No puedo hablar en privado con el Presidente
@laloguerrero Ése debería ser el juramento que prestaran en un futuro los fiscales generales de la República o los titulares de la nueva Fiscalía Especializada en Delitos de Corrupción. El histórico testimonio de James Comey, el director del FBI que fue despedido por Donald Trump, no sólo pone al inquilino de la Casa Blanca varios pasos más cerca de un eventual impeachment. El testimonio también es una elocuente lección sobre la importancia que la autonomía de algunas instituciones tiene en todo país que busque ser medianamente democrático (y sobre los riesgos de no respetar esa autonomía).
Poco antes de comparecer ante el Congreso, Comey hizo pública por escrito su versión de las reuniones que sostuvo con el presidente Trump. El documento revela una personalidad metódica y perceptiva. No sólo reconstruye con un tono sereno las circunstancias en las que ocurrieron cada uno de sus encuentros privados con Donald Trump, sino que también interpreta de forma convincente las intenciones del mandatario. Un aspecto central en la argumentación de Comey que él mismo consideraba inadecuado reunirse en privado con el presidente (sabía que en estos encuentros Trump inevitablemente buscaría influir sobre investigaciones que afectaran sus intereses).
Con tacto pero con firmeza, Comey intenta explicarle de buena fe al presidente Trump los límites de su actuación como director del FBI. No, no podía prometerle lealtad (ello iría en detrimento de la confianza de los ciudadanos en su institución), sólo podía prometerle honestidad; tampoco era sensato declarar públicamente que el presidente Trump no era personalmente objeto de una investigación por posible vínculos con el espionaje ruso; si se hiciera tal declaración, el FBI estaría obligado a informar en caso de que en algún momento se abriera una investigación al presidente. Finalmente, a pesar de la insistencia de Trump, Comey no se comprometió a “dejar pasar” el asunto de Michael Flynn (el colaborador cercano de Trump quien dejó su cargo como asesor de Seguridad Nacional después de que se revelara que había mentido en relación con sus tratos con el embajador ruso en Washington).
La concepción de la moral de Trump y de Comey es diametralmente opuesta. Esto no quiere decir que Trump sea inherentemente inmoral, sólo que sus imperativos morales son distintos –menos desarrollados acaso–
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