La renegociación riesgosa del TLCAN
El enfoque de la política comercial de la nueva administración gubernamental de Estados Unidos implica serios riesgos en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La evidencia de los beneficios trilaterales del acuerdo, en vigor desde 1994, debe apoyar a México a buscar una profundización de la apertura.
El pasado mes de mayo, el representante de comercio de Estados Unidos notificó al Congreso de su país la intención del presidente Trump de iniciar, en noventa días, negociaciones con México y Canadá para revisar el TLCAN.
En los más de 23 años de vigencia, el Tratado ha favorecido de manera notable a las tres naciones, mediante la reducción de barreras al libre flujo de bienes y capital. En particular, durante este período, el comercio regional se ha más que triplicado y la inversión extranjera directa ha aumentado significativamente. En esta evolución, el TLCAN ha desempeñado un papel preponderante al ofrecer un marco de certidumbre.
La ampliación del comercio y la inversión ha acrecentado la competencia, al tiempo que ha facilitado la transmisión de tecnología y la relocalización de procesos productivos para aprovechar las ventajas relativas de los países. Ello ha impulsado la producción y la eficiencia.
Como en toda liberación económica, la justificación última del TLCAN se ha encontrado en las ganancias para los millones de consumidores, los cuales han podido disfrutar de una mayor variedad y calidad de productos a menores precios.
Como era de esperarse, en esta dinámica algunos negocios y puestos de trabajo han desaparecido, y otros han surgido. Tales cambios han sido fuente de crítica a dicho acuerdo, especialmente en Estados Unidos. Empero, la investigación empírica confirma que las ganancias, distribuidas ampliamente en la sociedad estadounidense, han más que compensado las posibles pérdidas netas de empleo derivadas del Tratado.
A la luz de lo anterior, sería lógico esperar que la revisión del TLCAN se orientara a ensanchar los efectos positivos alcanzados. Las medidas incluirían el desmantelamiento de los obstáculos remanentes al comercio y a la inversión, así como la liberación de áreas originalmente no cubiertas, ya sea por haberse reservado, como la energía en México, o por tratarse de sectores nuevos, como el comercio electrónico y el intercambio digital de información.
Si bien esta posibilidad no debe excluirse, la estrategia del Gobierno de Estados Unidos parece apuntar a otra dirección. En particular, la agenda de política comercial publicada en marzo pasado, así como las posturas del presidente y de varios de sus colaboradores reflejan una visión negativa sobre los flujos económicos internacionales.
En gran medida, esta interpretación se finca en la vieja noción de que el comercio y la inversión son una lucha en la cual para que una parte gane la otra debe perder. En consecuencia, los países deben ser defensivos y buscar maximizar las concesiones de los otros, otorgando lo menos posible a cambio.
Tal concepción está rotundamente equivocada. El comercio y la inversión ocurren sólo si las partes involucradas, típicamente individuos y empresas, se benefician mutuamente. Estos efectos son mayores si todas las naciones eliminan las trabas a la apertura. No obstante, el país que se abre se favorece y el que se cierra se perjudica, independientemente de lo que hagan los demás.
Tal vez no haya una referencia más clara del enfoque oficial estadunidense adverso al libre comercio que su interpretación de la balanza comercial, según la cual un superávit bilateral es sinónimo de fortaleza y ventaja sobre el otro país, y lo contrario con un déficit. Esta conclusión carece de fundamento y es refutada por el hecho de que hay economías que han crecido por mucho tiempo con déficits comerciales y otras que se han estancado con superávits.
Por muchos años, México ha mantenido un superávit comercial con Estados Unidos. Ello podría generar una excusa para que ese país busque concesiones de México, en la renegociación del TLCAN, que conduzcan a una disminución de ese balance. Por ejemplo, en el pasado se han acordado para los países superavitarios restricciones voluntarias a las exportaciones, aumentos voluntarios a las importaciones, así como cuotas de mercado para estas últimas.
Acciones proteccionistas como éstas representarían un retroceso al libre comercio y una limitación a las posibilidades de bienestar de los tres países. México debe combatir estos riesgos orientando sus esfuerzos a la remoción de barreras a los flujos económicos internacionales.
Opine usted: @mansanchezgz
*Exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)