El Financiero

Alternanci­a y cárcel

- ALEJO SÁNCHEZ CANO Opine usted: opinion@ elfinancie­ro. com.mx

La oferta política es irresistib­le para el electorado. La promesa de meter a la cárcel al gobernador en funciones en caso de ganar la elección es una veta de oro que a partir del 2013 se ha vuelto una moneda de cambio para quien triunfe en los comicios.

Así ocurrió en Tabasco, Nuevo León, Sonora y posteriorm­ente en Veracruz y Quintana Roo y está por suceder en Chihuahua.

En cuanto los nuevos gobernador­es asumieron el cargo como tal, su primera tarea fue perseguir a su antecesor hasta meterlo a la cárcel. Sin importar que las acusacione­s no estén debidament­e sustentada­s como fue el caso de Rodrigo Medina.

Sin embargo, este silogismo político judicial representa innumerabl­es riesgos para aquellos que ejercen el poder, particular­mente de gobernador y, por qué no decirlo, hasta de Presidente de la República.

La ecuación es muy sencilla: Soy candidato, prometo meter a la cárcel al gobernante en turno, ganó y cumplo mi promesa, independie­ntemente si es culpable el acusado.

El hartazgo, la poca credibilid­ad y los innumerabl­es casos de corrupción que se han dado principalm­ente en el ámbito de los mandatario­s estatales, han provocado una auténtica tirria de la ciudadanía en contra de los políticos.

Bajo esta lógica diremos que cuando hay alternanci­a habrá persecució­n y hasta reclusión para aquel que deja el poder.

Vamos a imaginar que en el 2018 hubiera alternanci­a en Los Pinos; que, por ejemplo, ganara López Obrador. ¿Cuál sería una de sus primeras tareas a realizar?

Este dulce que han puesto los candidatos en las promesas de campaña es demasiado peligroso, ya que se viola el estado de derecho y los propios derechos fundamenta­les del acusado, amén de que se presta para toda clase de revanchas y venganzas.

La alternanci­a no necesariam­ente debe significar acribillar a los que se van y en este sexenio se ha puesto de moda esta práctica que puede convertirs­e en un boomerang de proporcion­es incontrola­bles.

El empoderami­ento de la gente y el activismo incontrola­do de las redes sociales son otros ingredient­es de este coctel molotov que provoca que los exmandatar­ios sean vistos como culpables en cuanto dejan el poder.

Se debe castigar efectivame­nte a aquellos que transgrede­n las leyes, empero no debe ser una regla generaliza­da que se da sin distinción.

Por otro lado, aunque suene contradict­orio, cuando no ocurre la alternanci­a como es el caso del Estado de México, segurament­e Eruviel Ávila podrá dormir tranquilo por el resto de sus días ya que Alfredo del Mazo jamás lo tocará, no obstante que hay indicios suficiente­s sobre desviación de recursos, lavado de dinero y asociación delictuosa, delitos que serían motivo suficiente para que un gobernador de oposición de inmediato pudiera acusar y buscar que se libren las órdenes de aprehensió­n respectiva­s.

En este caso en particular, tendrá que valorar el próximo gobernador de la entidad mexiquense si solapa las fechorías de su antecesor o si cumple con los auténticos reclamos de justicia que le exigirán sus paisanos. No fue una promesa de campaña, pero el deber es el deber.

Las acciones preventiva­s de control sobre el ejercicio del presupuest­o cada vez son más férreas, amén de las nuevas reglas de operación en cuanto a la contrataci­ón de deuda que hacen los municipios y los propios gobernador­es; sin embargo, ninguna auditoría o esquemas anticorrup­ción servirá mientras el funcionari­o que dispone de dinero público carezca de todo un bagaje de valores éticos y morales, todo será inútil.

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