Miedo y enojo
Una de las constantes presentes en la elección del pasado domingo fue el voto antipri. Tanto en el Estado de México, como en Nayarit, Coahuila y Veracruz, fue el rechazo al tricolor en mayor o menor medida lo que caracterizó los comicios. Frente a los logros de la administración Peña en materia de reformas estructurales, los escándalos de corrupción de los gobernadores, el abuso de poder y la inseguridad crónica que golpea al país desde hace más de dos décadas, terminaron por revivir ese antipriismo que llevó a Fox a la presidencia en el 2000, pero que la gran mayoría de los hoy jóvenes no vivieron, y sin embargo vuelven a asumir como parte de su demanda de cambio.
Y es que si en el 2000 la pérdida de la Presidencia no implicó la desaparición del PRI, porque los gobernadores absorbieron gran parte de poder en manos del primer mandatario, en este 2017 los virreyes estatales han demostrado, como lo hicieron el año pasado, que ya no tienen la fuerza suficiente para saquear, oprimir y al mismo tiempo operar con éxito la elección exitosa de su sucesor. Los ejemplos de los hoy presuntos delincuentes: Javier Duarte, Roberto Borge y César Duarte, son la demostración clara del grado de descomposición de una estructura de poder sin control ni contrapeso alguno, en manos de políticos voraces sin límite para el enriquecimiento ilícito.
Por eso perdió el PRI Nayarit y probablemente Coahuila. La disminución del poder del Revolucionario Institucional en el Estado de México se asocia con la baja popularidad del presidente, pero también con el abandono en el que se tiene a grandes zonas del oriente del estado que fueron fácil presa del discurso de Morena, cuyo código se basa en repetir las viejas promesas del PRI desde las voces de candidatos o candidatas más cercanos a los sectores populares anteriormente leales a los tricolores. Así, mientras el PRD mantuvo su porcentaje histórico en la entidad en la figura de otro candidato de extracción popular, Acción Nacional sufrió una derrota en la medida en que Josefina no conectó con el electorado, y fue víctima del voto del miedo.
Y es que desde el momento en que comenzaron a aparecer encuestas donde Vázquez Mota perdía la ventaja inicial, y Delfina y Del Mazo establecían la batalla entre dos, el fenómeno del miedo a la figura de López Obrador se apoderó de las clases medias altas y altas, y más aún cuando el tabasqueño reapareció ante los medios con su lenguaje de ultimátum y de catedrático en comunicación especialista en aleccionar a conductores de noticias sobre el tipo de preguntas a realizarle al líder de la pureza política nacional. Esto, exacerbado por la propaganda priista, polarizó de nuevo la elección y obligó al ciudadano a elegir entre el priismo manchado por la corrupción y el abuso, y la amenaza de abrirle el camino al líder mesiánico hacia el 2018.
Y fue así como el corredor azul volvió a desaparecer y quedó reducido a su mínima expresión. El miedo a López Obrador y no a Delfina fue de nuevo elemento que hizo a un lado cualquier otra consideración a la hora de ejercer el voto para miles de mexiquenses. La alta votación obtenida por Morena en bastiones priistas e incluso en zonas panistas, son la demostración del enorme enojo de una población que vuelve a identificar todas sus carencias y desgracias con el PRI y sus gobiernos. Al ganar el Estado de México, el PRI logra armar desde ahí su candidatura para el 2018 tendiendo que remontar la imagen negativa que opaca lo positivo que se ha logrado en esta administración. La carrera por la Presidencia de la República ha comenzado y de nuevo el factor miedo se enfrentará al enojo, a la espera de que surja otra opción capaz de generar esperanza en una ciudadanía ávida de soluciones concretas en el corto plazo.
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