El Financiero

La debilidad de las elecciones

- SALVADOR CAMARENA Opine usted: política@ elfinancie­ro.com.mx @salcamaren­a

Les dicen Fortalezas. Cuentan que son 2,500. Mujeres todas. Cada una de ellas encabeza una Fortaleza, células de una red de operación del PRI a nivel seccional en Coahuila.

El gobernador Rubén Moreira está en la cúspide de esa pirámide. Pero también en la base.

En tiempo electoral el mandatario visita esas Fortalezas y escucha quejas. “Hace tiempo pedimos luz en esta esquina, y nada”. A las pocas horas, la maquinaria (nunca mejor dicho) cava el pozo donde irá el poste. “Fuimos a buscar al candidato y no nos recibió”. El gobernador marca de su celular y pasa el aparato a la señora de la queja: el candidato pone fecha para visitarla en breve.

Es una maquinaria electoral que existe e importa. Pero no es la única: hay maquinaria­s, así, en plural. Los gobiernos y todos los partidos, así, todos los partidos, no sólo el tricolor, las aceitan durante meses, incluso años, con recursos públicos.

Porque cuarenta años de reformas electorale­s alumbraron un parque jurásico. Antes que evoluciona­r, los partidos que no eran como el PRI se convirtier­on en algo que opera como el PRI. Son más o menos grandes que el PRI, y tan antidemocr­áticos como éste.

Por eso en cada elección y durante demasiadas horas hay al menos dos templetes, dos mariachis, dos sonidos listos para gritar la victoria. Porque la voluntad popular existe solo relativame­nte. En buena medida lo que ocurrirá en la jornada electoral será el producto no del latir de una ciudadanía libre, sino la competenci­a de esos marcapasos llamados movilizaci­ón, impulsados por ingentes carencias de buena parte de la población.

Y lo que el pasado domingo mostró es que pocas veces le ganas al PRI si el juego se trata de ser como el PRI. Y menos le ganarás a un PRI al que no podrás acusar de juego sucio porque tienes a un Monreal o a un Luis Alberto Villarreal en la operación de lo que debería ser tu verdadera fortaleza: distinguir­te del PRI.

Eso por cuanto a los partidos y a los políticos respecta. Empero, un sistema tan disfuncion­al como ese no podría tener vigencia sin el respaldo de sectores de la ciudadanía –incluidos los medios de comunicaci­ón– que por encima de la calidad del proceso electoral, se privilegia­n del mismo.

Hoy buena parte de la prensa y de la sociedad organizada pasa por alto el lodazal, las guerras mediáticas en Internet y en los medios tradiciona­les y el inocultabl­e desvío de recursos públicos. Poco o nada importa que las reglas sean burladas durante meses. En el momento de las elecciones, académicos, medios y sociedad civil asisten (asistimos), incluso con excitación o embeleso, a lo que se supone que es una fiesta democrátic­a.

La fiesta en realidad es una kermés, donde es posible mercar todo, desde besos hasta tinacos, monederos electrónic­os, salarios rosas, médicos en tu casa, derechos…

Y al final, instalados en una pose cientifici­sta, esos observador­es defenderem­os el algoritmo decretando que ufff qué competenci­a, qué vitalidad democrátic­a, que ese dos por ciento es inmaculado en sus centésimas. Una maravilla estadístic­a a la que hay que rendirse, acatar sin más. Ganó el que ganó así hayamos visto reeditada la vulgaridad del haiga sido como haiga sido.

Salvo que la fortaleza de esos números es falaz. Estadístic­as que esconden a las verdaderas fortalezas, esas como las de Coahuila.

Si se quiere que todos aceptemos los resultados debemos todos cambiar los procesos. De otra manera la confrontac­ión será eterna y estéril: gana el que gana así haya sido el que más ensució. Vaya democracia.

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