SERGIO NEGRETE
ECONOKAFKA
snegcar@iteso.mx
Twitter: @econokafka Se suponía que la administración 2012-2018 sería transformacional, un gobierno de cambio que pondría a México en los carriles paralelos del progreso económico y bienestar social. El PRI regresaba a Los Pinos, sí, pero renovado, aprendida la lección de las humillaciones electorales de 2000 y 2006. El dinámico y joven gobernador del Estado de México encarnaba el ofrecimiento de un “gobierno de resultados”. Llegaría con lo mejor que su partido podía ofrecer, gobernando para todos. El “te lo firmo y te lo cumplo” podía parecer populachero, pero reflejaba entrega y compromiso.
El arranque del sexenio, el primer tercio, mostró ese potencial. Para el recuerdo quedan una realidad y una promesa: el “Pacto por México” y el “Mexico Moment”. El primero permitió concretar las ambicionadas y largamente postergadas reformas estructurales (realmente transformacionales, sobre todo la energética). Lo segundo es ahora, para quien lo recuerda (no son muchos), muestra de lo que pudo ser y no fue.
Porque en los últimos meses de 2014, con seis semanas de distancia, ocurrió la matanza de los estudiantes de Ayotzinapa (fines de septiembre) y estalló el escándalo de la Casa Blanca (principios de noviembre). Las muertes fueron inusuales por las circunstancias y número, aunque por desgracia no fuera de lo común en el contexto de la brutal inseguridad existente entonces y que ha empeorado hoy. A la Casa Blanca le siguió pocas semanas más tarde (ini- cios de 2015) la cancelación del proyecto del tren de alta velocidad entre la Ciudad de México y Querétaro.
Desde entonces el gobierno de Enrique Peña está en reversa, y todo indica que así se va a mantener hasta el 30 de noviembre de 2018.
En muchos aspectos, ese retroceso llevará al país incluso más atrás del punto de partida. Como dicen, la reversa también es cambio. En mucho eso es lo que representa el cambio de este régimen.
Porque las corruptelas son de tal magnitud, normalidad y cinismo que es necesario retraerse seis sexenios, al de José López Portillo, para encontrar algo similar. La única diferencia es que aún en junio de 1981 el titular del Ejecutivo era visto como el artífice de una impresionante prosperidad económica (aunque apalancada irresponsablemente en el petróleo). Enrique Peña Nieto ni siquiera tiene ese magro consuelo: hace mucho que su popularidad se homologó en niveles cercanos a la tasa del IVA.
El cinismo por parte del gobierno y el partido gobernante ciertamente no encuentran paralelo.
Que el presidente del PRI declare que su partido (el que postuló a los Duartes y a Borge) está limpio de corrupción y ofrezca que ayudará a eliminarla despertaría lástima si el coraje dejara espacio en el ánimo de la ciudadanía.
En semanas recientes se agrega un nuevo retroceso. La elección de Coahuila se presta a las peores sospechas: la manipulación directa del voto, esa añeja tradición del PRI que se pensaba ya erradicada. Parece ser que Peña Nieto está empecinado en la reversa como cambio.
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