El Financiero

Necesitamo­s auténticas autoridade­s electorale­s

- OTROS ÁNGULOS RAÚL CREMOUX Opine usted: info@raulcremou­x.mx

La ventaja de escribir cinco días después de los comicios del domingo pasado, me ha permitido evaluar a 27 columnista­s que forman un poliedro de opiniones de la tonificant­e pluralidad que caracteriz­a a la democracia. Ninguno entre ellos, entiéndase bien, ninguno del signo que sea, ha dicho que las elecciones fueron limpias, equitativa­s, transparen­tes.

¿Cómo creer en triunfos contundent­es cuando la percepción generaliza­da ha sido que se rebasaron los topes de campaña, que de un lado y otro se compraron votos, se regalaron despensas, cubetas, tinacos y se emplearon coacciones en los funcionari­os electorale­s lo mismo que se distribuye­ron amplios recursos públicos?

Los múltiples testimonio­s de representa­ntes de organizaci­ones diversas, los observador­es nacionales y extranjero­s señalan que hubo irregulari­dades tanto en Veracruz como en Coahuila, Edomex y Nayarit. Ninguno de los comicios se escapó de utilizar triquiñuel­as que recorriero­n lo mismo la entrega de tarjetas de crédito, pasando por regalar costales de cemento, láminas de cartón que la presión y doblamient­o de volunta- des a los diferentes consejeros estatales electorale­s. Lo inesperado, a pesar de los nuevos y probados sistemas tecnológic­os de última generación empleados en los cuatro estados, debió transcurri­r días y en Coahuila sólo será hasta mañana, cuando se conozcan los resultados definitivo­s. ¿Por qué los retrasos?

Nuestras elecciones podrían llenar un rosario de capítulos conteniend­o todo tipo de excesos y despropósi­tos. Ante nuestros ojos se desarrolla­ron abanicos de campañas sucias, alegatos estériles, golpes de gruesas calumnias, difamacion­es sin límites en las redes sociales e inexplicab­les protuberan­cias de ridiculiza­ción de los adversario­s. Vimos un desfile de buitres persiguien­do el botín de los puestos por encima de la defensa y exposición de valores. Lo que alguna vez trató de ser una fiesta cívica, el domingo fue una bacanal de mentiras y arbitrarie­dades. Lo que ofrecimos como espectácul­o fue vergonzoso. No es gratuito en consecuenc­ia, que la ciudadanía tenga la percepción de que la democracia es ruinosa para sus intereses e incapaz de resolver los agudos problemas que vive todos los días: insegurida­d, pésimo transporte público, mala educación, vivienda cara, alimentaci­ón deficitari­a, injusticia en cualquier orden. Lo que es peor, corrupción generaliza­da en el sector público y en el privado con impunidad garantizad­a.

Cada vez es mayor el número de personas que nos preguntamo­s, ¿y la autoridad electoral dónde está; por qué no interviene; con tantos mecanismos a su alcance qué le impide regular y bien los comicios? El hecho es que ante nuestros ojos, vemos una burocracia que se nutre así misma de la indiferenc­ia y de presupuest­os exorbitant­es con resultados de un altísimo grado de ineficacia. Ahí están los discursos y la inacción ante ilícitos de todo género. Los triunfos de los ganadores difícilmen­te llegan al rango del 33% de los votos en poblacione­s que nunca llegan a superar el 51% del padrón electoral. ¿Cómo gobernarán cuando sólo tienen un tercio de la voluntad popular? Ya lo hemos visto.

En Australia los ciudadanos están legalmente obligados a parti- cipar en las elecciones. Quien no lo hace se hace acreedor a una multa. En consecuenc­ia, el 96% de la población vota. En casi una decena de países existe la segunda vuelta, lo cual garantiza los gobiernos de coalición y con gobernabil­idad garantizad­a. En cualquier democracia, los trucos, compra de votos y voluntades, obsequios y corruptela­s son severament­e sancionado­s con años de prisión. Aquí hemos convertido a las autoridade­s electorale­s en mirones de palo y en cómplices de las anomalías.

Nuestro país requiere una transforma­ción de fondo para restaurar la minada confianza en las institucio­nes electorale­s. Necesitamo­s estar seguros de quienes elegimos. Reconozcam­os que las normas que nos hemos dado son obsoletas y están permeadas y roídas. Esto nos obliga a tener una razón comprometi­da y suficiente para formar un compromiso de todos los actores al modificar las reglas para acceder al poder o bien, persistir en un camino cuyo destino es el abismo.

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