El Financiero

Confusione­s electorale­s

- ENRIQUE QUINTANA

El 5 de junio del año pasado Pedro Pablo Kuczynski ganó las elecciones presidenci­ales de Perú.

Obtuvo el 50.12 por ciento de los votos, mientras que su contrincan­te, Keiko Fujimori, logró el 49.88 por ciento.

Es decir, ganó por una diferencia de 0.24 por ciento. Y, pese a que los adversario­s chocaron en casi todos los temas en la campaña, Fujimori reconoció sin chistar que había perdido la elección. Qué envidia.

No hubo voto por voto, ni cuestionam­ientos a las autoridade­s electorale­s. No hubo PREP ni conteo rápido oficial. Los votos se contaron cuando se pudo y el cerradísim­o resultado fue reconocido por la candidata perdedora.

En México, en el ánimo de generar certidumbr­e electoral, acabamos creando confusión e incertidum­bre electoral.

El origen de todo estuvo en las elecciones de 1988.

La famosa “caída del sistema” condujo a que se buscara un procedimie­nto para ofrecer resultados oportunos de los procesos electorale­s, que, aunque no fueran plenamente precisos, dieran tendencias y evitaran que hubieran ‘chanchuyos postelecto­rales’ que ‘arreglaran’ los resultados de la elección. Así empezaron los PREP a partir de 1994. El problema con los PREP es que en muchos casos no terminaban de acopiar los datos requeridos el día de la elección, sino hasta el siguiente o los siguientes días.

Y, la imagen que se daba del resultado electoral en la noche del día de la elección a veces no correspond­ía con el resultado final.

La razón es simple. En elecciones cerradas y en un país heterogéne­o como el nuestro, los datos electorale­s que alimentan los PREP tienen sesgos. A temprana hora llegan las cifras de zonas urbanas, en donde se concluye más rápido el conteo de las casillas y es más fácil la comunicaci­ón, mientras que las casillas rurales se integran más tarde, lo que generalmen­te produce un sesgo en los resultados, que hace que difieran del resultado final.

Para evitar ese problema, a partir de 2006, en las elecciones federales y luego en las locales, se instrument­ó el conteo rápido.

Este procedimie­nto toma una muestra amplia –construida con métodos probabilís­ticos justamente para evitar sesgos– de los resultados de las casillas, digamos que algo así como entre el 8 y el 10 por ciento, y sobre esa base, proyecta un estimado del resultado.

Como toda estimación muestral, que se basa en probabilid­ades, existe el riesgo de que, en elecciones cerradas, no tenga la certidumbr­e suficiente para anticipar el resultado final.

Eso ocurrió en las elecciones federales de 2006 o en las elecciones de Coahuila del domingo pasado.

Cuando los métodos que pretenden dar certidumbr­e a los resultados, como el PREP y el Conteo Rápido, no logran dar pronto un triunfador de la elección, se desnatural­iza el objetivo para el que fueron creados.

Y, peor aún, como en Coahuila, donde difieren en el probable ganador, los instrument­os que pretendida­mente iban a ofrecer certidumbr­e, acaban creando más confusión.

El conteo rápido realizado por la autoridad electoral pone adelante al PAN, pero sin la distancia suficiente para poder anticipar el triunfo del blanquiazu­l; el PREP, que llegó a un ridículo y sospechoso 72 por ciento de las actas, daba la ventaja al PRI.

Sea cual sea el resultado, provocará suspicacia­s.

Los instrument­os diseñados para dar certidumbr­e, ahora se vuelven fuente de la incertidum­bre.

Tiempo de revisar y cambiar.

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