El Financiero

DESDE OTRO ÁNGULO

- BLANCA HEREDIA

De acuerdo a los resultados oficiales disponible­s hasta el momento, en las elecciones del Estado de México el domingo pasado ganó, sobre todo, el dinero. Ese con el que, en la vida electoral mexicana, hemos reemplazad­o, casi todo lo demás: ideas, capacidad de convencer, buen gobierno, servicios públicos dignos de tal nombre. Ganó el dinero contante y sonante. Carretonad­as de dinero, cuya masividad y ubicuidad han terminado por corromper hasta la médula al sistema político todo. A los partidos, a los políticos, a los gobiernos y a todas las interfaces en las que se se tocan sociedad, por un lado, y gobierno y política, por otro.

Triunfaron los ríos de dinero empleados ya no, prioritari­amente y como en el pasado, para costear maquinaria­s clientelar­es y relaciones de dependenci­a recurrente­s. Ganaron las millonadas de recursos –legales e ilegales– usados en su mayoría para pagar una infinidad de transaccio­nes puntuales, acotadas y efímeras (por ejemplo; acceso a programas sociales a cambio de votos; 9 mil pesos a cambio de la entrega de una credencial de elector). En esta ocasión ya ni siquiera se invirtió mayormente en discursos legitimato­rios, o en celebracio­nes multitudin­arias orientadas a representa­r o simular algún sentido de comunidad. Esta vez, la estrategia fue menos compleja, fue más llana y más directa: compravent­a de votos a lo grande, desnuda y descarnada.

A la victoria del arreglo político de siempre, ese arreglo cada vez más carcomido y cada vez menos capaz de producir gobernabil­idad mínimament­e ordenadora y posibilita­nte, contribuye­ron también otros factores. Destaco a continuaci­ón los siguientes.

En primerísim­o término, la decisión del gobierno federal y del PRI de echar toda la carne al asador en la elección en la tierra chica del presidente Peña Nieto y la joya de la corona del mapa electoral del país. Toda es toda. Relegamien­to a 2º término de todo asunto de gobierno, más allá de su importanci­a para el conjunto de los ciudadanos, distinto a la elección en el Estado de México. Campaña y estrategia electoral diseñada y operada des- de Los Pinos. Acciones y estratagem­as diversos y cambiantes para fragmentar la oposición al PRI, en general, y, muy particular­mente, para debilitar a la candidata de Morena: Delfina Gómez. Presencia continua en la entidad de secretario­s de Estado federales. Programas y recursos federales a granel. Movilizaci­ón coordinada de la maquinaria electoral federal y local. En suma, toda la fuerza del gobierno federal y del gobierno local, a través de sus muy extensas redes y maquinaria­s granulares, a favor del candidato del status quo: Alfredo del Mazo.

Segundo, la decisión de un PRD moribundo, aunque armado con un candidato –Juan Zepeda– bastante presentabl­e, de hacerle la valona al PRI. Su decisión, esto es, de ir solo tras su incapacida­d de acordar una candidatur­a común con el PAN en pos de la gubernatur­a del Estado de México, y de hacerle la jugada al PRI de restarle votos a Delfina Gómez. A juzgar por los resultados obtenidos por Zepeda, esta movida del PRD resultó extraordin­ariamente provechosa para el PRI. No sé si alguna vez sabremos qué y cuánto en concreto ganó el PRD, pero es claro que le debe haber venido muy bien el oxígeno obtenido, tan desprovist­o de aire como está.

Tercero, la decisión del PAN, tras su fallido intento de alianza con el PRD, de ir solo y, poco después y ante las pocas perspectiv­as de triunfo de su candidata, de sacrificar el Estado de México en aras de movimiento­s en un ajedrez más amplio. Decisión entendible en términos estratégic­os e ideológico­s, misma que, como era de esperar, le permitió a Acción Nacional concentrar sus fichas en contiendas con mayores posibilida­des de ga- nancias, al tiempo de ofrecerle la oportunida­d de hacerle de comparsa al PRI para evitar el triunfo de Morena en la entidad.

Cuarto, reglas electorale­s y procesos de aplicación de las mismas que parecieran diseñados para hacer imposible la plena vigencia de elecciones en las que la ilegalidad y el despilfarr­o de recursos millonario­s tengan costos reales para los contendien­tes. Y, autoridade­s electorale­s omisas frente a la violación pública y flagrante de las normas e incluso del más elemental decoro. Autoridade­s para quienes, en suma, intereses de grupo, partido o directamen­te personales resultan, a juzgar por su actuar y sobre todo por su no-actuar, mucho más importante­s que asumir cualquier riesgo asociado a salvaguard­ar la integridad legal y moral de los procesos electorale­s bajo su encargo.

Quinto, un horizonte cultural dominado por un establishm­ent integrado, con pocas aunque notables excepcione­s, por medios y formadores de opinión que exhibieron, como pocas veces, su profundo clasismo y racismo. En público y en privado, buena parte de nuestras élites parlantes y escribient­es nos compartier­on, con sus gestos, su tono, y su manera de referirse a ella, su desprecio, su sorna, su susto, y su disgusto frente a la candidata de Morena. Una mujer, como la inmensa mayoría de los mexicanos, que no habla, se comporta o viste como nuestras minúsculas élites.

En el Estado de México ganó el país pequeñito que tiene al país grande postrado, enfermo y desgarrado de tanto despilfarr­o, tanta desigualda­d y tanta injusticia. No alcanzó esta vez el hartazgo y la ilusión de algo distinto, pero le faltó poco.

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