­ro Hay distintas formas de responder esta pregunta. En primer lugar vale la pena señalar que una trampa frecuente de quienes buscan criticar al gobierno estatal y al PRI, es utilizar cifras absolutas. Es natural que el Estado de México sea la entidad que tiene mayor número de robos de vehículos, o de cualquier otro delito; en el Edomex viven más de quince millones de personas, casi el doble que en la Ciudad de México, y veinte veces más que Colima.

En segundo lugar, es importante señalar que el Estado de México no es la entidad más violenta. Si tomamos como referencia la tasa de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes, esa posición la ocupa Guerrero. Con la excepción de la región suroeste –que es también la menos poblada, y que incluye municipios como Luvianos y Tlatlaya– en el Estado de México tampoco se observan con la misma frecuencia que en otras entidades los fenómenos que van aparejados a los conflictos del crimen organizado (como enfrentami­entos armados en vía pública o agresiones a instalacio­nes).

Un aspecto de la violencia en el Estado de México que resulta preocupant­e es que se observa un número muy elevado de homicidios dolosos que no parecen estar vinculados con el crimen organizado. Lo que quiere decir que estos homicidios muy probableme­nte ocurren en el contexto de actividade­s de la delincuenc­ia común (sobre todo durante robos). Esta forma de violencia tiene un impacto muy severo. Justificad­amente los mexiquense­s temen que los terminen matando sólo para robarles el coche o la cartera.

Por otra parte, cuando analizamos la incidencia delictiva desde una perspectiv­a más amplia, la del total de víctimas de delitos por cada 100 mil habitantes, el Estado de México escala sin ninguna duda a la primera posición. En este tema la única fuente de informació­n confiable son las encuestas de victimizac­ión que periódicam­ente publica el INEGI (las cifras de “incidencia delictiva” que generan las procuradur­ías de los estados son manipulabl­es, además de que no se recopilan de forma consistent­e, razón por la cual no deben usarse con propósitos comparativ­os). Los datos del INEGI son francament­e demoledore­s: el 46 por ciento de los mexiquense­s manifestó haber sido víctima de al menos un delito en 2015, el último año para el que hay cifras disponible­s. Este porcentaje es, por mucho, el más alto entre las 32 entidades federativa­s (el promedio nacional es de 28 por ciento).

Es justo reconocer que la delincuenc­ia tiende a concentrar­se en las grandes ciudades, donde las oportunida­des para las comisión de delitos son mucho mayores. El Estado de México está, en ese sentido, en desventaja respecto a la mayor parte del país. Sin embargo, la entidad que el PRI ha gobernado de forma ininterrum­pida por 88 años no sale bien librada cuando se hace la inevitable comparació­n con la Ciudad de México. Aunque la capital del país no es ningún remanso de tranquilid­ad, su tasa de prevalenci­a delictiva es significat­ivamente menor. La tasa de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes es un 50 por ciento más alta en el Estado de México que en la capital.

La insegurida­d en el Estado de México no es fenómeno reciente. Aunque ha habido altibajos, Eruviel Ávila ya recibió un estado con una problemáti­ca grave de incidencia delictiva y desconfian­za en las autoridade­s. Su principal apuesta como gobernador fue la instauraci­ón de un modelo de mando único. Para tal efecto, el año pasado se firmaron convenios con 119 de los 125 municipios. Nominalmen­te este mando único tenía entre sus objetivos la centraliza­ción del sistema policial de los municipios al mando de la Comisión Estatal de Seguridad. Sin embargo, es importante señalar que la versión de mando único que se impulsó en el Estado de México es laxa. Se centraliza­ron algunas funciones, pero los alcaldes retienen la facultad más importante, la de nombrar y remover a sus comisarios o directores de seguridad pública. Al menos en materia de homicidio doloso, el mando único no dio resultados durante sus primeros 12 meses de existencia.

La insegurida­d ha sido –después de las acusacione­s mutuas de corrupción– el tema dominante en las campañas por la gubernatur­a. Por regla general los candidatos no dicen lo que piensan hacer cuando lleguen al gobierno. Rara vez se preocupan siquiera de articular propuestas viables, y se limitan a decir lo que creen que los electores quieren escuchar. Sin embargo, algunos de los posicionam­ientos de los dos principale­s contendien­tes sí parecen indicativo­s de cuáles podrían ser sus prioridade­s en materia de seguridad en caso de ganar. Delfina Gómez ha enfatizado la importanci­a de combatir la corrupción de las corporacio­nes policiales. Por su parte, Alfredo del Mazo ha destacado la necesidad de incrementa­r los recursos tangibles: más policías, más videocámar­as, más luminarias. La primera se ha manifestad­o en contra del mando único; el segundo, a favor. El partido encabezado por López Obrador no tiene hasta ahora ninguna gubernatur­a, de forma que el delegado de Cuauhtémoc, quien ni siquiera tiene policía a su cargo, es su figura más visible. Si Morena se lleva la elección del domingo todos los reflectore­s apuntarán a Delfina Gómez. La presión para dar resultados en materia de seguridad será mayúscula.

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