HACER QUE LAS COSAS PASEN
México está necesitado de historias positivas, de relatos verdaderos que nos hagan sentir el orgullo de ser mexicanos, de vivir y ser educados bajo valores que hoy en la sociedad parecen desaparecer o perder importancia.
No me canso de decirlo o escribirlo: la tauromaquia como estilo de vida, como norma social y como ejemplo a seguir, constantemente nos recuerda la importancia de su esencia, la cual es tener un sueño, fijar la meta muy alta e ir en busca de alcanzar el objetivo. Puede parecer un cliché, pero si nos dedicamos a aplicar esta guía en nuestra vida diaria, sea cual sea nuestra actividad, con esfuerzo, sacrificio y fe en nosotros mismos, se puede lograr. No hay camino fácil en la verdad de la vida; absolutamente todo lo que tiene valor —no me refiero al económico— cuesta trabajo, como las relaciones personales, laborales, y la gran responsabilidad de educar a los hijos con el ejemplo y no con el dinero o con el abuso de poder.
La de Joselito Adame es una historia que a todos los mexicanos, taurinos o no, debe darnos gusto y orgullo. Niño torero, tuvo Joselito el valor de sacrificar su infancia y una vida normal como niño, en la búsqueda de perseguir un sueño, el cual es complicadísimo de alcanzar: hacerse torero, y luego seguir luchando para convertirse en figura del toreo. Lucha que nunca termina, luego si se llega, hay que mantenerse, y eso es realmente complicado. Hace tres años solamente, Joselito irrumpió en la Plaza México con fuerza, triunfando de verdad, y la afición y el medio taurino lo acogieron con el gusto de ver a un hombre conseguir su sueño. Al año siguiente el amor pasó a convertirse en frialdad, hasta llegar a cuestionar el valor de lo alcanzado. No sé por qué en la sociedad de México a muchos les cuesta asimilar que otros triunfen. Es más fácil escudarse en la mediocridad, que tener el valor de perseguir un sueño, en todos los ámbitos. Lo vemos en el futbol, al Chicharito se le siguen cuestionando sus logros, cuando el hombre lleva años jugando al máximo nivel en Europa y en los mejores equipos. No entiendo por qué pasa esto, si cambiáramos el chip como sociedad y nos dedicáramos más a trabajar que a especular, este país no tendría comparación.
El sábado 27 de mayo en la plaza más importante del mundo, Las Ventas de Madrid, Joselito cumplió con su primero de dos compromines sos en la Feria de San Isidro; mató una corrida grande y fea de hechuras del hierro de El Torero. Por caer herido su compañero Francisco José Espada, el hidrocálido tuvo la oportunidad de matar tres toros. La tarde pese a lo atractivo del cartel (ya que completaba la tercia el más reciente de los toreros que abrió La Puerta Grande, el sevillano Ginés Marín), estaba siendo tediosa, con un público disperso, con el absurdo protagonismo de un Tendido 7 y unos toros que no colaboraron en absoluto con los toreros.
La tarde se iba, con más pena que gloria, cuando Joselito, tras torear bien al sexto (un torón grande, basto de hechuras y desclasado en su embestida, con el que logró momentos de toreo puro en naturales de frente, donde impuso el temple al desencanto del toro, donde la calidad de su toreo seguía dejando ajeno al público de la faena), montó la espada y, en un arranque de osadía y valor, tiró la muleta para entrar a matar a cuerpo limpio, algo casi imposible ante un toro de dichas dimensio- y cornamenta. Todo o nada.
¿Qué pasa por la cabeza de un hombre que tiene otra tarde en Madrid el 8 de junio? ¿Por qué jugarse la vida cuando no estaba pasando nada?
¡Precisamente por eso! Porque no estaba pasando nada, porque los toreros piensan distinto al resto de los mortales, porque su vida no vale nada si es a cambio de pasar sin gloria por la historia del toreo. Esa historia se escribe con sangre, muchas veces literalmente y muchas otras con el sufrimiento silencioso de la injusticia y la impotencia.
Se fue encima del toro y dejó una estocada perfecta, el toro tiró un mortal derrote, violentísimo a la altura de la ingle de José, que entregó su vida para enaltecer su alma. ¡Olé Joselito! Me pongo de pie. La convicción de ser es uno de los valores más grandes de la tauromaquia y usted lo ha llevado a otra dimensión.
La oreja es un premio estadístico, el reconocimiento como torero y como hombre es lo que labra en letras de oro la historia del toreo.
¡Olé por usted!