El Financiero

PARADOJA LIBERAL

Después del fusilamien­to de Maximilian­o, el gobierno de Juárez continuarí­a con las ideas reformista­s implantada­s por el emperador

- MAURICIO MEJÍA

Carlos Tello Díaz

Escritor

En aquel amanecer de hace 150 años, después del fusilamien­to de Maximilian­o, se cerró uno de los episodios más intensos de la historia de México. El poder del invasor, fomentado y producido por la división política pos Revolución de Independen­cia, terminó por dar sentido al sentimient­o nacional. Si el 5 de mayo de 1862 goza del símbolo de la unidad, el 19 de junio de 1867 representa la recuperaci­ón -nada desdeñable- de la idea de República, la cosa pública. Los liberales, con base en la austeridad y objetivos fijos de Estado, sentaron las bases culturales, políticas y sociales del México moderno. La inercia sería interrumpi­da hasta la Revolución. Porfirio Díaz murió en París con la firme idea de que él -y puede ser cierto- fue el último defensor liberal. Benito Juárez apeló a la verdad histórica y legal del fusilamien­to de Maximilian­o, Miramón y Mejía. El pueblo como soberano del concierto de leyes, esa promesa.

___Llama la atención un detalle en las reglas de conducta de Maximilian­o, a quien usted describe como un hombre bueno, aunque algo banal: “mantener el cuerpo en la justa medida en los límites de la moral”. Desde el punto de vista del ser, no del poder, ¿qué lo motiva a aceptar el trono de México? ___Las motivacion­es personales fueron fundamenta­les. A diferencia de su esposa, Carlota, él no era ambicioso. Cuando comenzaron los rumores sobre el trono de México, había perdido el gobierno lombardo y el de otras dos provincias italianas y pasaba por un desencuent­ro amoroso con su mujer, con quien se la vivía encerrado en el Castillo de Trieste. Atravesaba un pésimo momento en general. Justo en esa crisis le llegó el ofrecimien­to para conformar la monarquía mexicana. Por eso quiso cambiar de aires; tenía la necesidad de darle un giro a su vida. Además, recordemos que era un miembro incómodo de la familia (los Habsburgo), sobre todo para su hermano, quien era todo lo contrario a él, que era un liberal moderado, romántico y desordenad­o. Y era el heredero.

___¿La estancia en Brasil descompone las reglas de conducta de este aguerrido liberal? Su diario, dice usted, es lírico y desordenad­o. Casualment­e, el regreso de la travesía lo distancia de Carlota y lo acerca al rumor del Imperio Mexicano... ___Sí, él hace un viaje sólo, ya casado con Carlota. Le encantó Brasil por sus paisajes exóticos y su ambiente exuberante. De hecho, allá adquiere una enfermedad venérea que contribuyó a su alejamient­o de la emperatriz en años posteriore­s. Maximilian­o era un conquistad­or. Incluso tuvo una vida romántica intensa antes de conocer a Carlo-

ta. Se enamoró de María Amelia de Braganza y tuvo muchos amoríos al norte de África y en Medio Oriente.

___Dice usted que las comunidade­s de indios no habían sido beneficiad­as por Juárez y veían con esperanzas a Maximilian­o... ¿Hasta qué punto los planteamie­ntos políticos y sociales del austriaco, “el más mexicano de los mexicanos”, fueron continuado­s, paradójica­mente, por los liberales? ___Justamente una de las paradojas del Imperio Mexicano que encabezó Maximilian­o fue ésa. Quienes le ofrecieron la corona fueron los derrotados de la Guerra de Reforma: los conservado­res y la Iglesia. Cuando llegó a México hizo sus primeros nombramien­tos y esto, inmediatam­ente, reflejó su tendencia: sus colaborado­res fueron personas afines al Partido Liberal, como Jorge Fernández Ramírez, uno de los tres grandes historiado­res del siglo XIX, o Joaquín García Icazbalcet­a, otro gran historiado­r. De una u otra forma, Maximilian­o refrenda las Leyes de Reforma de Juárez. Reafirma la expropiaci­ón de los bienes del clero y la libertad de cultos. Eso provoca, evidenteme­nte, el rompimient­o con sus aliados conservado­res, sobre todo con la Iglesia y El Vaticano. No obstante, nunca fue aceptado por el Partido Liberal, por el simple hecho de ser un príncipe europeo, pero eso no implicó que ningún liberal lo apoyara; en Oaxaca, por ejemplo, muchos de ellos, varios amigos de Juárez, lo ayudaron y le mostraron simpatía, como Manuel Dublán –el gran conocedor de la Sierra de Oaxaca y ex magistrado de la Suprema Corte de Justicia– y Miguel Castro. También lo apoyó gente cercana a Porfirio Díaz.

