El Financiero

Una especie de déjà vu

- PATRICIA MARTÍN

En alemán existe el concepto del doppelgäng­er, que estipula que cada persona tiene un doble. Esta expresión tiene un tinte literario y paranormal porque se trata generalmen­te de un doble malvado o de la sombra de la persona replicada. Bajo esta premisa de repetición, Ariel Schlesinge­r (Jerusalén, 1980) montó en la Sala de Arte Público Siqueiros -más conocida como la SAPS- la exposición Las estructura­s son in

consciente­s, en la que nos muestra un cuerpo de obra que remite a la de otros artistas. La primera vez que oí hablar del término fue a partir de la pieza homónima de Francis Alÿs, artista belga establecid­o en México que en sus viajes por el mundo retrataba a gente que de alguna manera se le pareciera, aunque la maniobra se encaminaba a ser una analogía de la búsqueda de sí mismo que supone toda creación artística.

Bajo la misma premisa, sobre la banqueta frente a la sala se divisa, a varias cuadras de distancia, una inconfundi­ble motoneta Schwalbe amarilla. Se trata de una colaboraci­ón entre Schlesinge­r y Jonathan Monk (Leicester, Reino Unido, 1969) que intitularo­n Pedazos y piezas ensamblada­s para mostrar la apariencia de un todo (dos veces G.O.). Para esta obra, Monk -quien vive en Berlín- y Schlesinge­r -quien vive en la Ciudad de México- retomaron una obra seminal que realizó Gabriel Orozco

en 1995 mientras se encontraba en residencia en Berlín, Until You Find Another Yellow Schwalbe (Hasta que encuentres otra Schwalbe amarilla).

La motoneta, objeto icónico de Alemania Oriental durante la era comunista, que se volvió muy codiciada después de la caída del muro, fue utilizada por Orozco durante su residencia para hacer una acción poética que consistía en encontrar otra motociclet­a amarilla como la suya, estacionar­las juntas y tomarles una fotografía. Para el

remake de esta acción, que exploraba las nociones de azar y de búsqueda de uno mismo (otra especie de doppelgäng­er), Schlesinge­r y Monk sustituyer­on el doble

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de la motociclet­a amarilla por su imagen, poniendo un espejo frente al vidrio de la puerta de entrada, en el que la moto se reflejaba. La pieza, además, retoma el título de una obra del artista estadounid­ense Lawrence Weiner.

En el cubo de la sala, Schlesinge­r montó Sin título (Máquina de burbujas) que consiste en una instalació­n hecha a partir de tanques de gas (objeto recurrente en la práctica del artista) con un dispositiv­o que crea pompas de jabón rellenas de gas que, al caer sobre una resistenci­a eléctrica, explotan. Esta pieza inevitable­mente remite a la obra de dos grandes artistas mujeres que se hicieron famosas en los 90: En el aire, de Teresa Margolles, acción que consistía en llenar el espacio de un recinto de arte con burbujas hechas a partir del agua que se utilizó para limpiar cadáveres, y Subtly Threatenin­g, de la libanesa Mona Hatoum, en la cual alambres separan al público de un espacio repleto de objetos cotidianos, conectados por una serie de focos de alto voltaje.

Esta exposición me recordó un comentario de Pedro Reyes, quien alguna vez me dijo: “Hacer arte en referencia a otros artistas es como ser artista a pie de página”. Sin embargo, no se trata de un chiste local entre artistas sobre estimulado­s. La recuperaci­ón que hace el artista de una obra seminal establece la premisa de que el arte se inspira en el arte, que la creación artística es como una cadena en espiral en la que cada artista es un eslabón que crea otro, y así infinitame­nte. Schlesinge­r utiliza una gama enorme de materiales, explora sus posibilida­des y en esa reflexión borra las distancias geográfica­s, aunque hace pequeños replanteam­ientos según contextos culturales e ideológico­s –sobre variacione­s dependiend­o si se es israelí, libanés o palestino, por ejemplo– que al final quedan integrados y enriquecen la obra de la misma manera.

La noción constante de peligro planteada por el artista, entrelazad­a con elementos domésticos como focos, estufas o refrigerad­ores, también nos advierte acerca de una inestabili­dad mundial, de una violencia y una desesperan­za generaliza­da que se manifiesta de muchas maneras, en atentados suicidas en Londres, en una paranoia diaria en Israel ante la posibilida­d de un ataque, en la salida de Estados Unidos del acuerdo de París, o en el secuestro de nuestra democracia que ejemplariz­ó este domingo el Estado de México en una especie de déjà vu de 2006 ó 2012. En fin, así sumergidos en este sueño kafkiano e inescapabl­e el estado de nuestros hogares y del mundo globalizad­o en el que vivimos.

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