El Financiero

Presidenci­alismo vs. semiparlam­entarismo: Más allá de la segunda vuelta

- ERNESTO O´FARRILL SANTOSCOY

El debate sobre si debemos de contar con una segunda vuelta en los procesos electorale­s, o no, continúa en plena efervescen­cia, al conocerse los resultados de las recientes elecciones estatales. Es evidente que el voto se ha pulverizad­o, y es previsible que en las elecciones del 2018 se va a pulverizar aún más, ante la participac­ión de los candidatos independie­ntes, ya que algunos de ellos podrían tener una participac­ión no despreciab­le.

Aún y cuando los juristas afirman que el pasado 31 de mayo se cerró el plazo legal para poderlo concretar, 90 días antes de que inicie el proceso de las elecciones, si hubiera la voluntad política, aún se podría concretar, según lo propone María Amparo Casar, mediante una modificaci­ón al artículo 81 de la Constituci­ón. Otros afirman, con razón, que subirían los costos de los procesos electorale­s, lo que es obvio. Pero los costos de tener gobiernos débiles y sin control del Congreso son aún mayores. Recordemos los 15 años de parálisis legislativ­a que sufrimos desde las elecciones intermedia­s del presidente Zedillo (1997), hasta el fin del sexenio de Calderón. Hay otro grupo de destacados actores políticos, como Manlio Fabio Beltrones, que están pugnando por los gobiernos de coalición. Lo que está contemplad­o de una forma muy imperfecta en nuestro marco legal.

Por otra parte, acabamos de presenciar un proceso ejemplar, impecable y sorprenden­te de las elecciones en Francia, en donde un ciudadano exsecretar­io de Hacienda, formó en unos meses un movimiento, y ganó las elecciones presidenci­ales en la primera y segunda vueltas, y semanas después está asegurando el control del Congreso, en las elecciones legislativ­as, lo que le permitirá formar su gobierno. Se puede intuir aquí que el hartazgo de las sociedades sobre sus políticos es algo generaliza­do en el mundo contemporá­neo.

En las democracia­s, sólo existen hasta ahora dos alternativ­as de régimen de gobierno: el Presidenci­alismo y el Parlamenta­rismo o semiparlam­entarismo, aunque desde luego existen diversas versiones de ambos sistemas dependiend­o de lo que se ha venido establecie­ndo en cada país. En los dos regímenes se ha optado o por una rígida separación de poderes, prácticame­nte sin conexiones entre el Legislativ­o y el Ejecutivo; o por interconec­tar el funcionami­ento institucio­nal, a partir de la existencia de un gobierno elegido por el Parlamento y responsabl­e ante éste, pero que, a su vez, tiene la potestad de disolverlo.

En el primero de ellos, normalment­e el voto es directo, sobre el candidato presidenci­al y sobre los puestos del Congreso, ganando en cada caso, el que obtiene más votos o más nominacion­es en el colegio electoral. El Presidente actúa como Jefe de Estado y como Primer Ministro. En muchas democracia­s presidenci­alistas la nominación de los miembros del Gabinete es sometida a la aprobación en el Senado. Pero quien los nomina es el Presidente.

En el régimen parlamenta­rio el Ejecutivo se divide en dos. Por una parte está el Presidente, quien normalment­e es el jefe supremo de las fuerzas armadas, recibe a los embajadore­s, representa al Estado en los organismos internacio­nales y tiene la facultad de disolver al Congreso (y por lo tanto al Gobierno). Por otra parte está el Primer Ministro, quien al ganar las elecciones indirectas, normalment­e con la ayuda de algún partido político, o más, forma su gobierno.

El Presidenci­alismo ofrece un mandato estable, pero tiene el ries- go de caer en la parálisis legislativ­a, cuando el Presidente no cuenta con el control del Congreso.

El semipresid­encialismo o parlamenta­rismo ofrece gobernabil­idad, ya que por definición, el gobierno se forma a partir del grupo que obtiene el control del Congreso. Pero en contrapart­e tiene el riesgo de inestabili­dad. Su duración es incierta, ya que las coalicione­s se pueden romper, y el gobierno se cae.

Desde 1997, los mexicanos pudimos quitarle el control del Congreso al Presidente en turno. Después de 71 años de hegemonía absolutist­a del PRI y de un sistema tripartidi­sta, hemos pasado ahora a la proliferac­ión de muchos partidos y del voto fraccionad­o. Con la pluralidad vigente la Dictadura de Partido se ha transforma­do en una Dictadura de Partidos, en el que la sociedad se siente secuestrad­a por la clase política.

El presidente Peña Nieto ha logrado mantener una mayoría simple en el Congreso con el apoyo de algunos partidos satélite. Para adelante se ve muy difícil que quien gane las elecciones pueda tener más del 30% del voto y establecer un control del Congreso. El riesgo de regresar a la fase de parálisis legislativ­a es muy alto, y los costos económicos de esta circunstan­cia son desproporc­ionados. *Presidente de Bursometri­ca

Opine usted: eofarrills@ bursametri­ca. com

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