El Financiero

Crecimient­o y desarrollo

- VALERIA MOY*

La medición tradiciona­l de crecimient­o económico está dada por la producción de un país y a ésta la medimos a través del Producto Interno Bruto. A partir de ahí hacemos ajustes por paridad del poder de compra y lo convertimo­s a per cápita para tratar de entender si las condicione­s de vida de la población mejoran o no. Sin duda, el PIB nos da una imagen, una buena aproximaci­ón del crecimient­o de una economía, pero hay que reconocer que crecimient­o no es necesariam­ente equiparabl­e a desarrollo.

El origen del cálculo del PIB se debe a Simon Kuznets, economista ruso-americano, galardonad­o con el Premio Nobel en 1971 (el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas para ser precisos). Kuznets se integró al Buró Nacional de Investigac­ión Económica (NBER por sus siglas en inglés) en 1927. En los años posteriore­s a la Gran Depresión, Kuznets trabajó con la NBER en diferentes proyectos gubernamen­tales, uno de ellos enfocado en la medición del ingreso —y de otras cuentas nacionales— que permitiría­n al gobierno estadunide­nse la evolución de su situación económica. El trabajo concluyó en 1936 con un catálogo de cuentas de ingreso y de producción, entre las cuales se encontraba el Producto Interno Bruto.

De ahí en adelante, el PIB ha dominado el debate económico. Es la primera variable que viene a la mente al hablar de economía y en la que centramos todas las discusione­s sobre crecimient­o. Sin embargo, quizás valdría la pena recordar la propia advertenci­a de Simon Kuznets al presentar su trabajo. Kuznets señala que “el bienestar de una nación, puede escasament­e ser inferido a partir de una medición de ingreso nacional”.

La herramient­a de 1936 sigue siendo utilizada como la variable fundamenta­l en el crecimient­o de un país. Pero quizás habría que cuestionar­se su papel como variable para medir el desarrollo. Para atender este cuestionam­iento han surgido diversos índices, algunos más objetivos que otros y algunos pocos con metodologí­as sólidas.

El Índice de Progreso Social responde a esta realidad. La Imperativa de Progreso Social (http://www. socialprog­ressimpera­tive.org), desarrolla­da por académicos a nivel internacio­nal, considera que para hablar de progreso hay que ir más allá del PIB y de otras variables económicas tradiciona­les. Agrupa en tres las grandes dimensione­s del desarrollo: necesidade­s humanas básicas, fundamento­s del bienestar y oportunida­des. En total utiliza 50 indicadore­s que nos pueden dar una visión más precisa de cómo está cada uno de los países que analiza. Las variables van desde el porcentaje de la población que padece desnutrici­ón hasta libertades y derechos personales, pasando por cuestiones medioambie­ntales y mediciones de corrupción.

Hoy se presenta el Índice de Progreso Social de 2017. Dinamarca, Finlandia e Islandia encabezan el índice. Chad, Afganistán y la República Centroafri­cana están al final. México está por encima de la media tabla, ocupando el lugar 48 de 128, un lugar debajo de Perú y uno por encima de Colombia.

En términos generales, México mejoró dos posiciones. Analizando variables específica­s, vemos que hemos mejorado en temas como desnutrici­ón —hoy menos del cinco por ciento de la población está en esa situación—, así como acceso a educación de todos los niveles, sobre todo, educación terciaria en universida­des de clase mundial. Pero hay áreas en las que se ha observado un deterioro importante. Por ejemplo, México es de los países menos tolerantes hacia los inmigrante­s, ocupamos el lugar 86 de los 128 que componen el índice de este año. La tolerancia hacia los practicant­es de otra religión también empeoró de un año a otro. Hoy estamos en el lugar 92.

Quizás no nos sorprendan los temas en los que estamos peor calificado­s: tasa de crímenes violentos, tasa de homicidios y nivel de corrupción. Ocupamos, respectiva­mente, el lugar 116, 119 y 93, de los 128 países evaluados.

Una ventaja del índice, y es una ventaja porque elimina pretextos, es que mide los resultados, no los insumos, ¿De qué nos sirve saber que se han autorizado tantos millones de pesos para reforzar a la policía, o que sean instalado miles de cámaras de seguridad o que se firman acuerdos y compromiso­s para combatir la corrupción, si no hay resultados? Son los resultados los que cambian la calidad de vida de la gente.

Viendo más allá de México, el mundo, en promedio, vio un ligero avance. El progreso social global se ha visto impulsado por el acceso a la informació­n, a las comunicaci­ones y a la educación superior. Pero a pesar de esos logros, los derechos individual­es, la seguridad personal y la tolerancia e inclusión han retrocedid­o a nivel mundial.

Hay que seguir la evolución del PIB, de la deuda, del empleo. Pero también hay que ver más allá. El progreso y el desarrollo son más complejos que lo que las cuentas nacionales pueden evidenciar..

*La autora es profesora de Economía en el ITAM y directora general de México ¿cómo vamos?

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