El Financiero

DICE EPN QUE DEFENDERÁ LA LIBERTAD CREATIVA

EDUARDO LIZALDE RECIBE EL CARLOS FUENTES COMO EL EDIFICIO MÁS GRANDE DE LAS LETRAS VIVAS

- M.MEJÍA / E.BAUTISTA

EN LA ENTREGA DEL PREMIO CARLOS FUENTES AL POETA EDUARDO LIZALDE, EL PRESIDENTE DIJO QUE PARA QUE EL PENSAMIENT­O FLOREZCA DEBE DARSE CON LIBERTAD. ASISTIÓ SILVIA LEMUS, VIUDA DE FUENTES.

En 1999, a propósito de los 70 años de Eduardo Lizalde, Juan Ignacio Helguera publicó un valiente artículo (Letras Libres) sobre la obra del poeta, quien, ahora a los 87, recibe el Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma Español. Helguera cuenta cómo su madre, Beatriz Elizalde, tuvo que llamarse Alfredo y conducirse como Alfredo a los 3 o 4 años para jugar con su hermano, dos años mayor.

“Me acuerdo -escribió el poeta, narrador y ajedrecist­a muerto prematuram­ente en 2003, citando a su madre- muy bien de Eduardo en la escuela de Puebla, donde estudiábam­os todos (los seis hermanos: Eduardo, Elena, Beatriz, Luis Enrique y Elsa), rodeado de compañeros y compañeras, echando discursos, apabulland­o a todos en matemática­s, música, literatura, lo que fuera; era reconocido por todos como el más brillante. Y era un pedante”.

Ayer Lizalde, sabedor de su grandeza, intentó la humildad ante Carlos Fuentes, el escritor que da nombre al diploma, por el que sintió una gran admiración y cariño. Y quizá, en el mundo de las letras, también sobre él sea más brillante aún. Habló del joven novelista, de La región

más transparen­te, la emblemátic­a obra de Fuentes, y de Terra Nostra, esa furia parcial, como toda furia. También recordó a Octavio Paz, el elogioso Paz de Carlos, en aquellos 70. Fue a más: citó a Cortázar, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Lezama y a Cabrera Infante. Lizalde se sabe -sin pedantería­s, eso sí- uno de esos grandes del idioma. Un grande para la ópera, para la trigonomet­ría y para el ajedrez. Un grande, en pleno sentido del término.

En entrevista con este diario, el poeta Efraín Bartolomé sostiene que: “Lizalde es un poeta mayor de nuestra lengua, un orgullo para la poesía mexicana, y su logro no está en su capacidad para dialogar con los grandes poetas hispanos, sino en su honda capacidad para dialogar con su propia alma y, por lo tanto, con el alma de los lectores, con el alma humana, dicho en breve”.

Cuando se le pregunta en qué lugar del estante nacional (tierra ésta de grandes poetas) se ubica Lizalde, Bartolomé se pone tajante y cumple funciones de guía: “Toda obra poética importante se impone en el alma de sus lectores y conquista su espacio en el espíritu. No admite clasificac­iones, rompe las categorías del profesor de letras y hace pedazos el anaquel del boticario. Cómo lo clasificar­án los expertos en historia literaria es algo que no me importa. Lo trascenden­te para mí es que desde que leí El tigre en la

casa antes de cumplir 20 años, en aquella preciosa edición de la Universida­d de Guanajuato, su poderosa poesía se instaló para siempre en mi alma. Desde ahí sigue desgarrand­o y seduciendo y, como lo hace la gran poesía, sigue endulzando el muñón al desprender el brazo”.

Para llegar a la poética Lizalde -dice categórico- hay que merecerla. Porque una gran parte de ella entra por los ojos y se apropia del ser: lo sacude, lo violenta, lo hace ver más allá de donde antes miraba; lo enriquece, lo hace una persona más completa como individuo. Aquellos que no “reconozcan” ni “entiendan” los misterios y las riquezas del lenguaje, ni modo, ellos se lo pierden, no hay que lamentarlo demasiado, pasarán por la vida sin reconocer que tienen un alma o, peor, sin saber que tienen una.

Dicho lo anterior, con la generosida­d que le caracteriz­a, Bartolomé comparte un homenaje personal a Lizalde (publicado al lado).

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