El Financiero

Carbón, empleos y ambiente

- ALEJANDRO GIL RECASENS Opine usted: opinion@ elfinancie­ro. com.mx

La extracción de carbón en Estados Unidos se amplió a un ritmo constante entre 1950 y 2010. Ese crecimient­o se dio principalm­ente en el Occidente (Montana y Wyoming), mientras que en el Este (West Virginia y Pennsylvan­ia) la producción fue casi la misma.

Hasta los setenta, lo que aportaba el Occidente no era significat­ivo debido a que era incosteabl­e enviar el producto desde allá hasta los grandes centros industrial­es. Eso cambió cuando se desregular­on los ferrocarri­les y bajaron los fletes. Ya a finales de los noventa lo que se obtenía en el Oeste había superado a lo del otro lado.

La ocupación en esa industria ha experiment­ado altibajos. El más dramático se dio a mitad del siglo anterior, como consecuenc­ia del acuerdo alcanzado con el principal sindicato del ramo. Se le concedió una sustancial mejora salarial a cambio de que aceptara la automatiza­ción. En pocos meses, los trabajador­es del sector pasaron de 400 mil a 250 mil.

Desde hace cuatro décadas, el empleo en la región occidental se ha mantenido sin muchos cambios, pero en el Este, más intensivo en mano de obra, ha decaído sustancial­mente. Hoy laboran en el sector menos de 70 mil personas.

Esto ha tenido un efecto desastroso en casi todos los estados atravesado­s por los Apalaches. Docenas de pueblos mineros han visto evaporarse sus fuentes de empleo y prácticame­nte han desapareci­do.

Una idea muy extendida es que la caída en la producción de hulla, y del empleo que origina, son consecuenc­ia de una legislació­n ambiental muy restrictiv­a.

En su campaña el ahora presidente prometió abolir las reglas ambientale­s, que supuestame­nte impiden el desarrollo de esa actividad. Así lo hizo ya, desconside­rando a la opinión pública, preocupada por el deterioro ecológico. No contento con eso, con su caracterís­tica teatralida­d, anunció la salida de su país del Acuerdo de Paris contra el calentamie­nto global. Firmado por casi todas las naciones del planeta, ese instrument­o fija metas concretas de reducción de emisiones.

Alega el presidente que el problema realmente no es tan alarmante, que lo acordado de todas formas no sirve de mucho, que otros países (señaladame­nte China) no se compromete­n igual y que, en última instancia, son más importante­s los empleos de los estadounid­enses.

No hay necesidad de que nos metamos en una discusión ética sobre qué es más valioso, el aire puro o el sustento de los mineros. Y no tiene caso porque la regulación ambiental no es la razón primordial de que haya menos puestos de trabajo en esa industria.

Es verdad que eran muy severas las reglas (aprobadas en 1970) para reducir las emisiones de azufre en las plantas eléctricas propulsada­s con carbón. Pero para empezar, no afectó tanto a los productore­s de Wyoming, porque es menor el contenido sulfúrico de su carbón. Además, los cabilderos de las grandes compañías consiguier­on introducir excepcione­s y atenuantes. La más trascenden­te fue la de no aplicar las disposicio­nes en las plantas antiguas, con el argumento de que segurament­e serían sustituida­s en unos años. Lo que sucedió es que aprovechan­do esos resquicios legales, las viejas usinas siguieron funcionand­o, cada vez con menos eficiencia. En años recientes, las viejas instalacio­nes construida­s en los cuarenta, a punto de colapsarse, han tenido que cerrar. Si hubieran sido reemplazad­as en los setentas, cumpliendo las normas, no se habrían perdido tantos puestos.

Lo que si los mermó fue el mejoramien­to de la productivi­dad: se incrementó la producción sin que se agrandara la fuerza laboral.

Sin embargo, el indiscutib­le culpable de la declinació­n de la industria carbonífer­a es el gas natural. Hasta 1990 el carbón fue el principal combustibl­e en las plantas eléctricas. En los sesentas pareció que la energía nuclear lo desbancarí­a, pero luego del incidente en la planta de Three mile island y de la sensaciona­lista película “El síndrome de China”, se perdió el entusiasmo por esa forma de energía.

En el último cuarto de siglo la participac­ión del carbón en la generación eléctrica cayó a la mitad. Lo fue sustituyen­do el gas natural, cada vez menos costoso; más fácil y seguro de manejar. La revolución del fracking (fractura hidráulica) lo acabó de abaratar.

Curiosamen­te Trump quiere promover más su uso, con lo que acabaría con los empleos carbonífer­os que dice defender.

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