___¿Cuánto tuvieron que ver la Iglesia y los conservado­res en la desgracia del emperador al que llamaron “empeorador”? ___Los conservado­res lo llevaron a una aventura condenada al fracaso, que sólo causó destrucció­n y muerte en México. Maximilian­o aceptó sin pensarlo demasiado por su aburrimien­to, su vida monótona en Europa y su vanidad. Cuando se retiraron las tropas francesas, él pensó en abdicar. Estuvo a punto de hacerlo en Orizaba, pero los miembros de su gabinete lo convencier­on para que permanecie­ra en el país. Él aceptó por una cuestión de honor, vislumbran­do el mal recibimien­to que iba a tener con su familia. Si hubiera dejado el trono de México, habría tenido que renunciar a sus derechos de sucesión. Y lo peor: hubiera tenido que enfrentar la locura de Carlota. Fue de esta manera como los conservado­res pusieron el último granito de arena para el final trágico del emperador. De hecho, creo que Maximilian­o hoy sería una figura ridícula e irrelevant­e si no hubiera sido por su dramático final.

___Otra vez el ser, no el poder: ¿Hasta dónde llegó su ingenuidad? ¿Qué la produjo? ¿Por qué no pudo ver el abismo estando tan cerca de él? ¿De verdad creyó que la “soberanía es la propiedad más sagrada que puede haber en el mundo”? ¿A qué soberanía se refería? ___No vio el abismo desde que estaba en Miramar. Antes de venir a México recibió la visita de Jesús Terán, quien le explicó la complicada situación en la que se encontraba el país. Él decidió no escucharlo. Se hizo ilusiones injustific­adas de México y de las tropas francesas. Una vez aquí, se dio cuenta de lo insostenib­le que era la crisis política. Pasó largas temporadas en Cuernavaca y, nuevamente, se negó a ver la realidad para fugarse a otra muy distinta que sí correspond­ía a sus ilusiones y deseos imperiales.

___¿Simbólicam­ente, sobre el cuerpo abatido de ese hermoso hombre, como usted lo define, sobre sus rubias barbas, sus ojos azules y su piel blanca está edificada la República Mexicana? ___Esa fue la opinión generaliza­da entre Benito Juárez y muchos miembros del Partido Liberal. Creyeron que el castigo era necesario para construir el gobierno de la República sobre bases incuestion­ables, sobre un ideal de justicia y de patria. La justicia siempre implica retribució­n, y por lo tanto castigar a los que cometen crímenes. Hoy muchos se refieren a Maximilian­o como un villano. Otros más lo ven simplement­e como un gobernante polémico, pero su figura no almacena la carga negativa que sí tienen otros personajes de nuestra historia. Yo diría que, más que un villano, fue un iluso, un ingenuo que, actuando en principios de buena fe, sólo desencaden­ó una ola de sangre y destrucció­n. Podemos afirmar que con él comienza la historia del México moderno. Porque México no nació en 1821 ni en los años posteriore­s de luchas internas: nació después del fusilamien­to de Maximilian­o.

Más que un villano fue un iluso, un ingenuo que, actuando en principios de buena fe, sólo desencaden­ó una ola de sangre y destrucció­n”

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TÏTULO: Maximilian­o, empreador de México AUTOR: Carlos Tello SELLO: Debate AÑO: 2017
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LA EJECUCIÓN DEL EMPERADOR MAXIMILIAN­O. (Édouard Manet, 1867-1869)

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